Desde primera hora, los accesos a la ciudad han estado semidesiertos, sólo unos 300 de los 1.200 autobuses previstos habían llegado al mediodía a los macroaparcamientos habilitados para la ocasión, según fuentes de Protección Civil. "Los únicos que me han comprado recuerdos de la visita son unos policías sevillanos y unos bomberos de Barcelona. Los peregrinos se han asustado", cuenta Óscar, encargado de la tienda Recordos A Rúa, en el centro histórico de la ciudad y a unos cuantos metros de la plaza del Obradoiro, la zona cero de los pomposos actos organizados por la comisión especial creada por la Xunta para este "acontecimiento histórico". Joseph Ratzinger estaba a punto de aterrizar, y las expectativas de negocio alimentadas desde que hace unos meses anunció su visita se han esfumado.
Diego Pérez, sacerdote del Opus Dei de la diócesis de Tui-Vigo, subraya que lo importante es lo que va a decir el jefe de la Iglesia católica. "No ha venido para que los políticos tengan un rédito electoral". Minutos después, una veintena de personas está parada en el parque de la Alameda ante una de las siete pantallas gigantes instaladas en la ciudad para atender a las masas de creyentes deseosas de no perderse el mensaje de su líder. Están rodeados de un despliegue, este sí histórico, de periodistas, policías y voluntarios de Protección Civil. Habla el Papa, tras aterrizar en el aeropuerto de Lavacolla. Consumidores cargados con bolsas pasan de largo. Cuando Ratzinger termina su discurso, sólo dos de los telespectadores de la Alameda aplauden. El ambiente helado sorprende especialmente a Milagros Sandoval, una religiosa de Lumen Dei llegada de A Coruña. "Hay mucha menos gente de la esperada. Quizás es porque se hizo propaganda de que Santiago es pequeño..." "Es una pena", apostilla, desolada, la mujer que la acompaña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario