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sábado, 5 de abril de 2014

Las mafias nigerianas de la prostitución se trasladan a España

Las mafias nigerianas están trasladando a España los negocios delictivos que practican en su país y en la ciudad de Maghnia, en la frontera entre Argelia y Marruecos. Allí, cada niño tiene un valor de 400 euros y cada mujer paga 50.000 euros por su traslado a Europa. Estos clanes, considerados de "extrema crueldad", utilizan la violencia y el vudú para esclavizar y prostituir a sus víctimas. Una de ellas, la testigo protegida Mercy, habla para EL MUNDO.
Los inmigrantes ilegales emplean varios caminos para llegar desde el África subsahariana a Europa, a España: con un pasaporte y 500 euros a través de Marruecos si son ciudadanos de los países que tienen firmado un acuerdo bilateral con el régimen alahuí. Con un pasaporte falso si quieren ir por la misma vía, pero no pertenecen a esos países privilegiados por Marruecos. Por el paso de Mauritania o por el de Maghnia, en Argelia, hasta acabar en las costas españolas o italianas después de cruzar el Mediterráneo en una patera propiedad de las estructuras criminales. O incluso por avión, en viaje organizado por esas mismas estructuras.
Al llegar a la frontera, los nigerianos van a la unión que le corresponde por su etnia. Si no, los matan
De todas esas opciones, la que entraña lo que los expertos denominan una "extrema crueldad" es la que depende de las mafias nigerianas en la frontera argelina. Cinco uniones, como son denominadas, compuestas por unos 100 individuos, controlan el paso. Cada una corresponde a una etnia y tres de ellas, igbo -de los ladrones-, edo -de los estafadores- yyoruba - de los intelectuales- tienen un papel preponderante. "Cuando llegan a la frontera, los nigerianos van a la unión que les corresponde según su etnia. Si no lo hacen, les matan", sostienen los expertos.
Después, algunos pagarán unos 100 euros por cruzar, y en cada ciudad acudirán a las sucursales de empresas como la Western Union para ir abonando a su conseguidor la cantidad correspondiente a cada trayecto hasta llegar a la costa.

Tragedia femenina

Pero lo que en principio constituye un abuso propio de las mafias dedicadas a la inmigración ilegal, alcanza el carácter de tragedia si se trata de las mujeres. Salvo excepciones, las mujeres que aspiran a cruzar la frontera hacia España son violadas de forma ritual por los miembros de las uniones. Es el jefe el que determina cuándo pueden quedarse embarazadas y, si se quedan embarazadas, el niño es propiedad del chairman de la unión, que lo utilizará del modo que le convenga. Las uniones saben que un niño garantiza la permanencia de la adulta que lo lleva hasta Europa, de modo que los venden, los asignan a otra mujer a cambio de unos 400 euros.
En realidad, para las mafias, las mujeres son simple género que proporciona rentabilidad en el negocio del traslado y que, después, refuerza dicha rentabilidad con el negocio de la prostitución y con la explotación de los niños. Y, para controlarlo, se han trasladado a España, donde se llevan una buena parte de los cinco millones de euros que reporta el tráfico de personas en nuestro país.
Las mujeres que aspiran a cruzar la frontera a España son violadas de forma ritual
"Es complicado detectar la conexión entre los cabecillas de la red que permanecen en el sur del Sáhara con los que están en la frontera y los que se mueven en España pero, por las declaraciones de las mujeres, sabemos que la hay. Dan alias o nombres de pila y siempre se repiten cinco o seis que forman parte de la misma estructura, pertenecen a la misma organización", señala el inspector jefe de la Policía José Nieto.
Las primeras mujeres en llegar a Europa se convirtieron en explotadoras de sus conciudadanas
Hace aproximadamente 10 años llegó una primera oleada de inmigrantes hasta Madrid, Milán o Berlín, que tenían cierta formación y que detectaron la potencialidad del negocio de la inmigración ilegal. Las primeras mujeres en llegar a Europa se convirtieron entonces en explotadoras de sus propias conciudadanas. Ellas son las que se ponen en contacto con los captadores para que les envíen mujeres con las características demandadas, que pueden ser de su propia familia, y son las estructuras mafiosas las que garantizan que las chicas, de cualquier edad, lleguen a su destino. Sólo aquéllas que son demandadas como vírgenes se verán liberadas de pagar el peaje de la frontera.
Cuando las mujeres subsaharianas llegan a las costas españolas, los agentes policiales les leen el artículo 59 bis para que sepan que pueden estar siendo explotadas y que están dispuestos a ayudarlas. Lo mismo ocurre cuando son trasladadas a la Cruz Roja o quedan bajo los cuidados de las ONG. Pero ni reaccionan.

La amenaza del vudú

Hace pocos años, las trabajadoras sociales que las atendían al llegar, se dieron cuenta, además, de que había algo raro en la reacción de las madres. Algunas ni miraban a los niños cuando lloraban, bastantes no tenían inconveniente en ponerlos en situación de riesgo si eso les permitía chantajear a la Administración para quedarse o para superar algún tipo de obstáculo. Al final, a las mujeres las recogía un presunto marido que nunca lo era o algún sacerdote-guía espiritual que tampoco lo era y, a partir de ahí, empezaban un periplo estudiado que las llevaba -las lleva- por los polígonos industriales de diferentes ciudades de la península hasta recalar, por ejemplo, en las vastas extensiones de plástico de los invernaderos almerienses. Los niños acababan, como garantía, encerrados en pisos donde las verdaderas madres no volvían a verlos en dos o tres años y las madres falsas no volvían a verlos nunca.
Ésas fueron las pistas que llevaron a pensar que los niños no eran suyos, que los llevaban sólo para quedarse y que los habían comprado o alquilado, o simplemente se los había asignado un mafioso. Pruebas de ADN realizadas a raíz de esas sospechas, desde hace un par de años, confirmaron los temores de policías y de los trabajadores sociales.
El motivo por el que estas mujeres se dejan llevar hasta un desbarrancadero tan cruel es el más difícil de controlar: su creencia en que si rompen su promesa de vudú, pueden morir y su alma queda maldita. Estas mafias, a diferencia de las rumanas, por ejemplo, que necesitan una jerarquía de control sobre los explotados, no requieren de lugartenientes que vigilen a las personas a las que han esclavizado. Basta con el vudú. A veces, el explotador únicamente les deja una caja en el lugar donde las mujeres se refugian y las conmina a llenarla con 100 euros diarios. Puede que realicen alguna contravigilancia puntual pero, normalmente, no necesitan volver hasta pasados los cuatro días para recoger sus 400 euros.
Los agentes policiales han estudiado mucho el fenómeno, se pelean con él día tras día y saben que la desprogramación del vudú es improbable y, en todo caso, ha de proceder de la misma madera, de una mujer que se haya visto en las mismas circunstancias. Y eso hacen, intentar convencer a las explotadas de que otra vida es posible.
Según las cifras barajadas por Policía y Guardia Civil, en 2012 fueron detectadas 976 víctimas de la trata de personas en España; en situación de riesgo llegaron a contabilizarse 12.305, y los expertos policiales consideran que las víctimas potenciales pueden llegar a triplicar esa cantidad. En 2013, la Policía Nacional llevó a cabo 28 operaciones con 92 detenidos y 39 víctimas. Todas las víctimas lo eran de redes nigerianas, que, en vista del éxito, han ampliado su campo de maniobra a cualquier ámbito delincuencial, desde la falsificación de moneda al tráfico de drogas. Los expertos advierten precupados: tal es su pericia que, en Italia, empezaron de mamporerros de la mafia y han acabado siendo sus socios.

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