¿Quién teme al general invierno? Los mismos que temen al invierno en
general: los frioleros y los mal abrigados. Cuando el termómetro empieza
a descender en caída libre la vida se vuelve un poco más interesante,
se rompen las reglas, empieza el mundo al revés. A -20 grados en Moscú la vida no se detiene,
los rusos siguen llenando los supermercados y los centros comerciales
por las tardes. El metro está a reventar en hora punta y es un lugar
sorprendentemente cálido, pero en pocos metros -de la calle al hall- la
temperatura cambia en 40 grados y se forman unos remolinos que pueden
hacer volar algún sombrero.
En las residencias de estudiantes la comida que se deja pegada a las
rendijas de la ventana de la cocina amanece congelada. En casa los
zapatos parecen llegar limpios, pero a la mañana siguiente han llorado
un enorme charco color gris ciudad, por eso está tan asentada en Rusia la costumbre de descalzarse al entrar en una casa: sea diciembre o agosto.
Comida congelada, comida caliente
La sección de congelados del 'super' es un lugar interesante en
invierno. Recién llegado de la calle, el cliente puede poner sus manos
sobre los paquetes de gambas y sentir calor. El frío a la intemperie es
tal que, pese a ir con guantes, las manos paralizadas por el frío
perciben la rígida pechuga de pollo congelada como si estuviese recién
salida del microondas.

Las enciclopedias y los manuales militares dicen que en Rusia el
invierno dura cinco meses. El 'general invierno' derrotó a Napoleón y a
Hitler. Pero, sobre todo en las ciudades, los rusos parecen reírse con descaro del frío
que hace. Las chicas lucen minifalda e incluso medias finas de manera
ininterrumpida y también zapatos de tacón, que en algún caso se clavan
en la dura nieve dejando a las chicas fijadas a la superficie como si
del muñeco de una tarta de bodas se tratase. En la calle los mozos del
lugar pasean en alguna ocasión con una cerveza "del tiempo" y sin
guantes y en los cafés siguen triunfando los cócteles con pajita y
sombrilla mientras la nieve se va acumulando en los cristales.
La lluvia, y sobre todo el viento, sí suscitan más quejas.
Sobre todo porque por debajo de -15 grados cualquier endurecimiento de
la brisa se siente como una auténtica bofetada. A -25 el viento en
contra es completamente helador. Y la sensación térmica cambia tan
brutalmente si uno se acerca a un río que, por primera vez, uno puede
sentirse como un sabueso que percibe cosas a decenas de metros sin
necesidad de verlas u oírlas.
El arte de saber vestirse
La ropa es una variable fundamental a la hora de notar el frío. Unos
calzoncillos largos o mallas son casi obligatorios por debajo de -20,
sobre todo si las caminatas van a ser de más de 10 minutos.
Ésa es otra cosa que cambia mucho con el frío extremo. A -15 y con un
poco de viento una espera en la calle, desandar una avenida que se tomó
por error o buscar sin éxito una dirección se convierte en una tarea
agónica. A -30 grados bastan 30 minutos de paseo para sentir el mismo desgaste que tras una tarde marchando por la montaña.
Así que bajo la camisa o la blusa es mejor llevar siempre una camiseta
térmica. El problema es que con ella no se aguanta junto a la
calefacción y uno acaba luciendo ante todos esa especie de neopreno
negro tan poco sofisticado.
La eterna disyuntiva para el día a día es si usar guantes más finos o más gordos,
pues estos últimos lo convierten a uno en el más torpe de los mamíferos
y finalmente ha de quitárselos. En esos casos es especialmente doloroso
hacer fotos o escribir un mensaje en el móvil. Más de cinco frases son
una prueba de amor. Llega un momento en el que las manos dejan de
moverse de manera coordinada, así que los dedos sólo se agitan pero no
pueden cumplir las órdenes que les da el cerebro.
El móvil también puede rebelarse a bajas temperaturas: desactivar el flash o directamente apagarse ante el inhóspito panorama.
A -30 grados el cuerpo se vuelve loco
El cuerpo a -25 empieza a funcionar de manera distinta. La nariz
pierde su humedad en el interior y empieza tomar el aire en seco, como
un pequeño aspirador. "Directamente se te congelan los mocos que no te
hayas sonado", comenta María, otra española que lleva varios años
trabajando en Moscú.
"La verdad es que cuando llegas y ves a todas las rusas con esos
abrigos que llevaban en España las mujeres adineradas en los 80 no lo
entiendes, pero ponte uno y lo comprenderás", confiesa ya curtida de
tanta helada.
A -30 y, sobre todo, a -35 el pelo ligeramente húmedo o incluso la saliva en los labios se congela casi al instante.
El cuerpo puede mantenerse más o menos caliente con mucha ropa, pero no
llega a emitir nada de calor ni humedad. La ropa va suelta como sobre
un maniquí y al llegar a casa los más impulsivos se desvisten y se
visten de nuevo al poco rato hasta que el termómetro interior asume que
la temperatura se ha disparado 60 grados y, a pesar de todo, el
organismo está funcionando como en los mejores tiempos.
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