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domingo, 15 de septiembre de 2013

La confianza en Rajoy cae al mínimo entre sus propios votantes

Desde que es presidente del Gobierno no se recuerda a Mariano Rajoy repitiendo el adjetivo con el que siempre se había definido él mismo antes: “previsible”. Ahora la política española gira en torno a su palabra, a si mintió y a si cumple sus compromisos. El miércoles en el Congreso Alfredo Pérez Rubalcaba y Cayo Lara le acusaron reiteradamente de mentir en la Cámara a propósito de Luis Bárcenas. Y la próxima semana la portavoz de UPyD, Rosa Díez, le preguntará directa y crudamente si cree que “un presidente del Gobierno debe mentir”.
Es decir, está en cuestión su credibilidad, porque se ha esforzado en convertir sus respuestas al escándalo en una cuestión de fe. Rajoy paga la factura de haber dejado en el aire explicaciones sobre rectificaciones y compromisos aparcados. Ha abusado de su palabra sin cuidar el cumplimiento y el resultado es que, según la serie de sondeos de Metroscopia para EL PAÍS, su credibilidad está bajo mínimos, incluso entre los votantes del PP. Hasta un 64% de los que le apoyaron en las generales de 2011 asegura ahora que confía poco o nada en él. Este porcentaje era del 28% al inicio de su mandato. Este nivel de confianza, el más bajo de su mandato, es equiparable al que tuvo José Luis Rodríguez Zapatero entre sus propios votantes al final de su presidencia. También José María Aznar basó el final de su mandato en la confianza en su palabra y arriesgó convirtiendo en acto de fe la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. La diferencia notable es que estaba de retirada mientras que Rajoy está aún en la mitad de legislatura.
Los dirigentes populares se preguntan estos días cómo es posible que se crea más al extesorero que al presidente y quizás la respuesta esté en ese 64% de desconfianza. Sus apariciones públicas en momentos delicados como el debate sobre el estado de la nación o la comparecencia del 1 de agosto no solo no sirven para remontar su imagen y credibilidad, sino que marcan puntos de inflexión a la baja en la estimación de voto del PP. Así hasta llegar al 30,1% de la última encuesta, con una participación estimada del 62%, la más baja de la legislatura.
La estrategia de Rajoy pasa por aplazar para la segunda parte de la legislatura el cumplimiento de su programa, empezando por la bajada de impuestos y la mejora de datos económicos que prometió en campaña. Ha explicado que la herencia que se encontró le ha obligado a cambiar el paso y promover medidas que no deseaba. Pero en ese camino se ha dejado jirones de credibilidad, difíciles de recuperar, y lleva al PP a una fidelidad de voto en una cifra récord del 38%.
En ese capítulo de rectificaciones e incumplimientos por la realidad económica se incluyen las referidas a las bajadas de impuestos y el compromiso de no tocar las pensiones, entre otros. El primero se lo afeó Aznar en mayo cuando le reprochó que no proteja a las clases medias, que son su gran objetivo electoral. Y el segundo quedó superado hace un año y ahora con la reforma iniciada.
Hay también abuso de compromisos superados y no explicados. Por ejemplo, el 23 de octubre de 2012 Rajoy dijo en el Senado sobre el rescate a los bancos: “Eso nunca lo va a pagar el Estado”. Recientemente se ha conocido que las entidades financieras que recibieron ese dinero no lo han devuelto, es decir, el Estado lo ha asumido como deuda. Otro ejemplo: la pasada semana Rajoy explicó en rueda de prensa en Rusia una posición sobre Siria, distinta a la que horas después se conoció a través de la Casa Blanca.
Tomando al vuelo esa debilidad, la oposición ha centrado la agenda política en la credibilidad y la palabra del presidente, buscando la herida sangrante de Rajoy. Y quedan por aclarar detalles como su compromiso en el Congreso de que rompió con Bárcenas cuando supo que tenía una cuenta en Suiza, pese a que se ha sabido que le escribió un SMS dándole ánimos dos días después. No le ayudan tampoco los traspiés de los dirigentes del PP al explicar, por ejemplo, el “finiquito diferido y simulado” de su extesorero.
Rajoy nunca ha sido un líder carismático que despertara entusiasmos, pero era visto como fiable, según los sondeos de entonces. Su reto es ser capaz de convencer y movilizar en lo que queda de legislatura a sus electores desencantados. Su mínimo 30,1% de estimación de voto viene de la proyección de un porcentaje alto de sus votantes que ahora dicen dar la espalda al PP y que engordan la abstención hasta el 38%.

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