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miércoles, 29 de septiembre de 2010

El cáncer y la supervivencia del demonio de Tasmania

La primera imagen que nos viene a la cabeza cuando alguien menciona un demonio de Tasmania es el hiperactivo dibujo animado de la Warner con tendencia a ponerlo todo patas arriba. Pero esta criatura existe en realidad: es un pequeño marsupial que se encuentra sólo en Australia. Se ha hecho famoso en el entorno biomédico porque ha planteado un enigma que los científicos que investigan el cáncer aún están intentando resolver.

A finales del siglo pasado se descubrió que los demonios sufrían un tipo muy particular de tumor agresivo que crecía alrededor de la boca y los mataba en poco más de un año. En cuestión de una década, este cáncer acabó con la mitad de la población de demonios de Tasmania en libertad y se calcula que si no se encuentra pronto una solución, la especie se habrá extinguido antes del 2040.

Lo más interesante fue descubrir que ésta es una enfermedad transmisible. Sabemos que los cánceres no son contagiosos: nadie “coge” uno por estar en contacto con un enfermo. El caso del demonio es el primero que contradice esta máxima (si exceptuamos un raro tumor venéreo que se ve en perros), lo cual es toda una sorpresa. Hace cuatro años se propuso que el cáncer pasaba de un animal a otro gracias a sus violentas tradiciones: los demonios se pelean a menudo e incluso cuando se aparean se les puede acusar de todo menos de ser románticos. De estas escaramuzas acaban llenos de mordeduras y cortes, sobretodo en el morro. Así es como las células del cáncer “infectan” las heridas de los animales sanos y empiezan a crecer tumores rápidamente.

Hace poco se ha visto que las responsables de formar el cáncer son unas células del sistema nervioso y se han encontrado ya diferentes variantes del tumor, aunque todas en principio originadas en un solo animal hace mucho tiempo. Se cree que si el cáncer sigue mutando puede empezar a 'saltar' a otros parientes cercanos del demonio, lo cual sería un problema grave.

Las cosas pintan mal para el pobre bicho. Pero no está todo perdido: hace unos días se anunció que se había secuenciado el primer genoma de un demonio de Tasmania. Uno se puede preguntar por qué perdemos tiempo y dinero leyendo el ADN de un animal tan poco útil para el hombre como éste. Últimamente hemos leído como se secuenciaba el genoma del pavo , del trigo y hasta del cacao, avances que se han publicitado como posibles mejoras en la alimentación del futuro.

El demonio no se puede servir al horno con una manzana en la boca, por desgracia para él, pero a pesar de todo ha habido suficiente interés para invertir fondos en estudiar sus genes. La razón es que su secuencia nos puede ayudar a entender porqué es tan sensible a un cáncer contagioso y cuáles son las mutaciones implicadas en el proceso. A su vez, esto nos tendría que aclarar cómo se convierte una célula en cancerosa y sobretodo cómo es capaz de 'viajar' a otros puntos del cuerpo, que sigue siendo uno de los grandes misterios de la oncología. Si de paso ayudamos a evitar que se extinga un marsupial perdido en las antípodas pues mejor que mejor.

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