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martes, 14 de julio de 2009

Concluye con éxito el 'Gran Hermano' marciano


Eran las 14.00 horas (12.00 hora española) cuando un operario del Instituto moscovita de Investigación de Problemas Biomédicos se acercó a la compuerta del búnker cilíndrico cerrado bajo cuatro llaves, Estampada en el portón, que parece sacado del 'atrezzo' de 'Alien', destaca la inscripción en caracteres cirílicos: 'Antes de abrir comprobar el nivel de presión'.
Ante la expectación de más de cien periodistas que embestimos con cámaras, micrófonos y bolígrafos, el hombre abre un cerrojo, levanta un pestillo con forma de alambre con los extremos lacrados y fuerza una palanca a guisa de pomo. En medio de la máxima expectación se abre el portón espacial y (presa ya de la sugestión) uno habría querido ver aparecer a Darth Vader entre vaharadas de humo frío.
Pero no. Ataviados con pulcros monos azules y playeras impolutas, los seis voluntarios de la primera fase del experimento 'Mars 500' (cuatro rusos, un francés y un alemán) salen de la nave con la sonrisa por delante tras haber permanecido 105 días completamente aislados. Se trata de la primera simulación de un vuelo al planeta rojo que persigue probar la compatibilidad psicológica de los tripulantes.
Bajo la pancarta 'Damos la bienvenida a los primeros visitantes de Marte', las seis 'cobayas' humanas saludan a los periodistas. Tres chicas les entregan ramos de flores a los cosmonautas de pega, mientras al fondo se oyen los sones rimbombantes de canciones patrióticas.
Después de tres meses de encierro, a los cosmonautas les esperaba la encerrona de la prensa. El calor atosigante de Moscú (de unos treinta grados) y la falta de aire acondicionado se conjugan para crear una atmósfera irrespirable en la 'nave' que acoge los cinco módulos forrados de madera de roble donde se desarrolló el experimento.
Tras las felicitaciones de rigor, los voluntarios se someten a un examen médico, después de lo cual dio comienzo la rueda de prensa junto a un retrato de Yuri Gagarin, el primer hombre en el espacio, con una paloma en la mano.
Lucha contra la monotonía
¿Qué fue lo más difícil durante el asilamiento? "La monotonía. La monotonía del trabajo constante", declara Oleg Artiomov, cosmonauta de 37 años y piloto de pruebas del consorcio espacial Energuia. El médico Alexei Shpakov reconoce que lo más difícil para él fue saber que la misión "no era un vuelo real". Por su parte, el voluntario alemán, Oliver Knickel (seleccionado por la Agencia Espacial Europea), dice que "las diferencias de mentalidad" derivadas de las distintas nacionalidades de los voluntarios "no supusieron ningún obstáculo".
Como prueba del buen rollo que gobernó los días de encierro, Olivier revela que celebraron su cumpleaños con un banquete por todo lo alto ("hubo mucha ensalada") e incluso uno de ellos se animó a tocar la guitarra (punto que parece no haber minado la moral del grupo).
El piloto francés Cyrille Fournier reconoce que aún no sabe qué hará con el dinero [cada uno de ellos ha recibido 15.000 euros], después de lo cual Shpakov puntualiza: "el dinero no fue la motivación principal". Aunque está previsto que hoy mismo regresen a sus casas, cada dos días deberán acudir a las instalaciones del Instituto para someterse a un chequeo médico. Aunque el tabaco y los teléfonos móviles estaban prohibidos, los voluntarios han podido disponer de libros, películas y ordenadores portátiles durante el encierro.
Habrá mujeres en la segunda fase del experimento
Según los responsables del experimento, los voluntarios están en perfectas condiciones y todo el experimento se desarrolló según el plan (con simulaciones de averías incluidas). Interpelados por la ausencia de mujeres en el equipo, los jefes de la misión (financiada en su mayor parte por la Agencia Espacial Rusa) afirman que la selección de voluntarios se hizo sin afán discriminador, y que seguramente habrá mujeres en la segunda fase del experimento 'Mars 500', que consistirá en el encierro de seis voluntarios durante 520 días.
Uno de los periodistas asistentes a la rueda de prensa levanta la mano, mostrando a la vista de todos su camisa completamente empapada en sudor. En la sala hace tanto calor que uno empieza a sospechar que el Instituto ruso aprovecha la coyuntura para llevar a cabo otro experimento: meter a cien periodistas en un cubículo sin aire, con un ágape compuesto de galletitas y té bien caliente, y tan sólo tres ventiladores que giran con parsimonia desesperante. ¡Quiero salir!

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