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sábado, 5 de abril de 2014

'Te hacen creer que, si pides ayuda, el vudú te mata'

Antes de entrar irregularmente en España, Mercy firmó en Benin City (Nigeria) un contrato con su tratante, un pacto de emigración destinado a unirles para siempre con el vínculo invisible del miedo. El juramento quedó encerrado dentro de un tarro embadurnado con su sangre menstrual en el que un brujo introdujo cenizas, vello púbico y uñas de animales. Rodearon el bote con un hilo, pusieron un candado a todo aquello y echaron la llave. Mercy llegó a Madrid pensando que trabajaría como peluquera y fue engañada y forzada por una mami (una explotadora) a ejercer la prostitución en la Casa de Campo. Tardó un año en acudir a la Policía. "Me obligaban a ganar 3.000 euros al mes y, por miedo al vudú, no lo denunciaba. En mi país, la mayoría cree en el vudú. Yo pensaba que, si no cumplía y no pagaba la deuda, me iba a morir y a mi familia podía pasarle algo. Te hacen creer que si pides ayuda o intentas escapar, el vudú te mata", cuenta a EL MUNDO, mientras se retuerce las manos, esta testigo protegida de 35 años.
La suya es la historia de miles de mujeres nigerianas víctimas de trata que se han convertido en esclavas de las mafias de su país y un auténtico filón para sus negocios. La diferencia es que, al menos ésta vez, la cosa acabó bien. Mercy decidió escapar y ahora trabaja comointérprete del Grupo II de la Brigada Central contra la Trata de Seres Humanos de la Policía Nacional ayudando a otras chicas a escapar de las redes de explotación sexual que se han asentado en España.
Miles de mujeres nigerianas son esclavas de las mafias en su país y un auténtico filón para sus negocios
'Me obligaban a ganar 3.000 euros al mes y, por miedo al vudú, no lo denunciaba'
"Yo tenía una peluquería en Nigeria, no me iba mal del todo. Soy la pequeña de una familia de seis hermanos. Pero siempre me gustó España...". En 2005, un amigo le habló de una mujer que vivía en Madrid y que podía ayudarla y se encomendó a ellos. Ni siquiera tuvo que pagar el billete de avión porque su explotadora se encargó de todo. Le entregaron un documento de identidad falsificado en el que figuraba como menor de edad y con nacionalidad italiana. Primero voló a Lagos, donde estuvo dos semanas aprendiendo italiano para sostener su coartada. Compartió habitación con otras 12 chicas. Todas fantaseaban con su nueva vida en Europa. "Era todo tan bonito... Ninguna de nosotras sabíamos lo que nos esperaba".
Mercy voló de Lagos a Amsterdam y de ahí llegó en tren a Madrid. En Alcorcón le esperaba su explotadora, la amiga de su amigo, la mami, que la recibió con una sonrisa: "Bienvenida a Europa, vete a descansar y luego me cuentas cómo fue el viaje". Cuando Mercy despertó comenzó su infierno. La mami le soltó:
- Siéntate, vamos a hablar. Tú tienes una deuda conmigo de 45.000 euros por todos los costes del viaje. Así que te voy a enseñar un sitio donde trabajan chicas con los blancos y ahí puedes conseguir la pasta. Me tienes que traer más de 50 euros al día. Nada de 20 o 30 euros.
Mercy se negó. Se puso a llorar. Insistió en que no quería "trabajar en eso", en que ella vino para emplearse en una peluquería.
- ¿Cómo vas a pagar 45.000 euros haciendo trenzas en el pelo?, le dijo la mami. Mercy llamó a su madre y a sus amigas en Nigeria: "No vengáis, todo esto es un engaño".

El calvario y la huida

Durante un año hizo la calle 12 horas al día. De cinco de la tarde a cinco de la mañana. Lloviera o hiciera calor, con la regla o sin ella, estando enferma y destrozada por dentro. "Tuve que trabajar hasta en Nochebuena", recuerda. "Ni siquiera podía dormir, al menos no más de dos horas al día. Luego tenía que limpiar la casa y cocinar".
Mercy vivía con la mami y otras dos chicas, con las que no podía ni hablar. "Cada mes tenía que pagarle 3.000 euros. Me descontaba la ropa, la luz, el gas, el dinero del alquiler de la habitación y 50 euros semanales por la comida, el champú, los preservativos, las pastillas...". Así que, para conseguir más dinero, la explotadora enseñó a Mercy a robar a los clientes y a disfrazarse con otra ropa y pelucas para que no pudieran reconocerla. Mientras tanto, la mami la maltrataba: "Me daba unas palizas que no veas. Si yo no trabaja mucho, me pegaba".
'Me daba unas palizas que no veas. Si yo no trabaja mucho, me pegaba'
Un día Mercy no pudo más. "Llegué a la casa con sólo 30 euros y ella me empezó a golpear. Escapé. Me di cuenta de que aquí me iban a matar seguro. Llevaba un año aguantando. Sólo quería volver a mi país".
No es fácil huir de estas redes. Cuando el captador de Mercy en Nigeria se enteró de lo que había hecho, comenzó a amenazarla con matar a su familia. La madre de Mercy lo denunció (no todas obran así, algunas incluso aprueban que se prostituya a sus hijas) y este individuo fue detenido. Hoy la explotadora también está en prisión, cumpliendo una condena de ocho años. "Tardé mucho tiempo en recuperarme. Todos los días tenía pesadillas y me despertaba llorando. No quería comer".
La Policía puso a Mercy en contacto con el Proyecto Esperanza, un programa de las religiosas adoratrices para la trata. Mercy dejó de creer en el vudú y en 2007 comenzó a trabajar como intérprete para los agentes. Se encarga de traducir las escuchas en las operaciones. Oye las conversaciones de las mafias.
Los agentes de la brigada dicen que es muy valiosa, porque también habla con las víctimas, las tranquiliza, las convence para que denuncien. "Para mí no es fácil, porque yo también he sido víctima y revivo lo que ha pasado", admite Mercy, ya con ocho años de residencia legal en nuestro país, con un marido nigeriano, con dos niños de cinco y un año, con toda la vida por delante.
A Mercy, sin embargo, se le ha quedado algo enquistado. Casi al final de la entrevista, como disculpándose, confiesa que no ha vuelto a tener amigas. "Es que no puedes confiar en nadie".

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