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sábado, 1 de diciembre de 2012

Las minas de azufre de Indonesia : Trabajar en el infierno

Alí tiene 35 años y ya lleva una década trabajando en la mina artesanal de azufre del volcán indonesio Ijen. Cada día, a la una de la madrugada, baja hasta el fondo del cráter para comenzar una durísima jornada laboral. Alí y otros mineros prefieren enfrentarse al azufre durante la noche, para evitar el intenso sol que castiga sin piedad esta zona oriental de la isla de Java.
La mina de Ijen es un sitio único en el mundo en el que se extrae el azufre de forma tradicional, sin la ayuda de ningún tipo de maquinaria. Los mineros tienen canalizadas las fumarolas sulfúricas del volcán a través de tuberías de cerámica. En ellas se condensa parte del dióxido de azufre que, tras convertirse en un líquido de color rojo intenso, desciende hasta el suelo. Al enfriarse, se solidifica convirtiéndose en el mineral amarillo que todos conocemos.
El llamado 'fuego azul', que desprenden las fumarolas sulfúricas, se asemeja a un espectro que aparece y desaparece en medio de la noche.
Alí acaba de llegar a lo más profundo del cráter. A unos metros de sus pies se encuentra el Kawa Ijen, uno de los lagos con mayor nivel de acidez del planeta. El llamado 'fuego azul', que desprenden las fumarolas sulfúricas, se asemeja a un espectro que aparece y desaparece en medio de la noche. Pero el peligro de este lugar, al que los mineros llaman la "cocina", no es ni mucho menos sobrenatural.
Media docena de hombres se cubren la boca con simples pañuelos y se introducen entre las venenosas emanaciones de dióxido de azufre que se elevan hacia el cielo. Aquí, los únicos que llevan máscaras antigás son los capataces. La empresa explotadora de la mina, y habría que decir que de los mineros, demuestra cada minuto que no le importa, lo más mínimo, la vida de sus más de doscientos trabajadores.
Ajeno a todo y con una barra metálica como única herramienta, Alí comienza a arrancar trozos de mineral del corazón del volcán. Tiene que llevar cuidado de no quemarse con el azufre líquido pero, sobre todo, debe estar atento al viento. Cada pocos instantes, una corriente de aire hace que los gases cubran toda la 'cocina'. Los mineros tratan de aguantar apretando con fuerza sus pañuelos contra la boca. Los ojos empiezan a escocer y a llorar, la garganta se reseca y resulta imposible respirar. Si el viento no cambia de dirección, las toses se vuelven angustiosas, los pulmones parecen arder y sólo queda una salida: escapar, lo más rápidamente posible, de la cocina.
Pasados unos segundos de angustia, Alí sigue tosiendo pero aprovecha que el viento se ha calmado para volver a la tarea. Aún necesitará, al menos, una hora más para conseguir completar su primera carga del día.

Cinco céntimos por kilo de azufre

Ajeno a todo y con una barra metálica como única herramienta, Alí comienza a arrancar trozos de mineral del corazón del volcán.
Los mineros recogen entre 70 y 80 kilos de azufre en cada viaje que realizan al fondo del volcán. El enorme peso lo reparten en dos grandes cestas, atadas a los extremos de un gran palo que acarrean sobre sus hombros. Comienza, entonces, la segunda etapa de este trabajo infernal: escalar a la cima del cráter con el pesado cargamento.
"Tengo tres hijos, dos niños y una niña que todavía es un bebé. Y tengo que darles de comer" nos dice Alí en un momento de descanso durante la durísima ascensión. Él y el resto de los mineros recorren dos veces al día el camino que conduce hasta el fondo del cráter. Por cada kilo de azufre, la empresa explotadora les paga 600 rupias indonesias, algo menos de 5 céntimos de euro. Por tanto, cada trabajador gana un sueldo de entre 7 y 8 euros diarios.
"Es un buen sueldo", afirma cansado pero sonriente el joven minero. Sabe que si se dedicara, como la mayoría de sus familiares y amigos, a la agricultura, ganaría menos de la mitad de lo que consigue en la mina.
A pocos metros del lugar en que debe entregar su carga, Alí se detiene bruscamente. Sentado en una roca está otro minero de mayor edad que ha dejado su cargamento en el suelo. Tiene los ojos inyectados en sangre y no consigue hablar. Alí le da su botella de agua y trata de animarle con unas palabras amables. El hombre intenta aparentar una súbita mejoría, esboza una dolorosa sonrisa pero sigue respirando con gran dificultad. Tendrán que pasar bastantes minutos antes de que el veterano minero pueda continuar la marcha.
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El fondo del cráter alberga uno de los lagos con mayor nivel de acidez del mundo. | C.H.
Tras el encuentro, Alí prosigue su camino con resto serio. Aunque prefiere no hablar de ello, él es el que mejor sabe que, con toda probabilidad, morirá joven. La vida de los mineros es corta, debido a las secuelas que el dióxido de azufre les deja en los pulmones y al deterioro físico que les provoca el excesivo peso que deben acarrear cada día.
Es un precio muy elevado, pero todos y cada uno de los que trabajan en la mina no desean que el proceso de extracción se modernice. Ello supondría la pérdida de su preciado puesto de trabajo. Por eso prefieren mantener su pacto con el diablo, que esta vez ha tomado forma de empresa, para así poder seguir trabajando en el infierno.

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