"Ha sido como un embarazo, no de nueve meses sino de ocho años". Hoy, por fin, Inma vive con su pequeña, Hinojal. Hace tan sólo tres meses se fue con su marido a China y volvieron con su regalo: un miembro más en la familia. Era la última parte de un proceso de adopción, que, en un principio iba a durar unos 10 meses y al final transcurrieron "ocho largos y durísimos años". En todo este tiempo, "pensaba y me preocupaba por ella. Me preguntaba si ya habría nacido, si estaba sana, si habría dormido bien, quién la estaría cuidando...".
La incertidumbre se convierte en un fiel acompañante tanto de la madre adoptiva como de la que se queda embarazada, que se cuestiona casi desde el primer día "si su bebé estará bien, le inquieta lo que puede o no hacer (para no dañarle) y está muy pendiente de todas y cada una de las pruebas que le indican si algo va mal". Las dos viven una etapa llena de dudas y miedos centrados en el bienestar del que será su hijo.
El problema es que en la adopción estos sentimientos perduran muchos años. Según los expertos, cuantos más años pasan hasta que se consigue que el hijo adoptivo llegue al hogar mayor es la probabilidad de que los padres sufran ansiedad y estrés. Inma y Cristina son la cara y la cruz de este proceso. La primera ha tenido que 'cargar' con ocho años de espera hasta poder ver la cara de su hija y Cristina puede contar la parte más positiva del tiempo previo a la nueva maternidad.
Un estudio publicado en la revista 'Psicothema' asegura que aunque la mayoría de las familias pasan este periodo con ilusión, también reconocen sentirse nerviosas, ansiosas y a veces incluso les da la sensación de que la espera es inútil e injusta. A media que pasan los meses, tal y como recoge el artículo, "se encuentran más desilusionadas, tristes, peor informadas y más angustiadas".
Inma lo ha vivido en sus propias carnes no una sino dos veces. Hinojal no es su única hija. Es la tercera. La primera, Verónica, también fue adoptada (de Perú) y la segunda (María) la tuvo por vía natural con su marido. "Siempre había pensado que mi primera maternidad iba a ser adoptando. Sabía hasta el nombre: Verónica, en honor a mi tía abuela. Nos criamos con ella y era maravillosa", recuerda. Lo tenía tan claro que el mismo día que aprobó las oposiciones para entrar a trabajar en el Ministerio de Fomento fue a pedir una solicitud de adopción a la Comunidad de Madrid.
Por aquel entonces, estaba soltera y no tenía pareja. "Fue un proceso muy duro a nivel personal. Te hacen muchas preguntas, sobre todo si no estás casada. A veces tienes la sensación de que no quieren que adoptes. Nos analizan con detalle en el aspecto económico y psicosocial". En total, estuvo esperando a Verónica seis años.
Al principio, estuvo más 'entretenida' con todo el papeleo que conlleva. Hay que rellenar una solicitud oficial, presentar numerosos informes (certificado médico, de penales, la partida de nacimiento, la situación laboral, las nóminas, declaraciones de la renta, etc.), superar varias entrevistas con un psicólogo y un trabajador social y, si finalmente se obtiene el certificado de idoneidad, dependiendo del país que se trate, es posible que se exijan más pruebas u otros requisitos añadidos.
Montse Lapastora es psicóloga y directora del centro Psicoveritas. Aparte de su empresa, se dedica a hacer informes de idoneidad para la Comunidad de Madrid. "Últimamente se alargan mucho los tiempos de adopción y esto causa mucha ansiedad. Uno piensa que serán dos años y de repente son más. En algunos casos, la idoneidad caduca y tienen que volver a empezar con la burocracia. Hay personas a las que incluso se les pasa la edad de adopción. Es un proceso muy desesperante".
Cuando te dan el certificado de idoneidad, parece que el tiempo se ralentiza aún más. Tanto con Verónica como con Hinojal, los años pasaron muy despacio, a la espera de una llamada que confirmara que por fin había llegado el momento. Como explica Inma, "fueron años de desesperanza, pesares y desasosiegos", a los que se iban sumando otras dificultades, a nivel familiar y de amigos. Pero "mis hijas preguntaban ilusionadas cuándo vendría Hinojal". Aunque "parecía que no llegaba el día porque la espera se iba alargando y además yo tenía miedo de que ya no me renovaran más el certificado de idoneidad, al final sonó el teléfono y "nos dieron la buena noticia".
El apoyo, fundamental
La reacción de las personas que van a adoptar varía. Hay quienes "se paralizan a la espera de la ansiada llamada y otras deciden seguir con sus vidas", comenta la psicóloga Lapastora. Es el caso de Cristina. "Después de haber salido de una relación larga, empecé a plantearme la idea de la adopción. Tenía clarísimo que quería ser madre y de todas las opciones que había, ésta era la que más me atraía". Su hermana había adoptado una niña China y eso le animaba. Tardó tres años y medio en conocer a su hija, Tarikua (Tari), de Etiopía. "Era uno de los países donde permitían adoptar a personas solteras".
"Es verdad que hay muchos procesos dentro de la adopción, pero en un curso de la Comunidad de Madrid nos aconsejaron ir pensando sólo en el siguiente paso (la solicitud, la recopilación de documentos e informes, la primera entrevista, etc.) y yo me 'agarré' a eso". Cristina fue pasando por las distintas entrevistas. "El trabajador social vino a casa para valorar la zona, la cercanía a guarderías, etc. y el psicólogo te ponía en posibles situaciones para ver cómo reaccionas". Una vez que le concedieron el certificado de idoneidad "la espera sí se le hizo más larga", reconoce.
"Suele haber muchos rumores. A mitad del proceso se dijo que iban a cerrar la adopción a gente soltera en Etiopía. Pensaba que después de un año y medio tendría que empezar de cero". Por suerte, la Entidad Colaboradora para la Adopción Internacional (ICAI -son asociaciones o fundaciones sin ánimo de lucro que intervienen como mediadoras en el procedimiento de adopción internacional) "con la que yo estaba enseguida nos reunió y nos explicó que no nos afectaba a las personas que ya estábamos metidas en el proceso". Además, nos preparaban reuniones cada seis meses con una psicóloga para que pudiéramos resolver dudas, exteriorizar nervios, compartir experiencias, etc. "Era un desahogo, nos animaban a informarnos sobre el país de origen, nos ayudaban a imaginar el encuentro sin miedos y nos hablaban de cómo sería la posadopción. Me sentí muy arropada".
"Yo adopté porque me apetecía, pero estaba feliz con mi vida, así que continué los consejos y seguí disfrutando de ella. Me dijeron que me lo planteara como una ilusión de futuro, que no me angustiase y que aprovechara este tiempo. Fui a restaurantes de comida etíope, me informé sobre el país; yo, que nunca había hecho ejercicio, quería prepararme un poco físicamente y empecé a correr e ir a la piscina, etc.". Así hasta que recibió la llamada y entonces viajó a Etiopía. Allí se celebró un juicio por si algún familiar le reclamaba y otro para confirmar que Cristina se hacía cargo de la pequeña. "Fueron dos meses un poco duros".
Hace un año que vive con Tari y las dos están encantadas. "Me ayudaron mucho las charlas previas en las que nos explicaban que la posadopción no es tan bonita como cuando vemos a Angelina Jolie en las revistas"... Hay momentos muy complicados, las dificultades del idioma, la incorporación en el colegio, posibles problemas de conducta, "los padres tienen que entender que van a tener el hijo de otra persona, hay que comprender que viene con carga emocional y dificultades que hay que reconducir", puntualiza la psicóloga.
Al final, los años de espera se 'guardan' en un cajón y se abre el de la nueva vida en familia. "Tari (que ahora tiene 21 meses) es muy alegre y simpática. Desde que se levanta me da vida cada día. Compartimos muchas cosas juntas y, por su puesto, también su pasado, su origen. De vez en cuando vemos un vídeo que le grabé con su cuidadora cuando fui a Etiopía y, aunque aún no lo entiende bien, se emociona".
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