Por supuesto. El Vaticano es un
importante actor geopolítico. Así como todo mundo puede sentir que le
concierne quién arriba como líder de Estados Unidos, Alemania, Rusia,
China o Brasil, así también nos concierne quién se vuelve papa. Se dice
que Stalin preguntó alguna vez:
¿Cuántas tropas tiene el papa?Pero la fuerza geopolítica es más que la fuerza militar.
Es cierto que el papa está constreñido por los intereses de largo
plazo de la Iglesia católica y por su trayectoria histórica. Pero
también están así de constreñidos los líderes designados de cualquier
Estado importante. También es cierto que sí hace diferencia quién es el
líder particular. Dentro de estas limitaciones, el líder puede inclinar
las políticas en una u otra dirección.
En el caso del Vaticano, desde 1945 se han electo cinco papas. Los
electos se apegaron más o menos a las expectativas –excepto uno. Se
suponía que Juan XXIII, de edad avanzada, haría poco, siendo un papa
interino en tanto se dirimían las diferencias entre los puntos de vista
de los cardenales. No obstante, en su relativamente corta carrera lanzó
un viraje importante de las políticas del Vaticano (tanto teológicas
como mundanas) en lo que se conoció como un aggiornamento (una
actualización) de la Iglesia en el Concilio Vaticano segundo. Su impacto
fue tan grande que uno podría decir que el objetivo primordial de sus
sucesores ha sido deshacer lo que él hizo, o por lo menos limitar lo que
consideraban era el daño causado por él.
Es verdad que los debates teológicos al interior de la Iglesia (que
son muchos y muy importantes) conciernen profundamente, casi que en
exclusiva, a los fieles de la Iglesia. Pero los líderes de la Iglesia, a
todos los niveles –en el Vaticano, en el nivel de las estructuras
nacionales de los obispos, y a nivel local en cada una de las diócesis y
parroquias– extraen conclusiones mundanas de la teología y, por tanto,
buscan afectar lo que ocurre en la arena política.
Es bastante la diferencia política entre obispos que abrazan la
teología de la liberación o, en el otro extremo, aquellos que abrazan
los puntos de vista del Opus Dei o, aún más a la derecha, los de la
Sociedad de San Pío X. Y aunque la Iglesia tiene variados números de
adherentes en diferentes zonas del mundo, hay muchas zonas en las que
forman una parte significativa de las poblaciones nacionales: el
continente americano, mucho de la Europa occidental y del sur, algunas
partes de Europa oriental, varias partes de África, algunas partes del
este y el sureste asiático, y Australia. Es una lista larga. Los
católicos son hoy cerca de 16 por ciento de la población mundial. El
único grupo mayor son los musulmanes, que son cerca de 22 por ciento.
En estos países los líderes de la Iglesia con frecuencia respaldan
implícitamente a algún candidato en las elecciones. Por lo regular
asumen posturas fuertes en torno a varios tipos de legislaciones que
afecten la moral social y su permisibilidad. Con frecuencia tienen
posiciones sobre cuestiones de bienestar social. Y algunas veces toman
posiciones en torno a cuestiones de guerra y paz. En el sistema-mundo
como un todo, y ciertamente en muchos países, el resto de nosotros
algunas veces encuentra aliados entre las figuras de la Iglesia y
algunas otras veces encuentra oponentes.
En verdad, los no católicos no tienen decisión alguna acerca
de quién es electo papa. Pero en realidad muy pocos católicos pueden
decir algo al respecto. El Vaticano es una de las últimas monarquías
absolutas. Y cuenta con un sistema electoral muy especial, en el cual
aquellos miembros del colegio cardenalicio (todos escogidos por algún
papa previo) que sean menores de 80 años votan en secreto y repetidas
veces hasta que una persona logra una mayoría.
Una mayoría de los miembros menores de 80 años del actual colegio de
cardenales fueron elegidos por el papa Benedicto XVI, y parece que su
criterio principal fue que compartían en gran medida la mayor parte de
aquellas posiciones teológicas que él consideraba de importancia
primordial. Pero dicho esto parece haber muchas diferencias en los
puntos de vista y los énfasis entre ellos, y algunas de éstas podrían
tener importantes consecuencias políticas. Así que está lejos de saberse
a ciencia cierta quién emergerá como el siguiente papa y cuáles serán
las consecuencias políticas de tal decisión.
Es extremadamente dudoso que volvamos a tener un Juan XXIII. Pero en
ese entonces era extremadamente dudoso que lográramos el primer Juan
XXIII. En un sistema electoral que guarda algunas similitudes
estructurales con el del Vaticano, es decir, el sistema de China, todos
estábamos inseguros, y hasta cierto punto lo seguimos estando, de cuáles
serán las consecuencias de las decisiones recientes en torno a la
siguiente ronda de líderes.
Una cosa que hay que resaltar es que aun los católicos prominentes
que han sido tratados de manera áspera por la Iglesia, o los más
desilusionados por el estado de la Iglesia –pienso en Frei Betto en
Brasil, Ernesto Cardenal en Nicaragua, Hans Küng en Alemania o Garry
Wills en Estados Unidos– no rechazan su membresía en la Iglesia.
Persisten en intentar transformarla o, según su punto de vista,
retornarla a su misión verdadera y original.
El resto de nosotros no puede ya
rendirseen cuanto al Vaticano, como no podemos rendirnos respecto de China o Estados Unidos, ni de ningún sitio de actividad humana y potencial transformación social.
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