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lunes, 10 de enero de 2011

Después de Túnez, Argelia se une a la revuelta popular

Este inicio del año 2011 estará marcado por el movimiento de las revueltas populares que está sacudiendo el Magreb. Revueltas del hambre, dicen algunos, pero seguramente por la justicia y el final de las dictaduras y otros regímenes mafiosos que gobiernan estos países por la fuerza y la represión. Mientras que en Túnez prosiguen los disturbios desde hace algunas semanas, en Argelia los barrios populares de la capital y de las grandes ciudades se inflaman desde el miércoles [5 de enero] en la explosión de cólera de los jóvenes alimentada por una realidad cotidiana de lo más absurda en un país que se hunde bajo el peso de los petrodólares, de los que se apoderan abiertamente desde hace años los déspotas en el poder.

Se calcula que la juventud argelina forma más del 70 % de la población, pero en las políticas oficiales no se ofrece nada de apertura ni se ocupan seriamente de estos millones de jóvenes abandonados a su suerte sin la menor esperanza en el horizonte. Están abocados tanto a un paro endémico, a la toxicomanía y a la prostitución, a la hogra* [injusticia] y a los intentos desesperados de migración clandestina* y con frecuencia suicida, como a la indigencia, este descomunal vacío cultural y político de un país al que han abandonado el sentido común y la sal de la vida porque está asfixiado bajo las leyes del estado de emergencia, destruido por la corrupción de los gobernantes y sometido a la ignorancia y a su más fiel avatar: la intolerancia.

Saliendo a las calles para manifestarse violentamente contra sus opresores los jóvenes magrebíes ponen así al mundo por testigo de su desesperación, pero indican también su resentimiento hacia sus elites y otros dirigentes de la oposición. Esto es tanto más cierto en Argelia, donde los jóvenes se sienten dejados a su suerte y abandonados por las generaciones precedentes, la de la Revolución, que fue la gloria del país, y la de la Independencia, que nunca supo asumir el papel que era el suyo, es decir, realizar el Estado de derecho, objetivo último de la Revolución argelina.

Desde la violación de la constitución por parte del presidente Buteflika para regalarse un tercer mandato a pesar de que el balance de los dos anteriores ha sido de lo más deplorable tanto para el país entregado a los incondicionales del mercantilismo local e internacional con frecuencia sin escrúpulos, como para el pueblo sometido a unas condiciones de vida espantosas y que lucha denodadamente para sobrevivir al tiempo que es agredido por el lujo indecente que exhiben abiertamente quienes detentan el poder. La situación ha ido empeorando desde hace años pero hay que constar que al seguir humillando y despreciando al pueblo, reprimiendo la libertad de expresión, prohibiendo la apertura del campo político y mediático, garantizando la impunidad a los grandes violadores y corruptos conocidos por la opinión pública y denunciados por múltiples prevaricaciones y traiciones, el régimen de Buteflika es ya responsable de cualquier tragedia que amenace a Argelia.

El presidente ha faltado a todas sus promesas electorales, ha mentido a los argelinos y, peor, ha innovado en la mala gobernanza rodeándose de 13 o 14 ministros de su propio pueblo, con lo que vuelve a poner de moda el poder de los clanes en vez de moralizar un tanto las costumbres políticas iniciando y balizando una buena gobernanza, preludio del Estado de derecho que había prometido. El único deal [acuerdo, en inglés] que parece importarle al presidente aparte de la megalomanía y la vanidad que caracterizan a los dirigentes árabes, deal que ha ejecutado bien desde su llegada al poder, es el de bombear más petróleo para que el peculio que se reparte entre su clan y los militares sea cada vez más imponente y garante de una clientela totalmente entregada a su presidencia. Una clientela que ha elegido vivir lejos de la miseria ambiente, en unas fortalezas señoriales, ciudadelas inaccesibles con verdes extensiones y playas públicas privatizadas por “decreto” para robarlas al patrimonio público. Con el dinero del pueblo han edificado pequeños paraísos y se han convertido en los más afortunados de los millonarios porque contrariamente a los occidentales que con frecuencia se han esforzado para edificar sus fortunas, los dictadores, entre ellos los dirigentes argelinos, sólo tienen que recurrir al patrimonio público de sus países para saciar el menor de sus deseos. Una situación que el pueblo argelino ya no quiere soportar. Reivindica la dignidad humana que le ha confiscado el poder totalitario privándole de un mínimo decente para vivir, a saber, de una distribución equitativa de los recursos nacionales, el derecho a un trabajo correctamente remunerado, a una vivienda para fundar una familia y, por supuesto, esta libertad de pensar y de evolucionar serenamente. Tantas reivindicaciones que no se llevan bien con una dictadura sino que más bien exigen la instauración de un Estado de derecho .

¿Es esto en principio del fin de las dictaduras en el Magreb? La pelota está en el campo de las elites y de los políticos íntegros de estos países que deben no sólo asumir las reivindicaciones de sus pueblos sino también hacer que se escuchen no sólo en las tribunas locales sino también en la escena internacional. Una manera de hacer ver sus responsabilidades a las grandes potencias que apoyan a las dictaduras despreciando a tantos pueblos del planeta. En adelante ya no puede perdurar la negación de los derechos humanos, ni en el Magreb ni en África ni en América Latina. Los gobernantes se han puesto de acuerdo para promover, e incluso imponer, la globalización de los mercados y hoy, en 2011, los pueblos se lanzan a la globalización de la democracia.

* N. de la t.: El término utilizado por la autora es “harraguisme”, que procede de la palabra árabe “harraga” con la que se designa en el Magreb a las personas que antes de cruzar el Estrecho queman sus papeles para salir del país sin dejar rastro y dificultar así su repatriación. Por su parte, la palabra “hogra”, “desprecio” en dialecto argelino, es el término que expresa a la vez el desprecio, el abuso de poder y la injusticia de las autoridades argelinas hacia su pueblo.

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