Luego de que por vigésima ocasión la Asamblea General de la ONU demandó a Washington poner fin al bloqueo que le impone a Cuba desde hace casi 50 años, persiste la interrogante de por qué Estados Unidos no acata de una vez por todas la decisión de ese organismo y la voluntad de la comunidad internacional.
Este 25 de octubre una vez más el mundo alzó su voz en la sede de Naciones Unidas y aprobó por 186 votos a favor, 2 en contra (Estados Unidos e Israel) y tres abstenciones, un nuevo proyecto de resolución presentado por Cuba que exige a la administración norteamericana el cese de su fracasado cerco económico, financiero y comercial a la Isla.
Numerosas fueron las intervenciones en el debate de la Asamblea General que llamaron otra vez a Washington a acabar definitivamente con su obsoleta política agresiva hacia la mayor de las Antillas.
Resultó evidente para el mundo que los representantes de la Casa Blanca en la ONU estuvieron sentados ante un banquillo de acusados. Pareció más un juicio a Estados Unidos que, con la votación, concluyó en una condena unánime a su obcecada conducta.
La respuesta del embajador norteamericano a las exhortaciones de sus similares de diferentes naciones fue calcada de años precedentes, vagas declaraciones que justificaron y reafirmaron el empeño de Washington de mantener el bloqueo a Cuba, pese al rechazo de la comunidad internacional.
Además de mentir, dijo entre otras repetidas banalidades, que la política de su gobierno hacia la nación latinoamericana es un tema bilateral que no debería debatirse en el foro de Naciones Unidas.
Su autodefensa de poco le sirvió para que Estados Unidos sufriera otra aplastante derrota ante la mayor de las Antillas en el seno de la ONU, lo que evitarían si la Casa Blanca respetara de una vez por todas las decisiones de la Asamblea General.
Seguramente, el mismo embajador norteamericano tampoco atravesaría por los malos ratos que tuvo que pasar, abofeteado cara a cara por la comunidad internacional, si Washington terminara con el bloqueo a Cuba, el más cruel y prolongado de la historia impuesto a un país.
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