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domingo, 23 de diciembre de 2012

Demasiado guapa para trabajar (y demasiado listos para la universidad)

El Tribunal Supremo del estado de Iowa acaba de decidir, por 7 votos a favor y ninguno en contra, que es legal despedir a una empleada si uno se siente atraído por ella. Eso es lo que hizo el dentista James Knight, del pueblo de Fort Dodge, cuando se sintió atraído por su empleada Melissa Nelson, que llevaba trabajando en su consulta 10 años. No hubo ninguna relación, pero la mujer de Knight, que trabaja también en la clínica dental de él, se dio cuenta de que las cosas estaban yendo demasiado lejos y pidió a su esposo que echara a Nelson.
El compungido matrimonio decidió consultar al pastor protestante de su iglesia, y éste les dijo que adelante con el despido. Así que Knight puso a Nelson en la calle, pagándole, eso sí un mes de indemnización (en EEUU el despido es libre). Ella dijo que simplemente veía al dentista “como una figura paternal” . A todo esto, Nelson tiene 32 años; Knight, 53.
Usar como argumento para el despido que la empleada le tienta—inconscientemente—a uno es algo muy pintoresco. Pero es una muestra de las extrañas situaciones que se dan en el mercado laboral. Por ejemplo, algunos han señalado que el dictamen del caso se debe a que los siete miembros del Supremo de Iowa son hombres.
En general, sin embargo, suele suceder lo contrario. Las mujeres guapas suelen tener más posibilidades de encontrar trabajo que las que no lo son tanto, pero a medida que el puesto de trabajo en cuestión demanda más especialización, esa ventaja comparativa se reduce aunque, eso sí, no desaparece. O sea, que el mercado demanda o guapas y tontas o listas y feas. Cruel, pero cierto. Al mismo tiempo, los varones homosexuales tienen un 30% menos de posibilidades de conseguir empleo, pero las lesbianas no sufren desventaja alguna.
El único matiz de ese análisis es que ha sido realizado en Italia, un país muy macho. En otras sociedades, la reacción a esos grupos podría haber sido diferente.

Evitar la discriminación

Las caras de la discriminación son múltiples. Por ejemplo, en Estados Unidos, las personas de origen asiático han aprendido a disimular su origen étnico cuando solicitan la admisión en una Universidad de élite (sobre todo si quieren estudiar alguna carrera ‘de números’).
La razón es que los asiáticos están sistemáticamente mucho mejor preparados que los demás, por lo que arrasarían. Sin embargo, las universidades no pueden discriminar a nadie por su origen étnico, así que lo que hacen es exigir mucho más a los candidatos que se definen como asiáticos. Esas comunidades, sin embargo, no tienen lobbies realmente dignos de ese nombre, como los judíos o los negros, con lo que esa discriminación se lleva a cabo de manera informal.
Ésa es la gran paradoja de la cultura de los inmigrantes de Extremo Oriente: su sociedad es muy jerárquica y, debido a ello, la obediencia a los padres y la excelencia académica alcanzan niveles enfermizos. Conozco, por ejemplo, a una abogada de origen asiático traumatizada porque la admitieron en Columbia pero no en Harvard, y a una economista porque estudió su doctorado en Cornell en lugar de en el MIT, cuando todas esas universidades están, sin discusión, entre las diez mejores del mundo.
Pero, debido a esa jerarquía y obsesión con los resultados, los miembros de esa comunidad son pésimos a la hora de organizarse en grupos de influencia. Esa discriminación no deja de ser tan lamentable como la que sufrió Nelson, porque Harvard, Yale, Princeton o Pennsylvania aplicaron hasta los años cuarenta sistemas parecidos para excluir a los judíos.
Hoy, sin embargo, el 50% de los estudiantes blancos de Harvard son judíos. La cosa todavía es peor porque los aspirantes negros son recibidos con mucha más manga ancha debido, precisamente, al temor de las instituciones académicas de hacer algo políticamente incorrecto. Eso, a su vez, no ayuda a los afroamericanos, sino todo lo contrario: a menudo se encuentran rodeados de compañeros mucho mejor preparados que ellos y acaban dejando los estudios.
Al final, el juego de la discriminación laboral o educativa está en todas partes y adopta siempre formas diferentes. En todo caso, nos puede servir de consuelo (patético, pero consuelo): en España no es que no haya trabajo, es que al 25% de la población en edad de trabajar le sucede, como mínimo, una de estas tres cosas:
1) Es demasiado guapa
2) No es lo suficientemente guapa
3) Tiene una orientación sexual que no le gusta a la empresa
4) Es demasiado lista

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