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jueves, 5 de abril de 2012

Dos vietnamitas compran el pueblo más pequeño de EEUU por casi un millón de dólares


Hubo un tiempo en el que Buford era una villa pujante donde se mudaban colonos atraídos por el dinero del ferrocarril. Hoy es un pueblo fantasma y el último de sus habitantes lo ha subastado este jueves en una puja que ha durado apenas un cuarto de hora. La venta la han seguido en directo internautas de unos 110 países y nadie ha ofrecido más dinero que los dos vietnamitas que han alcanzado los 900.000 dólares: unos 700.000 euros al cambio actual. El propietario tiene ahora una semana para decidir si acepta la oferta pero no parece probable que diga que no.

La subasta se celebró en Buford y la puja arrancó en 100.000 dólares. La gestionaba una inmobiliaria de Oklahoma y cualquiera podía competir a través de Internet.

Hasta este jueves el propietario de Buford era Don Sammons y residía en esta localidad de Wyoming desde 1980. Primero vivió en un rancho cercano y luego se mudó con su familia a la última casa habitable de la localidad. Don gestionó hasta hace unos meses el único negocio del pueblo: una gasolinera que hace las veces de albergue, restaurante, tienda de recuerdos y oficina postal. Pero su esposa falleció, su hijo se mudó y la crisis terminó de convencerle de que no merecía la pena vivir en ese lugar. "He vivido momentos maravillosos en este lugar", decía recientemente Don, que aún ejerce como alcalde, "espero encontrar a alguien que quiera seguir mejorando este lugar pero siendo fiel a su historia".

Buford se fundó en 1866 y lleva el nombre de uno de los héroes unionistas de la Guerra de Secesión. El pistolero Butch Cassidy asaltó una tienda de la localidad en sus años de esplendor y sus habitantes recibieron la visita de los presidentes Ulysses S. Grant y Franklin D. Roosevelt.

Al igual que en tantos otros lugares del Oeste, el ferrocarril disparó el crecimiento de Buford pero fue también el principio del fin. Sus habitantes se fueron mudando a las ciudades cercanas y el lugar se convirtió primero en una oficina postal y luego en una gasolinera donde los conductores paraban a repostar.

A Don le costó comprar la localidad a principios de los años 90. "El propietario acababa de morir y su familia no quería seguir viviendo aquí", recordaba recientemente, "pero me llevó dos años negociar el precio". Desde entonces ha regentado la gasolinera y asegura que no ha sido una tarea fácil. Entre otras cosas porque el pueblo está lejos de las rutas de la mayoría de los proveedores y eso le obligaba a levantarse a las cinco y hacer muchos kilómetros para comprar algunos productos y tener cambio en su caja registradora.

A Don no le asustó entonces el desafío porque había gestionado en California la franquicia de una empresa de mudanzas. Pero se encontró con surtidores demasiado viejos y con un edificio que nadie había reformado desde 1939. Lo mejor del negocio era su geografía: unas mil personas recorren cada día el camino entre Laramie y Cheyenne y no hay una sola gasolinera en 40 kilómetros a la redonda.

La gasolinera en Buford. | Reuters

La gasolinera en Buford. | Reuters

El pueblo adquirió cierta notoriedad y muchos turistas paraban a comprar una postal o una camiseta. Pero el año pasado ingresó apenas 600.000 dólares: algo menos de la mitad de lo que facturaba antes de 2009. La gasolinera empezó a ofrecer café gratuito y un descuento del 20% a quienes pagaran en efectivo. Pero los ingresos no mejoraron y Don pensó que había llegado el momento de entregar el testigo a otro propietario.

El lote que han adquirido los compradores vietnamitas no incluye sólo el negocio sino 10 hectáreas de terreno boscoso, una antena de telefonía móvil y otros cinco edificios. Entre ellos una escuela construida en 1905, un garaje que data de 1895 y una cabaña de madera que el propietario usaba como cobertizo.

Los responsables de la inmobiliaria decían esta semana que se habían interesado por el pueblo familias de China, Ucrania y Costa Rica. Don se ha mudado al vecino Colorado pero estuvo en la subasta. Asegura que se propone escribir un libro con las anécdotas que ha vivido detrás del mostrador. "Muchos me preguntaban si me he sentido solo pero a mí me encantaba lo que hacía aquí", explica, "algunos entraban contentos y otros no. Pero yo siempre intenté que se fueran más contentos que cuando llegaban".

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