
Es decir, está en cuestión su credibilidad, porque se ha esforzado en
convertir sus respuestas al escándalo en una cuestión de fe. Rajoy paga
la factura de haber dejado en el aire explicaciones sobre
rectificaciones y compromisos aparcados. Ha abusado de su palabra sin
cuidar el cumplimiento y el resultado es que, según la serie de sondeos de Metroscopia para EL PAÍS,
su credibilidad está bajo mínimos, incluso entre los votantes del PP.
Hasta un 64% de los que le apoyaron en las generales de 2011 asegura
ahora que confía poco o nada en él. Este porcentaje era del 28% al
inicio de su mandato. Este nivel de confianza, el más bajo de su
mandato, es equiparable al que tuvo José Luis Rodríguez Zapatero
entre sus propios votantes al final de su presidencia. También José
María Aznar basó el final de su mandato en la confianza en su palabra y
arriesgó convirtiendo en acto de fe la existencia de armas de
destrucción masiva en Irak. La diferencia notable es que estaba de
retirada mientras que Rajoy está aún en la mitad de legislatura.
Los dirigentes populares se preguntan estos días cómo es posible que
se crea más al extesorero que al presidente y quizás la respuesta esté
en ese 64% de desconfianza. Sus apariciones públicas en momentos
delicados como el debate sobre el estado de la nación o la comparecencia
del 1 de agosto no solo no sirven para remontar su imagen y
credibilidad, sino que marcan puntos de inflexión a la baja en la
estimación de voto del PP. Así hasta llegar al 30,1% de la última
encuesta, con una participación estimada del 62%, la más baja de la
legislatura.
La estrategia de Rajoy pasa por aplazar para la segunda parte de la
legislatura el cumplimiento de su programa, empezando por la bajada de
impuestos y la mejora de datos económicos que prometió en campaña. Ha
explicado que la herencia que se encontró le ha obligado a cambiar el
paso y promover medidas que no deseaba. Pero en ese camino se ha dejado
jirones de credibilidad, difíciles de recuperar, y lleva al PP a una
fidelidad de voto en una cifra récord del 38%.
En ese capítulo de rectificaciones e incumplimientos por la realidad
económica se incluyen las referidas a las bajadas de impuestos y el
compromiso de no tocar las pensiones, entre otros. El primero se lo afeó
Aznar en mayo cuando le reprochó que no proteja a las clases medias,
que son su gran objetivo electoral. Y el segundo quedó superado hace un
año y ahora con la reforma iniciada.
Hay también abuso de compromisos superados y no explicados. Por
ejemplo, el 23 de octubre de 2012 Rajoy dijo en el Senado sobre el
rescate a los bancos: “Eso nunca lo va a pagar el Estado”. Recientemente
se ha conocido que las entidades financieras que recibieron ese dinero
no lo han devuelto, es decir, el Estado lo ha asumido como deuda. Otro
ejemplo: la pasada semana Rajoy explicó en rueda de prensa en Rusia una
posición sobre Siria, distinta a la que horas después se conoció a través de la Casa Blanca.
Tomando al vuelo esa debilidad, la oposición ha centrado la agenda
política en la credibilidad y la palabra del presidente, buscando la
herida sangrante de Rajoy. Y quedan por aclarar detalles como su
compromiso en el Congreso de que rompió con Bárcenas cuando supo que
tenía una cuenta en Suiza, pese a que se ha sabido que le escribió un
SMS dándole ánimos dos días después. No le ayudan tampoco los traspiés
de los dirigentes del PP al explicar, por ejemplo, el “finiquito
diferido y simulado” de su extesorero.
Rajoy nunca ha sido un líder carismático que despertara entusiasmos,
pero era visto como fiable, según los sondeos de entonces. Su reto es
ser capaz de convencer y movilizar en lo que queda de legislatura a sus
electores desencantados. Su mínimo 30,1% de estimación de voto viene de
la proyección de un porcentaje alto de sus votantes que ahora dicen dar
la espalda al PP y que engordan la abstención hasta el 38%.
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