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jueves, 13 de marzo de 2014

Nos deja Rouco Varela, el Darth Vader de la Iglesia española

Rouco Varela se marcha. No es que se haya muerto. ¡Qué va! Rouco es un indeseable de cuidado y Dios va a postergar toooodo lo que pueda el momento de tenerlo a su lado en el Cielo. Lo que pasa es que ha sido sustituido al frente de la Conferencia Episcopal por Ricardo Blázquez.
Según los expertos eclesiásticos, el nuevo presidente es mucho más moderado que Varela. Cosa que no es muy difícil. Un perro rabioso poseído por todos los demonios del infierno y con un lanzallamas encendido en el culo sería mucho más moderado que el expresidente de la Conferencia Episcopal.
Rouco Varela fue un hombre con un sueño: modernizar la Iglesia. Quiso que los viejos palos con púas oxidadas para torturar infieles fueran cambiados por porras eléctricas, martillos neumáticos e ipods con mp3 de Abraham Mateo. Pero el mundo actual no estaba preparado para un hombre como él.
Sus opiniones siempre fueron polémicas. Del matrimonio homosexual dijo que era “la rebelión del hombre contra sus límites biológicos”. Y puede ser verdad. Un cura entiende mucho de“límites biológicos”, ya que no es fácil introducir un pene adulto en el ano de un monaguillo.
Rouco también afirmó que el aborto era uno de los peores crímenes de la humanidad. Y es algo a tener en cuenta, puesto que Rouco entiende mucho, de crímenes. Al final y al cabo, la institución a la que representa asesinó a miles en la Inquisición, legitimó la masacre de nativos en América, se alió con el franquismo y oculta casos de pederastia en su seno.
Rouco también insultó a los manifestantes del 15M cuando dijo que “no conocen a Dios y tienen sus vidas rotas”. Aunque, si lo pensamos bien, tampoco es ninguna mentira. Muy creyentes no tenían pinta de ser. Y si se manifestaban, era porque, efectivamente, tenían sus vidas rotas.
Javier Blázquez tiene un gran trabajo que hacer en la Conferencia Episcopal. El número de fieles baja cada día más en España. Mientras tanto, Rouco volverá a su casa para recordar tiempos mejores, cuando los curas españoles eran tan poderosos que podían mirar cara al Sol sin que les pasase nada.

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