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martes, 1 de junio de 2010

Contra el aburrimiento, seamos multitud

El sábado no sólo fue la noche de Jimmy Jump. También fue la del primer flashmob
continental en Europa. Casi seis millones de espectadores lo vieron desde España, muchos de ellos sin saber lo que era. Sucedió justo antes de que comenzaran las votaciones del Festival de Eurovisión. Miles de europeos bailaron simultáneamente en distintas ciudades del continente un tema del grupo Madcon. Habían ensayado en la Red una gran coreografía global. Estaban de acuerdo con un único fin: pasarlo en grande. Había partes que estaban grabadas, pero el efecto fue apabullante. Una muestra más de que las multitudes instantáneas han abandonado lo local para abrazar lo global. Inicialmente era pura diversión, ahora responde a veces a fines contestatarios, otros publicitarios o incluso solidarios.

Flashmob es la palabra sajona empleada para definir a un grupo de personas -normalmente jóvenes- que se han puesto de acuerdo previamente y hacen algo de forma conjunta y ordenada. El fin que se persigue es la diversión (casi siempre), pero las maneras de obtenerlo son infinitas. Desde imitar los pasos de baile de Lady Gaga, hasta participar en una lucha de almohadas o subirse al metro en ropa interior. Sus practicantes reniegan de la política y evitan asociarse a marcas comerciales pero, ¿cómo son en realidad?

Lorena B. responde por teléfono como portavoz de Madrid Mobs (madridmobs.net). Mide al milímetro sus palabras y no revela nada sobre su vida privada. "No podemos decir ni a qué nos dedicamos. Por eso utilizamos el apodo de correveidile", comenta. El colectivo al que representa organiza unos 10 flashmobs al año en la capital española y funciona desde finales de 2004 emulando el funcionamiento de una comuna. "Todos participan y nadie es más importante que otro".

José Félix Tezanos, profesor de Sociología en la UNED, sostiene que los flashmobs son fruto de la desafección social y política que vive la juventud. "Si la revolución industrial vino precedida por el movimiento socialista, la revolución tecnológica carece de pensamientos fuertes. Los jóvenes se sienten ciudadanos de segunda e intentan llamar la atención con formas alternativas de ocio. Rompen con la sociedad, pero también desean pertenecer a una y demostrar que puede existir al margen de los códigos tradicionales", dice.

Madrid Mobs bautiza con el nombre de moBidas a todas las acciones que desarrollan. Pueden ser congelamientos de personas en mitad de la calle o marchas silenciosas. Pero, ¿por qué lo hacen? "Genera espontaneidad y ves partes de ti mismo que no estás acostumbrado a ver. Por diversión y porque a la gente le gusta sentir que forma parte de algo. También puede ser una vía de escape de la rutina, del trabajo", explica Lorena.

No se sabe cuántas personas componen Madrid Mobs. Lorena, que se confiesa apolítica y algo anárquica, habla de 3.000 seguidores intermitentes. La red social Facebook congrega en su canal a poco más de 200. Correveidile explica su pasión por las moBidas con argumentos que rozan el sueño de Peter Pan, un seudolema que recobra aquel "decreto a la felicidad permanente" que plasmó el mayo francés. "Cuando eres pequeño, aprendes jugando. Eso no tiene por qué desaparecer", dice.

Daniel Atik, informático barcelonés, es otro entusiasta de los flashmob. Llegó a Chile hace cinco años y se quedó en Santiago tras una etapa en Viña del Mar, al norte del país. Hace más de dos años, su trabajo no le satisfacía -transportaba carritos de la compra en un supermercado- y decidió experimentar. Entre Facebook, Twitter y su blog flashmob.cl suma hoy más de 9.000 seguidores, miles de personas que asisten a las multitudes que organiza, más o menos una cada tres semanas. Su lema es el siguiente: "No estamos locos, pero nos encanta hacer locuras".

Adicción. Adrenalina. Atik compara la sensación que se vive durante un flashmob con las emociones de un actor de teatro antes de entrar a escena. "Cuando la preparas, no sabes si a la gente le gustará o no, ni siquiera cuántos acudirán". Lo que diferencia a Atik del resto de asistentes a esta clase de multitudes es que él no participa activamente. Se parapeta detrás de una cámara y graba. Su afición, si así puede llamarse, le exige poco en comparación con los beneficios que le reporta. Tres horas al mes para colgar en Internet las instrucciones, grabar y montar las imágenes. A cambio, es invitado a universidades para hablar del fenómeno y ha aumentado su cuenta de Twitter profesional de 200 a más de 8.000 seguidores. Nunca cobra.

Provocar a la gente y estudiar su reacción. Los flashmobs son relativamente nuevos para el ciudadano medio, pero recuerdan a movimientos filosóficos como el situacionismo de Guy Debord. José Luis Pardo, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, afirma que sus consignas "resuenan a Mayo del 68 aunque carecen de connotaciones políticas y son más estéticas". A Tezanos le recuerdan a la corriente sociológica de la etnometodología, un grupo de estudiosos coetáneo al movimiento hippy. "Iban a reuniones formales en ropa interior y estudiaban las reacciones de los asistentes".

Lorena Yera, una de las creadoras de Barnamob -un grupo en Barcelona con 2.882 simpatizantes en Facebook- acepta la radiografía en la que les encuadran los expertos. "No están desencaminados. Conseguimos que los participantes sean protagonistas aunque sea durante cinco minutos. Comentan la experiencia y poco a poco se convierten en una gran familia, forman parte de un grupo". ¿Son hippies sin causa? "Con eso no estoy de acuerdo. Para actuar no hace falta una causa. El objetivo que perseguimos es el divertimento".

Las multitudes instantáneas no dejan de ser un acto de comunicación alimentado por las redes sociales. A Juan Faerman, autor del libro Faceboom: el nuevo fenómeno de masas Facebook, califica los flashmobs de "saludables", pero no las tiene todas consigo cuando opina sobre sus promotores. "Hay gente cuya autoestima crece porque tiene 5.000 amigos en Facebook, cuando en realidad no los tiene. Confunde realidad y virtualidad. Una guerra de almohadas puede representar un regreso al contacto social, pero también puede ser solo superficial. Lo que está claro es que sus autores buscan reconocimiento. No hace falta ser Freud para darse cuenta".

La segmentación también ha llegado a estas acciones planeadas. Los smartmobs utilizan la misma metodología que los flashmobs pero defienden temas más comprometidos y abandonan la diversión por la diversión. Sirven para rendir homenaje a un artista, reunir fondos tras un desastre natural o denunciar una injusticia social.

En enero de este año, Tib Genoom (nombre ficticio por motivos de seguridad), emigrante iraní en Inglaterra, organizó en la estación de metro de Liverpool un smartmob de cinco minutos para denunciar la opresión de su pueblo. Creó un evento en Facebook e hizo publicidad de la acción en sitios gratuitos como flashmob.co.uk. Congregó a 30 personas, incluido él, pero logró el impacto deseado. "Escogí una danza derviche (un baile sagrado) porque quería que fuese divertido y también respetuoso. La policía nos pidió que nos marcháramos. Un smartmob puede ser más que un juego. Hasta puede convertirse en una herramienta potente para un defensor de los derechos humanos", asegura.

Inés Sánchez, de Coordinadora de ONG para el Desarrollo, se ha servido recientemente de los smartmobs para promocionar la campaña de Pobreza cero. Buscaba distanciarse de la imagen típica del tercer sector y llegar a gente de la calle. Actores contratados recorrieron el centro de Madrid y representaron desde a una mujer que se ponía de parto hasta un niño sin escolarizar. Tuvo éxito. "Mi sensación es que la campaña llegaba solo a los ya concienciados. Veía necesario llevar las cosas a un lenguaje cercano. Aunque defender un flashmob es complicado", sostiene Sánchez.

En Chile, Daniel Atik también ha espoleado la curiosidad social por buenas causas. Lo hizo una semana después de que un seísmo sacudiera el país a finales de febrero y también tras el fallecimiento de Michael Jackson. "En la primera fuimos menos de 100. Cantamos el himno e hicimos aportaciones como alimentos no perecederos o lápices para los niños. En la segunda fuimos algo menos de 300". Tras el terremoto, Cruz Roja se interesó por su afición y le propuso ampliar la iniciativa a todo Chile. "Si es por una buena causa y ayuda a extender la experiencia...", dice.

¿Qué hay de asociarse a una marca? Televisiones (Cuatro, La Sexta), compañías de moda (H&M, Reco Jeans) y de telefonía (T-Mobile) han aprovechado el tirón de los flashmobs para hacer caja. Håcan Andersson, de la cadena sueca de tiendas de ropa, ensalza su valor de reclamo, aunque no cree que lleguen a sustituir a la publicidad convencional. "Nuestras tiendas siempre serán lo más importante, pero nos gusta sorprender a los clientes".

Los puristas subrayan que el término se desvirtúa si existe una intencionalidad. "Dentro de poco lo sorprendente será que la gente no haga nada en la calle. Se perderá el impacto", afirma la representante de Barnamob. Lo mismo piensa Charlie Todd, uno de los creadores de la asociación estadounidense Improv Everwywhere y gurú para los fanáticos que, como mucho, ha aceptado patrocinios como el de Yahoo! "El trigésimo vídeo en YouTube sobre tipos bailando ya no hace gracia. La clave está en concebir nuevas ideas".

Todd reniega de la palabra flashmob. Sus locuras empezaron antes de que se acuñara y prefiere hablar de misiones, tareas con asombrosos resultados y con menos gente detrás. En improveverywhere.com/missions/ puede verse un listado de ellas. Entre las mejores figuran Who you gonna call? (¿A quién vas a llamar?) y Where's Rob? (¿Dónde está Rob?). En la primera, un joven disfrazado de espectro se adentra en la biblioteca pública de Nueva York hasta que cuatro cazafantasmas le dan caza, y en la segunda, un miembro de Improv finge estar perdido en el estadio de los Knicks y consigue que cientos de personas le indiquen el camino hasta su asiento.

Reinventarse o morir. La calidad y no la cantidad. Lorena Yera aboga por acciones más largas, pequeñas y teatralizadas para superar la usurpación comercial. Se denominan happenings. ¿Un ejemplo? Que los usuarios del metro vayan en ropa interior en un día señalado. Puede sonar a disparate, pero Yera tentó a 260 personas en Barcelona.

El afán por el ingenio acarrea inventos insólitos. La mínima expresión de un flashmob: moBicua. Ya no hace falta salir a la calle ni estar rodeado de gente. El seguidor recibe las instrucciones a través de Twitter o Facebook y lo hace en su propia casa. Si ve que tres de sus vecinos salen a los balcones para cantar una canción de Sinatra, no se asuste. Eso es una moBicua. Como rezaba el socialismo marxista, la revolución empieza por uno mismo. existe y tiene nombre


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