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lunes, 10 de enero de 2011

Los medios de comunicación, filiales del gobierno en EE.UU.

Antiwar/ICH

La falsedad total del derribo de la estatua de Sadam fue denunciada por este sitio en la Red y otros cuando ocurrió, pero ahora Peter Maass, enNew Yorker, cuestiona la naturaleza orquestada de antemano de esa operación. Aunque no niega que la narrativa que simbolizaba la imaginería era engañosa, Maass afirma que no fue el gobierno de EE.UU., sino los medios occidentales los que –sin mucha instigación– crearon y transmitieron oficiosamente una imagen cuidadosamente recortada de una plaza casi vacía para dar la impresión de que los iraquíes saludaba a los soldados estadounidenses como “liberadores”. Según Maass, el verdadero significado del derribo de la estatua era que los estadounidenses habían tomado el centro de Bagdad, y sin embargo:

“Todo lo demás que supuestamente representaba el derribo en las numerosas repeticiones en la televisión –la victoria de EE.UU., el final de la guerra, la alegría en todo Iraq– no hizo ningún favor a la verdad. Y sin embargo, los escépticos se equivocaron también en algunas cosas, porque el evento no fue planificado de antemano por los militares.”

En lo que se refiere a quién tuvo la idea de derribar la estatua, Maass sigue el rastro hasta un modesto sargento quien, de repente, tuvo por sí solo la idea, pero hay varios agujeros en la historia de Maass.

Para comenzar, las fotos a distancia de la plaza muestran que el zona alrededor de la estatua estaba completamente bloqueada por tanques estadounidenses, y sin embargo, según el propio relato de Maass, “un puñado de iraquíes se había introducido en la plaza” – precisamente en el momento en el que el sargento pidió permiso para derribar la estatua-.

¿Quiénes eran esos iraquíes? Al leer a Maass, se podría suponer simplemente que se trataba de ciudadanos corrientes de Bagdad, curiosos, que se divertían, pero una mirada a esas fotos nos desengaña. Eran miembros del Congreso Nacional Iraquí [INC, por sus siglas en inglés] ésos -ahora infames “héroes equivocados”- que jugaron un papel crucial en el engaño de las “armas de destrucción masiva” y estaban siendo preparados por los neoconservadores para que tomaran el poder en el Iraq post-Sadam. Junto a su líder, el buscado malversador y presunto agente iraní Ahmed Chalabi, 700 “combatientes” del INC fueron llevados en avión a Nasiriyah por el Pentágono unos pocos días antes, y transportados rápidamente a Bagdad, donde llegaron justo a tiempo para su Gran Momento en los Medios.

En resumen, esos iraquíes estaban en la nómina de EE.UU. y simplemente hacían su trabajo.

No es sorprendente confirmar que los medios de comunicación en lengua inglesa también hacían su trabajo, que como todos sabemos consiste en repetir como loros la línea que presentan sus gobiernos. Como ha señalado Glenn Greenwald, los vínculos entre nuestro gobierno y los medios “dominantes” se han vuelto tan íntimos que se puede hablar en buena lid de una “fusión” informal. Sin embargo no debemos hacer desaparecer el aspecto gubernamental de esa indecorosa simbiosis. Tenemos que preguntar: ¿cómo es posible que prácticamente todos los miembros del Congreso Nacional Iraquí hayan aparecido en esa plaza, ese día, mientras los iraquíes de a pie estaban bloqueados por los tanques de EE.UU.?

No me cabe duda de que ambos aspectos del Complejo Gobierno-Medios actuaron en perfecto tándem en esa ocasión, y ciertamente Maass lo subraya en su artículo. Tal vez choque a los ingenuos y divierta a los realistas que a algunos periodistas presentes en la escena que vieron lo que estaba sucediendo y protestaron ante sus editores porque la imaginería del derribo de la estatua proyectaba la historia equivocada les hayan dicho que se callaran y concentraran sus cámaras en el ídolo caído. Las organizaciones de los medios dominantes no tuvieron que esperar órdenes de Washington, lo hicieron todo por cuenta propia. No obstante, no tenemos que leer un cable filtrado por WikiLeaks con detalles de la mecánica del engaño para comprender que los ocupantes prepararon la escena para una exitosa representación teatral.

Esta fusión de los Grandes Medios y del Gran Gobierno no es nada nuevo, por lo menos para los libertarios. Como describe Murray Rothbard, fundador del movimiento libertario moderno:

“Todos los Estados están dirigidos por una clase gobernante que es una minoría de la población, y que subsiste como un lastre parasítico y explotador sobre el resto de la sociedad. Ya que su régimen es explotador y parasítico, el Estado tiene que comprar la alianza de un grupo de “Intelectuales Cortesanos”, cuyo papel es embaucar al público para que acepte y celebre el gobierno de un Estado en particular. Los Intelectuales Cortesanos tienen trabajo para rato. A cambio de su continuo trabajo de apologetas y embaucadores, los Intelectuales Cortesanos obtienen su sitio como socios menores en el poder, el prestigio, y el botín extraído por el aparato estatal del público engañado.”

Incluso una dictadura requiere el consentimiento implícito de la mayoría, que soporta sus depredaciones hasta que el peso de la tiranía la oprime tanto que provoca inevitablemente el ímpetu de la rebelión. Lo que modera el espíritu de rebelión son los halagos de los Intelectuales Cortesanos, entre los cuales destacan los personajes de los medios “dominantes”.

Rothbard, en el ensayo citado, discutía el revisionismo histórico –la práctica de la revisión de la historia aceptada u “oficial” (es decir generada por el gobierno) de un evento, como por ejemplo una guerra, a la luz de datos nuevos que a menudo se han pasado por alto deliberadamente o se han suprimido. El término se hizo de uso común después de la Primera Guerra Mundial, cuando se reveló que, lejos de constituir una cruzada gloriosa y heroica para “hacer seguro el mundo para la democracia”, el conflicto tenía que ver con hacer seguro el mundo para el imperialismo europeo, para el tráfico de armas y para los intereses bancarios estadounidenses cuyos préstamos a los Aliados fueron garantizados por la entrada de EE.UU. en la guerra. Como señala Rothbard:

“La noble tarea del revisionismo es “des-embaucar”: penetrar en la niebla de mentiras y engaño del Estado y de sus Intelectuales Cortesanos, y presentar al público la verdadera historia de la motivación, la naturaleza y las consecuencias de la actividad del Estado. Al ir más allá de la neblina del engaño estatal para llegar a la verdad, a la realidad tras las apariencias falsas, el revisionista trabaja para deslegitimar y desacralizar al Estado ante los ojos del público anteriormente engañado. Al hacerlo el revisionista, incluso si personalmente no es libertario, realiza un servicio libertario vitalmente importante.”

La tarea del revisionismo se parece mucho al supuesto papel del periodismo en una sociedad libre, y es precisamente eso. Sin embargo, como hemos perdido nuestras libertades con el paso de los años, y se las hemos cedido al gobierno en cada ocasión crítica, nuestros medios “libres” en lugar de “ir más allá de la neblina del engaño estatal para llegar a la verdad” han actuado como una máquina de humo, generando y legitimando el engaño en lugar de denunciarlo.

Por eso WikiLeaks era inevitable: la muerte del periodismo de investigación ha creado un vacío que han llenado Julian Assange y sus colaboradores causando el pesar y la indignación de nuestros supuestos “periodistas”, quienes, como Intelectuales Cortesanos semioficiales, están preocupados, no de denunciar, sino de proteger al régimen. Por eso la profesión periodística no se ha alzado en defensa de WikiLeaks: por cierto, lejos de hacerlo, ha estado a la vanguardia de la banda de linchadores de WikiLeaks.

En lo que Greenwald califica de artículo “involuntariamente divertido” en Newsweek, nos dicen que la respuesta a la pregunta “¿por qué los periodistas no han defendido a WikiLeaks? Es porque temen la ‘propugnación’”. ¡Vaya! ¿No es lo que hicieron todos aquellos “pins” que aparecieron después del 11-S? La idea de que los medios estén en contra de la propugnación es una verdad a medias: ciertos tipos de propugnación están prohibidos, mientras que otros se sobreentienden. Cuando se trata de azuzar al Estado en cuanto a la seguridad nacional, los medios estadounidenses han estado históricamente por delante de la población en general en la provocación de guerras y la incitación a la histeria bélica.

Cuando William Randolph Hearst envió a sus “periodistas” a Cuba, justo antes del estallido de la guerra entre España y EE.UU., los instruyó: “Vosotros proporcionad las fotos, yo suministro la guerra”. Nada ha cambiado desde entonces, fuera de que la asociación entre gobiernos y medios se ha reforzado. Este matrimonio iba a las mil maravillas hasta que esa ramera conocida como red mundial de Internet amenazó con meterse en medio de la feliz pareja.

Internet hizo pedazos el monopolio mediático y destruyó el papel del periodista como guardián semioficial. Por eso nuestros gobernantes han estado tan ansiosos de regularlo, gravarlo y controlarlo, y si tienen éxito en el caso de WikiLeaks habrán logrado una victoria decisiva. Al hacer todo lo que está en su poder por obstruir y destruir WikiLeaks, y encarcelar a Julian Assange, Washington y su Guardia Pretoriana periodística tienen en mente un objetivo mucho más amplio: neutralizar Internet.

Expertos legales –algunos de los cuales arguyen sin convicción que sólo tratan de preservar la Primera Enmienda– están ocupadísimos elaborando argumentos para cumplir esa tarea, presentando novedosos argumentos, como el concepto de “perfil bajo” y declaraciones como “la sociedad no necesita la ausencia de frialdad, sino un nivel adecuado”. Y, sí, nuestro viejo “amigo” Cass Sunstein es uno de los participantes.

Liberales, conservadores, demócratas, y republicanos, todos se unen en la supuesta necesidad de controlar Internet. Sus motivaciones podrán variar, pero sus objetivos convergen, y los únicos defensores de la libertad son los liberales que recuerdan lo que significa el verdadero liberalismo, esos (pocos) conservadores que colocan la libertad individual por encima del Estado y, claro está, todos los libertarios (con la excepción de Michael Moynihan y los editores de la revista Reason).

La libertad, sitiada, pende de un hilo, un hilo muy delgado que se deshace tan rápido que parece a punto de ceder. La única esperanza es una rebelión en la base ya que los que mandan se preparan para activar el “interruptor de emergencia”, ¿o están tan domesticados los estadounidenses que han perdido la capacidad de resistencia?, ¿o incluso el interés? No lo creo, no puedo creerlo, y seguramente no quiero creerlo, pero el tiempo lo dirá.

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