Las elecciones americanas han tenido un ganador inesperado: los
modelos estadísticos. Ya en las elecciones de 2008, un bloguero llamado
Nate Silver consiguió una leal audiencia desde su blog a base de
predicar el evangelio del rigor, la calma y el análisis de los
pronósticos electorales por encima de las opiniones basadas en la
“intuición” y el “instinto”. Llegado el momento de la elección, su
modelo estadístico, que combinaba todos los datos de encuestas
existentes para producir un resultado electoral Estado a Estado,
consiguió un éxito enorme al predecir los resultados en todos los
Estados menos uno. Tras este éxito, el New York Timesle compró el blog y lo instaló en su primera página en Internet durante esta campaña de 2012.
El análisis que ha llevado a cabo Nate Silver en este ciclo ha sido
espectacular por lo razonable, valiente, y al final, correcto. Desde
hace muchos meses predecía su modelo estadístico una clara, aunque
ajustada, victoria de Obama en el Colegio Electoral. Su argumento básico
era que lo importante no era la intención de voto nacional (empatada
prácticamente), sino la de los Estados, ya que son estos los que
participaban en el Colegio Electoral; que había muchas encuestas
estatales en los Estados clave (Ohio, sobre todo); y que todas casi sin
excepción predecían victorias ajustadas de Obama. Cada encuesta daba una
victoria dentro del margen de error, pero cuando se combinaban todas
correctamente y se computaba su impacto en el colegio electoral, se
llegaba a una predicción con un alto grado de confianza.
Enfurecida, y convencida de que estas elecciones las tenía ganadas,
el ala más dura del partido republicano emprendió un durísimo ataque
contra Silver, acusándole de ser un manipulador, ocultar los datos, no
entender las encuestas, tener una fórmula compleja, tener una fórmula
trivialmente sencilla, etcétera. Apoyando estos ataques se encontraban
muchos “opinadores profesionales” de izquierda y derecha, acostumbrados a
interpretar tendencias desde su sillón, y que veían en peligro su
posición ante los avances de este amateur (y muchos otros que seguían tras sus pasos).
Nate Silver respondió siempre a estos ataques con calma, explicando
las matemáticas en los términos más sencillos, aclarando lo que sus
datos querían y no querían decir e insistiendo en que no era la carrera
justita y ajustada hasta el final que los vendedores de periódicos y los
republicanos “duros” querían ver, sino que caminábamos hacia una
victoria clara de Obama. Sus discusiones entraban en detalle en asuntos
como la correlación entre los movimientos de los distintos Estados, la
predictibilidad de la participación, la fiabilidad de diferentes tipos
de encuesta. Sus enemigos demostraban continuamente su completa
ignorancia de los conceptos estadísticos más básicos, en particular la
diferencia entre el tamaño del margen de victoria (un par de puntos) y
el que este margen sea o no estadísticamente significativo.
El resultado electoral supuso una victoria para Silver aún mayor que
la de 2008. No solo acertó el ganador y su margen, sino también el
resultado en todos y cada uno de los Estados. Y siempre, eso sí,
insistiendo con humildad en que no tenía ningún mérito, que lo único que
hacía era fiarse de los datos y no de su instinto.
La victoria de Silver es una anécdota, sí. Pero como en el caso de la evaluación cuantitativa de los jugadores de baseball que describe el periodista Michael Lewis en Moneyball
(y que es ahora una película de éxito), refleja la victoria de un mundo
nuevo, en el que los que son capaces de entender, interpretar y
analizar la información derrotan a los especuladores de salón que no
saben leer los datos, pero que saben enrollarse como las persianas sobre
todo lo que está bajo el sol. Un mundo en el que gana el argumento no
el que más cobra, el más prestigioso, o el jefe, sino cualquiera
(incluido el más bajo en la jerarquía o el más joven) que sea capaz de
hacer el mejor argumento basado en la evidencia empírica.
La revolución que ya ha tenido lugar en la toma de decisiones en finanzas, en baseball, en marketing
(con el análisis masivo de bases de datos de compra) y en la política
presidencial americana llegará poco a poco a todas las áreas del
conocimiento. Y para beneficiarse de ella, habrá que tener un buen
conocimiento de estadística y de matemáticas. Y es que las matemáticas
no son solo, como dijo Galileo, el lenguaje en el que Dios escribió el
universo, sino que son el lenguaje de los datos y la información en la
que estamos inundados. Sin entender modelos matemáticos sencillos, lo
que estos pueden predecir y lo que no, los supuestos que requieren, la
confianza que merecen, es prácticamente imposible participar activamente
en campos aparentemente tan poco matemáticos como la biología, la
economía, las finanzas, la contabilidad, la sociología, la ciencia
climática, la ciencia política, la medicina (¿cuál es la probabilidad de
curación en este caso con quimio, con radio o con cirugía?, ¿de qué
depende esta probabilidad?), o el marketing.
Nuestros hijos vivirán en este mundo rico en datos, en el que los
trabajos manuales bien pagados habrán desaparecido prácticamente,
sustituidos por los robots, y en el que la habilidad principal necesaria
para ganarse bien la vida será saber manejar datos, información,
símbolos, e ideas. Las máquinas no se manipularán con las manos, sino
con un teclado, y los maquinistas tendrán que saber programar. El valor
añadido en los procesos productivos estará antes de la fabricación (I+D)
y después de esta (servicios), no en la fabricación misma. Las
decisiones no se tomarán a partir de intuiciones e instintos, sino a
partir de una lectura correcta de la evidencia.
Es sorprendente en este sentido que los españoles acepten sin
rechistar la estafa que supone la enseñanza secundaria y universitaria
que se imparte en demasiados lugares en España, plagada de profesores
que imaginan que enseñar consiste en sentarse en una silla a dictar
apuntes (¿no conocerán quizás la moderna invención de la fotocopiadora,
la impresora, y el correo electrónico?). El debate sobre enseñanza se
centra siempre, en cada uno de los interminables procesos de “reforma”
en si clase de religión sí o clase no; y si formación del espíritu
nacional español, o mejor espíritu nacional catalán o cántabro. Y
podemos estar seguros de que los padres protestarán contra cualquier
incidente con la comida, que se echarán a la calle ante cualquier subida
de tasas, o fallo en la limpieza de las clases.
Pero estamos por escuchar la primera protesta porque a los niños no
se les exige suficiente, porque las clases son demasiado blandas,
rutinarias, y memorísticas. Estamos por escuchar la primera protesta
porque los chicos salen del colegio, con 16 o con 18 años, sin haber
adquirido los tres fundamentos claves necesarios para salir adelante en
la economía de conocimiento: un nivel avanzado de confianza en el uso de
las matemáticas y la estadística; una capacidad elevada para escribir
un argumento, no solo correcto gramaticalmente, sino razonado con
claridad y convicción; y un nivel avanzado de inglés. No nos engañemos,
sin haber adquirido estos tres fundamentos básicos para participar en la
economía del conocimiento, es como si los niños no hubieran pisado la
escuela desde los 14 años. Y conseguir esta prioridad requiere no solo
que los padres se involucren mucho más y que los colegios exijan mucho
más, sino también que el modelo educativo cambie, y que exijamos a los
Gobiernos, del signo que sea, que sacrifiquen primero el gasto en
cualquiera de los otros dos pilares del Estado de bienestar, sanidad y
pensiones, si es estrictamente necesario, pero que mantengan por encima
de todo la inversión en capital humano, en educación, absolutamente
necesaria para asegurar el futuro del país.
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