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domingo, 23 de diciembre de 2012

RUSIA Así se vive en invierno -25 grados, cuando el congelador sirve para calentar las manos

¿Quién teme al general invierno? Los mismos que temen al invierno en general: los frioleros y los mal abrigados. Cuando el termómetro empieza a descender en caída libre la vida se vuelve un poco más interesante, se rompen las reglas, empieza el mundo al revés. A -20 grados en Moscú la vida no se detiene, los rusos siguen llenando los supermercados y los centros comerciales por las tardes. El metro está a reventar en hora punta y es un lugar sorprendentemente cálido, pero en pocos metros -de la calle al hall- la temperatura cambia en 40 grados y se forman unos remolinos que pueden hacer volar algún sombrero.
En las residencias de estudiantes la comida que se deja pegada a las rendijas de la ventana de la cocina amanece congelada. En casa los zapatos parecen llegar limpios, pero a la mañana siguiente han llorado un enorme charco color gris ciudad, por eso está tan asentada en Rusia la costumbre de descalzarse al entrar en una casa: sea diciembre o agosto.

Comida congelada, comida caliente

La sección de congelados del 'super' es un lugar interesante en invierno. Recién llegado de la calle, el cliente puede poner sus manos sobre los paquetes de gambas y sentir calor. El frío a la intemperie es tal que, pese a ir con guantes, las manos paralizadas por el frío perciben la rígida pechuga de pollo congelada como si estuviese recién salida del microondas.
En los mercados callejeros hay escenas imposibles a ojos de un espectador mediterráneo. "Los pescados congelados los tienen en estanterías y los productos frescos están protegidos del frío dentro de neveras sin enchufar", explica Gema, una profesora de español que ha pasado varios años dando clase en Rusia y en Lituania.
Las enciclopedias y los manuales militares dicen que en Rusia el invierno dura cinco meses. El 'general invierno' derrotó a Napoleón y a Hitler. Pero, sobre todo en las ciudades, los rusos parecen reírse con descaro del frío que hace. Las chicas lucen minifalda e incluso medias finas de manera ininterrumpida y también zapatos de tacón, que en algún caso se clavan en la dura nieve dejando a las chicas fijadas a la superficie como si del muñeco de una tarta de bodas se tratase. En la calle los mozos del lugar pasean en alguna ocasión con una cerveza "del tiempo" y sin guantes y en los cafés siguen triunfando los cócteles con pajita y sombrilla mientras la nieve se va acumulando en los cristales.
La lluvia, y sobre todo el viento, sí suscitan más quejas. Sobre todo porque por debajo de -15 grados cualquier endurecimiento de la brisa se siente como una auténtica bofetada. A -25 el viento en contra es completamente helador. Y la sensación térmica cambia tan brutalmente si uno se acerca a un río que, por primera vez, uno puede sentirse como un sabueso que percibe cosas a decenas de metros sin necesidad de verlas u oírlas.

El arte de saber vestirse

La ropa es una variable fundamental a la hora de notar el frío. Unos calzoncillos largos o mallas son casi obligatorios por debajo de -20, sobre todo si las caminatas van a ser de más de 10 minutos.
Ésa es otra cosa que cambia mucho con el frío extremo. A -15 y con un poco de viento una espera en la calle, desandar una avenida que se tomó por error o buscar sin éxito una dirección se convierte en una tarea agónica. A -30 grados bastan 30 minutos de paseo para sentir el mismo desgaste que tras una tarde marchando por la montaña. Así que bajo la camisa o la blusa es mejor llevar siempre una camiseta térmica. El problema es que con ella no se aguanta junto a la calefacción y uno acaba luciendo ante todos esa especie de neopreno negro tan poco sofisticado.
La eterna disyuntiva para el día a día es si usar guantes más finos o más gordos, pues estos últimos lo convierten a uno en el más torpe de los mamíferos y finalmente ha de quitárselos. En esos casos es especialmente doloroso hacer fotos o escribir un mensaje en el móvil. Más de cinco frases son una prueba de amor. Llega un momento en el que las manos dejan de moverse de manera coordinada, así que los dedos sólo se agitan pero no pueden cumplir las órdenes que les da el cerebro.
El móvil también puede rebelarse a bajas temperaturas: desactivar el flash o directamente apagarse ante el inhóspito panorama.

A -30 grados el cuerpo se vuelve loco

El cuerpo a -25 empieza a funcionar de manera distinta. La nariz pierde su humedad en el interior y empieza tomar el aire en seco, como un pequeño aspirador. "Directamente se te congelan los mocos que no te hayas sonado", comenta María, otra española que lleva varios años trabajando en Moscú.
"La verdad es que cuando llegas y ves a todas las rusas con esos abrigos que llevaban en España las mujeres adineradas en los 80 no lo entiendes, pero ponte uno y lo comprenderás", confiesa ya curtida de tanta helada.
A -30 y, sobre todo, a -35 el pelo ligeramente húmedo o incluso la saliva en los labios se congela casi al instante. El cuerpo puede mantenerse más o menos caliente con mucha ropa, pero no llega a emitir nada de calor ni humedad. La ropa va suelta como sobre un maniquí y al llegar a casa los más impulsivos se desvisten y se visten de nuevo al poco rato hasta que el termómetro interior asume que la temperatura se ha disparado 60 grados y, a pesar de todo, el organismo está funcionando como en los mejores tiempos.

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