La CIA quería evitar que Laos se convirtiera en una base del Vietcong y armó y entrenó a los hmong tanto como pudo, hasta convertirlos en una especie de ejército auxiliar anticomunista. Durante muchos años -60 y 70-, pequeños aviones de la CIA aterrizaban en aeródromos improvisados en las montañas Lao. Llevaban agentes e instructores militares. Y, de vuelta hacia Vientiane, iban cargados con toneladas de opio cultivado por los hmong. Así se financió aquella guerra sin nombre. Un método que, años después, se repitió con la contra antisandinista establecida en Costa Rica. Los agentes de la DEA se subían por las paredes viendo las martingalas de Vang Pao, pero la CIA se lo consentía todo. Prefería un narcotraficante a un comunista.
Con todo, aquella guerra acabó mal y el año 1975, después de perder a 170.000 hombres -un 10% de la población hmong-, hubieron de llevarse a Vang Pao a toda prisa. El nuevo gobierno socialista de la República Democrática de Laos lo condenó a muerte por contumacia. Establecido en Estados Unidos, continuó recaptando fondos para sostener a un puñado de resistentes que se habían quedado atrás, aislados, en una región montañosa -aún prohibida hoy en día- del norte de Laos. Eso hizo que, en 2007, fuera detenido y acusado por la justicia norteamericana de “conspirar con el objetivo de derrocar por la violencia al gobierno laosiano ”. Dos años más tarde, la persecución judicial se archivó y Bill Lair, el ex agente de la CIA que lo había reclutado, lo calificó como “el guerrillero más grande del mundo”. Pero seguro que en Vientiane no le harán ningún monumento.
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