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lunes, 16 de abril de 2012

Las amantes del rey

Tal parece que una vez fallecido Franco y como si su ausencia definitiva le hubiera servido para verse libre de su tutela, Juan Carlos I, rey de España por la gracia del extinto caudillo, hubiese optado por encarnar el papel que le correspondía como legítimo Borbón en lo que concierne a relaciones amorosas múltiples. Es lo que se desprende de los varios resúmenes que he leído del libro de la periodista Pilar Eyre, que acaba de ponerse a la venta en las librerías y que bajo el título de La soledad de la reina describe a doña Sofía como una mujer engañada, cuya vida conyugal ha sido una auténtica tragedia.

Según se cuenta en el citado libro, el rey de España y su esposa no comparten lecho conyugal -ni siquiera planta palaciega- desde el lejano mes de enero de 1976. Fue en esas fechas cuando doña Sofía decidió sorprender a su marido, que se alojaba en una casona sita en una finca de Toledo, adonde se había desplazado para dedicarse a la caza, su otra afición preferida. La reina acudió con sus tres hijos, según Eyre, y hubo de sortear la custodia que prestaba al soberano el propietario de la vivienda, que trató de impedir a doña Sofía el paso a la habitación en donde el Borbón hacía de las suyas.

En La soledad de la reina se narran otras sorpresas del mismo cariz, sin que en ninguna página del libro aparezcan los nombres de algunas de las amantes de don Juan Carlos, salvo en los casos en que esos nombres ya han sido revelados por otros autores: Lady Di, Julia Steinbuch, Corinne Sayn-Witgenstein, María Gabriela de Saboya, la condesa Olghina Micolis de Robilant y Sara Montiel serían, según Eyre, las mujeres que compartieron presuntamente la intimidad del monarca.

Queda por saber quiénes son la vedette, la decoradora mallorquina, las dos Palomas, la estrella del destape de impresionantes ojos verdes, la actriz jovencita, un para de amigas aristócratas de juventud, otra más que iba contando por Madrid que esperaba un hijo suyo, etc. Siendo cierto que algunos de los nombres que se ocultan bajo esas referencias son bastante conocidos en los mentideros de opinión pública, los abogados de la editorial recomendaron a Pilar Eyre que los eliminara del libro, aunque sí constan en el manuscrito original, al que algún día habrán de recurrir los biógrafos no cortesanos.

Personalmente admito sentir curiosidad por saber si la primera infidelidad de Juan Carlos I ocurrió, efectivamente, en esa finca toledana a la que el rey acudió bajo la excusa de su afición cinegética, dos meses después del fallecimiento del dictador. ¿Hasta tal punto llegó la tutela del extinto caudillo sobre nuestro actual jefe del Estado que le impidió comportarse como su abuelo y tatarabuela?(Aprovecho la oportunidad para recomendar la biografía de Isabel II, de Isabel Burdiel).

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