La Iglesia anglicana está de estreno. El pasado día 9 estrenaba nuevo líder, Justin Welby,
y el próximo día 20 puede convertirse en la primera gran religión
cristiana con mujeres obispos. La elección del 105º arzobispo de
Canterbury aglutinó a las distintas sensibilidades en torno a la figura
de un ex alto ejecutivo que abandonó el sector del petróleo por Dios,
cuando perdió a una hija de siete meses en un accidente de tráfico en
París. En cambio, la concesión de la mitra a las mujeres puede erosionar
todavía más la ya de por sí agrietada comunión de la Iglesia de Inglaterra.
Y eso que se trata de un paso lógico dentro de la dinámica eclesiástica anglicana. Las mujeres, en efecto, son sacerdotisas desde 1989, con pleno reconocimiento de todos. Ése fue el momento determinante. Porque, una vez abiertas las puertas del altar como diaconisas y sacerdotisas, lo normal es que las mujeres acaben subiendo los demás escalones del sacramento del orden y alcancen el episcopado.
Porque, como en casi todo en la vida, también en el sacramento del
orden hay escalafones. Una cosa es el sacerdocio común de los fieles y
otra el sacerdocio ministerial, reservado en la iglesia católica a los hombres,
un monopolio roto ya hace tiempo por las mujeres anglicanas. Pero
dentro del sacerdocio ministerial, el episcopado confiere la plenitud
del sacramento del orden. Y a esa plenitud, vedada hasta ahora a la otra
mitad del cielo, aspiran, con todas las de la ley, las mujeres en el
anglicanismo.

Un paso lógico, pues, para el que los tiempos parecen maduros en el
seno de la comunión anglicana. La mayoría parece estar a favor de la
medida, pero el sector más conservador amenaza con nuevas rupturas y con engrosar las filas de los que vuelven a Roma.
Sector conservador
El todavía primado anglicano, Rowan Williams, del sector progresista, es un firme partidario de la ordenación episcopal de las mujeres. Su sucesor, Justin Welby,
que tomará posesión de su cargo el próximo mes de marzo, pertenece, en
cambio, al sector conservador. Y, sin embargo, ya ha declarado que votará a favor de las mitras femeninas.
En cambio, parece mucho menos dispuesto a apoyar el derecho de los sacerdotes homosexuales a cohabitar con sus parejas
o a que accedan al episcopado. Eso sí, tiene claro que la homofobia no
es de recibo en la Iglesia anglicana: "No podemos tener trato con ningún
tipo de homofobia en ningún lugar de la Iglesia".
La Iglesia anglicana está en crisis permanente: tiene un pie en el pasado y otro en el futuro
De aprobarse, pues, el acceso de la mujer al episcopado, sería una decisión histórica que, por un lado dejaría en evidencia (aún más) la situación discriminatoria de la mujer en la Iglesia católica
y, por el otro, metería presión a Roma en este tema tan delicado. Ante
él, una de dos. O la Santa Sede se enroca en su 'no' al acceso de la
mujer al altar, como está haciendo hasta ahora. O bien, a medio plazo,
no tendrá más remedio que seguir el mismo camino.
Y es que ni el mismísimo Papado de Roma podría mantenerse impertérrito ante la presión social y religiosa sincronizada.
Una presión que señala a la Iglesia católica como la única institución
en la que se sigue discriminando abiertamente a la mujer en su acceso al
altar y a los ministerios ordenados.
Convivir con las crisis

¿El episcopado de le mujer podría romper al anglicanismo? La Iglesia
anglicana es como un junco. Parece a punto de caer, pero nunca se
doblega del todo. Por muchas crisis que viva. Porque a las crisis ya está acostumbrada desde su fundación por Enrique VIII,
aunque fue su hija, Isabel I, la que separó radicalmente a la naciente
Iglesia anglicana de Roma, se impuso como "gobernador supremo" de la
Iglesia nacional (Church of England) y, sobre todo, convirtió el dogma
oficial en una tercera vía que mezcla un ritual casi totalmente católico
con una teología casi protestante.
Y desde entonces, la Iglesia anglicana tiene un pie en el pasado y
sigue encadenada a los viejos esquemas de un Estado que interfiere en
todo lo religioso, y otro en el futuro por su afán de estar siempre al
día y hacer asequible la fe y el Evangelio, que es siempre buena
noticia, al hombre de hoy. El resultado es una crisis permanente y la apertura de un continuo debate teológico sobre el papel de la Iglesia en la sociedad actual.
Con la adaptación de normas y formas a los tiempos actuales, pero
también con la revisión de algunos dogmas que, a juicio de muchos
dirigentes anglicanos, carecen de credibilidad y, por lo tanto, provocan
el rechazo de la gente.
La batalla revisionista comenzó por la virginidad de María que, a
juicio de algunos obispos anglicanos, es "un dogma que aparece tarde en
la teología cristiana y no se puede seguir manteniendo, porque sólo se
ha utilizado para justificar las barreras que separan a las Iglesias de
las mujeres". Y no sólo eso. Los jerarcas anglicanos cuestionan la existencia del infierno
e, incluso, ponen en duda la resurrección de Cristo, punto fundante del
cristianismo. Y junto a la denuncia de "viejos mitos", la jerarquía
anglicana pretende aplicar hacia adentro los derechos humanos que
predica hacia fuera y abrir la puerta a dos colectivos secularmente
rechazados por las Iglesias: las mujeres y los homosexuales.
Las mujeres, desde 1989
Los anglicanos aprobaron, en 1989, el acceso al altar de las mujeres.
Desde entonces, se han ordenado más de mil sacerdotisas de Su Majestad
y, como dice el actual arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, "a largo plazo, todas las iglesias acabarán viendo que la ordenación de la mujer es un beneficio. No hay Iglesia alguna que pueda eludir el reto de la ordenación de la mujer".
Un año después, aprobaron la ordenación de sacerdotes homosexuales,
porque, como dice su máximo líder, "Dios ama a los hombres y, por lo
tanto, también a los homosexuales. Rechazamos cualquier tipo de
homofobia y no tenemos inconveniente en admitir clérigos homosexuales".
De hecho, la propia oficina del arzobispo de Canterbury confiesa que el
24% de los sacerdotes anglicanos es homosexual, de ellos el 9,4% afirma
ser "activo".

En 2002, las autoridades anglicanas permitieron a los divorciados volver a contraer matrimonio religioso
e incluso accedieron a que uno de sus sacerdotes cambiase de sexo y se
convirtiese en mujer. Cuando tenía cinco años, Peter Stone soñaba con
despertarse por la mañana convertido en niña. A sus 46 años, después de
dos matrimonios y con una hija adolescente, su deseo se convirtió en
realidad y el reverendo Stone se convirtió en el primer sacerdote en activo de la historia sometido a un cambio de sexo con el beneplácito de sus obispos.
Una "Iglesia laboratorio"
Todos estos cambios convierten a la Iglesia anglicana en una especie de Iglesia laboratorio, que va por delante de su "matriz" romana,
ensayando los cambios y abriendo camino en la mentalidad popular a la
Iglesia católica, mucho más lenta y conservadora y mucho más apegada a
la tradición y al poder. Y, aunque después de cada cambio anglicano,
Roma advierte que se trata de un obstáculo más en el camino de la
eventual unión de ambas confesiones, la verdad es que, tanto teológica
como litúrgicamente, Roma y Londres están a un paso de la unión.
No hay nada dogmático que las separe. Sólo la inercia de los siglos y
algunas diferencias de matiz. Como la concepción del papado. Los
anglicanos admiten la figura del Papa, pero sólo como un "primus inter
pares".
El trasvase de fieles y clérigos entre la Iglesia católica y la anglicana es constante
De hecho, las coincidencias son tantas que el trasvase de fieles y clérigos entre ambas confesiones es constante.
Por ejemplo, 239 sacerdotes se pasaron a la Iglesia católica tras la
ordenación de las mujeres y, según los datos de la Iglesia católica
inglesa, en los últimos cinco años 25.000 anglicanos se han pasado al
catolicismo. Con algunas personalidades importantes entre ellos, como la
duquesa de Kent, esposa de un primo hermano de la reina de Inglaterra.
Se llegó a rumorear insistentemente que la malograda Diana de Gales
también quería convertirse, como su madre. El que dio el paso del
retorno a Roma fue el ex primer ministro Tony Blair.
Pero si el "camino a Roma" es frecuente entre los anglicanos, también
funciona el "camino a Londres". Según datos del arzobispado de
Canterbury, en los últimos 10 años, unos 50 sacerdotes católicos se han pasado a la iglesia anglicana por discrepar de la obligatoriedad del celibato y para poder casarse y fundar una familia.

Y no sólo curas, sino también teólogos famosos. Como el ex dominico
Matthew Fox que se convirtió el anglicanismo para "introducir algo del
sentido común anglosajón en los veintiún siglos de catolicismo". O el
célebre sociólogo de la religión belga Karel Dobbelaere, catedrático de
la universidad católica de Lovaina, que se pasó al anglicanismo por
estar en desacuerdo con la carta apostólica de Juan Pablo II "Ordenatio
sacerdotalis", que cerraba la puerta del sacerdocio católico a las
mujeres. Un trasvase continuo entre dos confesiones religiosas realmente
"hermanas", la postmoderna Iglesia anglicana y la premoderna Iglesia católica. Un camino de ida y vuelta entre Roma y Canterbury.
Setenta millones de seguidores
Creada tras el cisma promovido por Enrique VIII, en 1530, para
salvaguardar su independencia frente a Roma, divorciarse de Catalina de
Aragón y casarse con Ana Bolena, la Iglesia de Inglaterra juega, desde
entonces, el papel de "primus inter pares" dentro de la Comunión
anglicana, que engloba a las Iglesias de País de Gales, Irlanda y
Escocia. En total, unos diez millones de fieles. En el resto del mundo,
hay múltiples iglesias que también forma parte de la comunión anglicana,
hasta alcanzar un total de unos 70 millones de fieles.
Los clérigos no reciben subvención alguna o ayuda económica de las arcas estatales
La máxima autoridad de la comunión anglicana es la reina de Inglaterra,
que delega sus poderes eclesiásticos en el arzobispo de Canterbury,
cuyo nombramiento lo hace el Gobierno de una terna que le presenta la
propia Iglesia.
Descentralizada y democrática, la Iglesia anglicana tiene una especie
de Parlamento, el Sínodo, que se reúne cada 10 años. Las mociones
aprobadas por el Sínodo que signifiquen cambios en la Iglesia han de ser
refrendadas por el Parlamento inglés.
Veinticuatro obispos y al arzobispo de Canterbury tienen garantizado su escaño en la Cámara de los Lores,
aunque por acuerdo eclesiástico sólo acuden a la Cámara en ocasiones
protocolarias y se abstienen de intervenir en temas relacionados con la
política. Ninguna otra confesión religiosa está representada de forma
oficial en el Parlamento inglés.
A pesar de esta fusión entre Iglesia y Estado, los clérigos no reciben subvención alguna o ayuda económica de las arcas estatales.
La Iglesia anglicana se financia mediante los recursos que obtiene de
sus fieles. En los últimos años y ante la escasez de donativos
procedentes de sus fieles ha tenido que vender templos, obras de arte
(varios cuadros de Zurbarán, por ejemplo) o invertir en todo tipo de
empresas como la que comercializa la Viagra.
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