El pasado 30 de junio, miles de coptos se sumaron a las manifestaciones que precedieron al golpe contra el presidente egipcio Mohamed Morsi.
Este miércoles, en las horas que siguieron al asalto policial de las
protestas islamistas, al menos 40 iglesias eran devoradas por las
llamas, tras ataques de grupos extremistas que expresaban así su ira por
el apoyo de los cristianos egipcios al golpe de Estado perpetrado por
el Ejército. La localidad de Minya, al sur del país, fue la más afectada
por los atentados. Hasta 11 templos religiosos fueron asaltados, según
datos ofrecidos por la organización copta de derechos humanos Unión de
Jóvenes de Maspiro.
Pero las iglesias no han sido el único objetivo de los islamistas
radicales. Viviendas particulares, comercios, centros médicos y escuelas
ardieron también, poco después de que la policía irrumpiera en los
campamentos que los Hermanos Musulmanes y sus seguidores mantuvieron
durante seis semanas en El Cairo, en un desalojo violento que ya se ha
cobrado más de 600 vidas.
Desde hace décadas los cristianos de Egipto, que representan el 10%
de una población de 84 millones, se sienten inseguros en su propio país.
La violencia sectaria es un peligro latente que estalló con toda su
fuerza el miércoles. Ya sean cristianos o musulmanes, a los egipcios no
les gusta mostrarse como un pueblo débil y, a pesar de la consternación
que sufren, los líderes de las iglesias coptas mantienen un discurso de
firmeza pasmosa: “Éste es el precio que estamos pagando por apoyar el
derrocamiento de Mohamed Morsi.
Ahora lo sabemos. Pero es mejor pagar ese precio que seguir viviendo
bajo el régimen fundamentalista de los Hermanos Musulmanes”.
Rafiq Grish, sacerdote y director de la oficina de prensa de las
Iglesias Coptas, recuerda vivamente la violencia sufrida por sus fieles
en toda la década de los noventa. Y añade, sin variar el tono, que están
acostumbrados a sobrevivir en un medio hostil. De pronto, como si se le
hubiese olvidado algo importante, asegura con vehemencia: “Hay una cosa
que debe quedar muy clara: los ataques que hemos sufrido desde el 26 de
enero de 2011 [el inicio de la revolución contra Mubarak] no son el
fruto de problemas sectarios. El conflicto es entre los Hermanos
Musulmanes y los egipcios que no los apoyan, no entre cristianos y
musulmanes”. Según el sacerdote, ambas religiones viven en paz y muchos
de los seguidores del profeta Mahoma protegen con su vida las iglesias
de sus barrios.
Los coptos se debaten entre el amor que le tienen a su patria y su
deseo de marcharse. Canadá y Estados Unidos, fundamentalmente, se han
convertido en la tierra prometida de quienes ya han tomado la decisión
de abandonar el país. Inaz Moawad tiene familiares y conocidos que ya se
han marchado sin billete de vuelta, pero ella asegura que nadie va a
lograr que se vaya porque “alguien tiene que quedarse a defender Egipto
de los terroristas”. Esta cristiana de 43 años, se manifestó para pedir
la caída de Morsi, el 30 de junio, frente a la Embajada de su país en
Madrid. También salió a las calles de El Cairo el 26 de julio, cuando el
comandante de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa, Abdel Fatah al
Sisi, pidió a los egipcios que salieran masivamente a las calles para
dar el visto bueno a los militares en su “lucha contra el terrorismo”,
en referencia a los islamistas.
Como otros tantos, Moawad justifica sin ambages el desmantelamiento
violento de las acampadas de los seguidores del expresidente, con
palabras que demuestran un profundo rencor hacia los Hermanos Musulmanes
y sus seguidores: “Estaba aguardando que la policía pusiera fin a las
sentadas. Mis suegros viven junto a la mezquita de Rabaa al Adauiya y mi
marido no podía ir a visitarlos. El único día que los acampados le
dejaron entrar le dijeron que, cuando terminara la visita, no se le
ocurriera volver por allí”.
Tradicionalmente, los cristianos en Egipto se han alineado con el
único elemento que, en su opinión, ha demostrado ser capaz de
garantizarles un nivel de seguridad aceptable: el Ejército. Tras la
revolución y las primeras elecciones democráticas, asistieron con temor
al ascenso al poder de los islamistas, convencidos de que terminarían
infiltrándose en todos los organismos del Estado hasta lograr un poder
ilimitado. Quienes opinan diferente deben enfrentarse a las críticas de
familiares y amigos como es el caso de Mina Fouad. Este director de cine
de ideología liberal no se casa con nadie y se lamenta de que, quienes
le critican, parecen haber olvidado: “Hace menos de dos años los
militares estaban matando cristianos en Maspiro y ni uno solo de los
responsables ha sido juzgado. Por eso ni puedo entender ni compartir el
apoyo ciego al Ejército”.
El cineasta se refiere a la represión ejercida por las fuerzas de
seguridad en octubre de 2011, en una jornada que terminó con la vida de
28 personas, la mayoría cristianos que pretendían iniciar una sentada
frente a la sede de la radiotelevisión pública. “Ya con Mubarak, los
militares trataban de fomentar la islamofobia entre nosotros”, continúa
Fouad. “No voy a negar que existen grupos extremistas muy peligrosos,
pero a los militares les interesa que nos sintamos inseguros y su
objetivo es convencernos, con su propaganda del miedo, de que sin ellos
estamos abandonados a nuestra suerte”.
Fachada de la iglesia Príncipe Tadros, quemada en un ataque, el jueves en Minya, Egipto. / giro mais (efe)
Una comunidad fundada en el siglo I
La Iglesia copta, fundada en Egipto en el siglo I, es la principal denominación cristiana del país árabe. Pertenece a ella un 10% de los 84 millones de egipcios. Otro 1% profesa otras ramas cristianas.Los coptos están liderados por el papa Tawadros II, entronizado en la catedral de San Marcos, en El Cairo, en noviembre pasado tras la muerte de su predecesor, Shenuda III. Durante el pontificado de Shenuda III, la Iglesia ejerció a menudo de representante político de la comunidad, lo que supuso una estrecha relación con la dictadura de Hosni Mubarak. Los coptos laicos apuestan por alejar la Iglesia de la política.
Desde finales del siglo XIX los cristianos más pobres ejercen de informales recogedores de basura en la capital egipcia. Viven en Mokattam, un enclave cristiano popularmente conocido como la ciudad de la basura. Mubarak ordenó en 2009 matar a toda la cabaña de cerdos —300.000 animales que devoraban los restos orgánicos— por la peste porcina.
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