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jueves, 20 de enero de 2011

De cómo ha apoyado España al régimen tunecino



Ahora que súbitamente despertamos del sueño de que Túnez era un ejemplo de progreso y apertura en el mundo árabe, como había proclamado Aznar hace tan sólo 2 años, convendría también valorar qué papel ha jugado España en la, más que sueño, pesadilla tunecina.

El apoyo ha tenido diversos componentes, tanto políticos, económicos, de cooperación, mediáticos… En el plano político el apoyo trascendió las declaraciones, no por entusiastas menos esperadas, de Aznar alabando la dictadura magrebí. Todavía en Noviembre del 2010 Zapatero enviaba a Moratinos a Túnez con mensajes de trabajo conjunto y diálogo mediterráneo (1), en el marco de la iniciativa de Sarkozy de la Unión por el Mediterráneo. (otro “mal amigo” del dictador, al que ha retirado el apoyo sólo cuando ya estaba caído y bien caído)

Del apoyo político deriva el económico (quizás sea viceversa, pero ése es otro debate). Túnez es uno de los países prioritarios de la AECID (Agencia Española de Cooperación al Desarrollo), dentro de la categoría C (“consolidación” de logros de desarrollo). Las relaciones de cooperación con España se enmarcan en una Comisión Mixta Hispano-tunecina (la última, la sexta, que se dice pronto, se firmó en el 2007), donde se celebra que España y Túnez son “asociados estratégicos prioritarios que gozan de la más alta confianza política” (2). También se pretende superar las contribuciones previas para la cooperación al Desarrollo con Túnez, que entre 2004 y 2006 llegaron a los 10 millones de euros.

Dichos acuerdos de cooperación van unidos al desarrollo de intereses económicos. Firma de un acuerdo de librecambio comercial, inversiones de 130 millones de euros en créditos de Fondos de Ayuda al Desarrollo (FAD), celebración de encuentros comerciales España-Túnez,… Las inversiones españolas en Túnez ascendieron, sólo en 2007, a 1,24 millones de euros (3)

Dicha “apuesta” por Túnez va acompañada de transmitir una imagen de “normalización” del régimen”. A nadie le sorprende que Ben Ali lleve 23 años en el poder, ganando elecciones con el 90% de los votos. Los medios españoles no mencionan Túnez como una dictadura. En el diario El País apenas 100 noticias desde el 2004 al 2010 incluyen los términos “Túnez” y “Democracia”, y la mayoría tangencialmente, frente, por ejemplo, a las casi 1000 que tratan sobre “Cuba y democracia”. Y de la visión que transmiten los medios se pasa a cómo actúan los ciudadanos, llegando así Túnez a ser el segundo destino turístico para los españoles visitando en el Magreb, después de Marruecos.

Se puede argumentar que este ”generoso” apoyo de España, sobre todo el económico y de cooperación, han contribuido al desarrollo económico y a la creación de las clases medias que luego han liderado las protestas que han acabado con la dictadura. Sería como justificar el apoyo de EEUU a Franco durante casi 40 años gracias a que así se creó el caldo de cultivo para la democracia. No, gracias, no interesa. Han sido, además, las clases más desfavorecidas las que junto con jóvenes y desempleados han liderado las protestas, a las que finalmente se ha unido el resto de la población, harta de la corrupción y represión.

Tanto por omisión como por comisión hemos sido cómplices en vez de testigos de una dictadura que no tuvo que esforzarse mucho para mostrar una cara amable, ya que era lo que queríamos ver. Y es con dicha complicidad de las potencias occidentales como los regímenes dictatoriales se fraguan, consolidan y posteriormente perpetúan, a costa de las libertades y derechos de los pueblos que someten. Los ejemplos son numerosos, sin tener que salir de África: desde la Angola de Do Santos hasta El Egipto de Mubarak, pasando por Guinea, Gabón, Argelia…Dictaduras y dicta-blandas, con petróleo o sin él, pero con una característica común: interesan a Occidente, ya sea por el petróleo o gas, porque son “contención del terrorismo”, o por cualquier otra razón.

Y aunque los regímenes “anti-occidentales” también puedan ser longevos (véase Libia, Sudán o Zimbabue, por no salir de África) la diferencia de trato es más que notable (sanciones vs cooperación, o países amigos vs “eje del mal”, vidas de lujo de los familiares del sátrapa de turno en Paris vs órdenes de búsqueda internacional por el TPI,…)

Nuestros valores como ciudadanos y como sociedad se expresan por nuestras palabras y actos, y son exigibles a nuestros gobernantes. Está en nuestras manos, como escritores, ciudadanos, periodistas, políticos o simplemente como turistas que dichos valores de democracia, respeto de los derechos humanos y bienestar económico no sean olvidados en nuestras relaciones con otros países. Nuestra complicidad nos ha hecho culpables; la denuncia nos hará partícipes, al menos un poco, del grito de libertad de un pueblo.

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