Santo Tomé y Príncipe, el segundo país más pequeño de África, sondea
sus posibilidades en el Golfo de Guinea. A principios del siglo XX fue el mayor productor de cacao del mundo.
Hoy todavía lucha por recuperarse de la brusca salida que
protagonizaron los portugueses cuando se declaró la independencia de
este archipiélago en 1975.
La historia de Santo Tomé y Príncipe se resume en el árbol genealógico de cualquiera de sus habitantes. Álbumes familiares compuestos por historias llegadas desde Mozambique, Angola, Cabo Verde, Portugal e incluso de España, pues cuando los primeros portugueses atracaron allá por 1470 en este diminuto archipiélago –por lo que se sabe, hasta entonces deshabitado- lo poblaron con presos de Portugal, esclavos de otros países del continente negro y con 2.000 niños descendientes de judíos que, expulsados por los Reyes Católicos, se habían refugiado en el país luso.
El resultado es una mezcla de orígenes que han confluido en una población en su mayoría católica pero con influencia de tradiciones de la cultura africana, una fuerte presencia de la medicina tradicional y donde el portugués se combina con la lengua criolla forro.
Unos 180.000 habitantes viven en las islas que componen el país más pequeño de África después de las Seychelles, a flote sobre el Océano Atlántico y alejado 300 kilómetros de la costa de Gabón. Colonia portuguesa hasta 1975, su historia es tan breve como intensa. Después de 14 años con un partido único tras la ayuda prestada por las potencias soviéticas a sus ansias nacionalistas, en el cuarto de siglo que lleva de democracia han pasado por el poder hasta 15 gobiernos, prácticamente uno por año, con dos intentos de golpe de estado entre medias.
Esta inestabilidad política reduce las posibilidades de un país en el que el 66,2% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, según datos del Banco Mundial correspondientes a 2009, y que desaprovecha los recursos que en otros tiempos lo ubicaron en el mapa como principal productor de azúcar y de cacao. De las Islas del Chocolate que llegaron a ser en 1910, cuando ostentaban el primer puesto en la lista de productores, con 37.000 toneladas, hoy se quedan en el escalón 29, con una producción anual de 2.096 toneladas de cacao (2011, FAO) y muy alejado del millón y medio que genera Costa de Marfil.
Con la caída de la agricultura, las esperanzas del país están ahora depositadas en el petróleo.
Santo Tomé y Príncipe firmó en 2002 un acuerdo con Nigeria, experto
petrolero, para establecer una zona de desarrollo conjunta en el Golfo
de Guinea y varias compañías internacionales se encuentran en estos
momentos sondeando el fondo marino. Un primer veredicto avanzó que el petróleo, aunque de buena calidad, no existía en cantidad suficiente para ser explotado, pero los responsables políticos aguardan esperanzados noticias sobre el resto de bloques.
La posibilidad de que Santo Tomé y Príncipe entre en el juego del oro negro podría cambiar mucho el estatus de sus fichas, aunque pocos se atreven a calibrar cómo sería esta nueva partida. "Atraería a muchos inversores extranjeros", opina Carlos Neves, historiador y embajador de esta república en Estados Unidos.
Tampoco es la preocupación de Víctor, que desde niño vive cada amanecer en el mar sobre su pequeña canoa construida con el tronco de un baobab. Sale a pescar de madrugada todos los días pues el acceso limitado a la electricidad y los frecuentes apagones impiden conservar los alimentos mucho tiempo, salvo en salazón, lo que dispara las enfermedades cardiovasculares en este rincón del mundo. Es uno de los problemas de salud más frecuentes en el país, junto con afecciones derivadas del mal estado del agua, aunque son los accidentes de tráfico la principal causa de muerte en el archipiélago. "El gran problema es la falta de especialistas", explica Edgar Neves, del Instituto Marqués Valle Flor, con el que colabora en varios proyectos sanitarios la ONG española Cooperación Bierzo Sur. Un médico aquí cobra unos 300 euros (más de siete millones de dobras), lo que desanima a muchos jóvenes que salen a estudiar fuera a regresar para trabajar en su país.
Para entender el sistema sanitario hay que rebobinar hasta el 12 de
julio de 1975, cuando se declara la independencia de Santo Tomé y
Príncipe, alentada por la Revolución de los Claveles. Llegado ese
momento, los portugueses hacen las maletas y regresan a la península.
"Fue una salida muy brusca, en ese momento solo quedaron tres médicos en
todo el país", recuerda Neves. "Dejaron un país con gente apenas preparada para gestionar lo que antes habían gestionado ellos".
Así comenzó el abandono de las plantaciones, el éxodo a las ciudades
más grandes y la centralización de los servicios en la capital. El país
pasó de estar dividido en decenas de roças, grandes plantaciones
dominadas por terratenientes lusos, con su hospital y su escuela, a
tener dos únicos hospitales, uno en Santo Tomé y otro en Príncipe.
Son muchos los que ahora revisan aquel pasado colonial con nostalgia. "Teníamos todos los servicios, el hospital, la escuela ", rememora Bernardo. El problema es que, aunque había diferencias, el sistema se basaba en el trabajo forzado. "Con los años fueron cambiando algunas cosas, pero los trabajadores no tenían derechos, trabajaban de sol a sol y los capataces infringían castigos terribles como untar la mano con miel y dejar que se la comiesen las hormigas", recuerda el historiador Carlos Neves.
De aquella organizada estructura hoy solo quedan cicatrices. Un país salpicado por imponentes inmuebles abandonados. Una única roça, la de Sant João, ha sido reconvertida para el turismo, tan poco frecuente en estas coordenadas. Pocos ubican el país del ritmo 'leve-leve' en los mapas. Dos motas diminutas en el Atlántico que sin embargo encierran paisajes espectaculares apenas rozados por la mano del hombre.
La historia de Santo Tomé y Príncipe se resume en el árbol genealógico de cualquiera de sus habitantes. Álbumes familiares compuestos por historias llegadas desde Mozambique, Angola, Cabo Verde, Portugal e incluso de España, pues cuando los primeros portugueses atracaron allá por 1470 en este diminuto archipiélago –por lo que se sabe, hasta entonces deshabitado- lo poblaron con presos de Portugal, esclavos de otros países del continente negro y con 2.000 niños descendientes de judíos que, expulsados por los Reyes Católicos, se habían refugiado en el país luso.
El resultado es una mezcla de orígenes que han confluido en una población en su mayoría católica pero con influencia de tradiciones de la cultura africana, una fuerte presencia de la medicina tradicional y donde el portugués se combina con la lengua criolla forro.
Unos 180.000 habitantes viven en las islas que componen el país más pequeño de África después de las Seychelles, a flote sobre el Océano Atlántico y alejado 300 kilómetros de la costa de Gabón. Colonia portuguesa hasta 1975, su historia es tan breve como intensa. Después de 14 años con un partido único tras la ayuda prestada por las potencias soviéticas a sus ansias nacionalistas, en el cuarto de siglo que lleva de democracia han pasado por el poder hasta 15 gobiernos, prácticamente uno por año, con dos intentos de golpe de estado entre medias.
Esta inestabilidad política reduce las posibilidades de un país en el que el 66,2% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, según datos del Banco Mundial correspondientes a 2009, y que desaprovecha los recursos que en otros tiempos lo ubicaron en el mapa como principal productor de azúcar y de cacao. De las Islas del Chocolate que llegaron a ser en 1910, cuando ostentaban el primer puesto en la lista de productores, con 37.000 toneladas, hoy se quedan en el escalón 29, con una producción anual de 2.096 toneladas de cacao (2011, FAO) y muy alejado del millón y medio que genera Costa de Marfil.
La posibilidad de que Santo Tomé y Príncipe entre en el juego del oro negro podría cambiar mucho el estatus de sus fichas, aunque pocos se atreven a calibrar cómo sería esta nueva partida. "Atraería a muchos inversores extranjeros", opina Carlos Neves, historiador y embajador de esta república en Estados Unidos.
La vida al día
La mayoría de la población no interviene en un debate que se encuentra alejado de su supervivencia diaria. Bernardo es santotomense, vive en la capital como más del 40% de la población del país, y cuenta con 150 euros al mes, entre su sueldo y el de su mujer, para alimentar a sus cuatro hijos. "Nunca he ido a un supermercado, allí todo es muy caro porque la mayor parte de los productos son importados", asegura.Tampoco es la preocupación de Víctor, que desde niño vive cada amanecer en el mar sobre su pequeña canoa construida con el tronco de un baobab. Sale a pescar de madrugada todos los días pues el acceso limitado a la electricidad y los frecuentes apagones impiden conservar los alimentos mucho tiempo, salvo en salazón, lo que dispara las enfermedades cardiovasculares en este rincón del mundo. Es uno de los problemas de salud más frecuentes en el país, junto con afecciones derivadas del mal estado del agua, aunque son los accidentes de tráfico la principal causa de muerte en el archipiélago. "El gran problema es la falta de especialistas", explica Edgar Neves, del Instituto Marqués Valle Flor, con el que colabora en varios proyectos sanitarios la ONG española Cooperación Bierzo Sur. Un médico aquí cobra unos 300 euros (más de siete millones de dobras), lo que desanima a muchos jóvenes que salen a estudiar fuera a regresar para trabajar en su país.
Nostalgia del pasado colonial
Antiguo hospital de la roça de Água Izé. | I.R.
Son muchos los que ahora revisan aquel pasado colonial con nostalgia. "Teníamos todos los servicios, el hospital, la escuela ", rememora Bernardo. El problema es que, aunque había diferencias, el sistema se basaba en el trabajo forzado. "Con los años fueron cambiando algunas cosas, pero los trabajadores no tenían derechos, trabajaban de sol a sol y los capataces infringían castigos terribles como untar la mano con miel y dejar que se la comiesen las hormigas", recuerda el historiador Carlos Neves.
De aquella organizada estructura hoy solo quedan cicatrices. Un país salpicado por imponentes inmuebles abandonados. Una única roça, la de Sant João, ha sido reconvertida para el turismo, tan poco frecuente en estas coordenadas. Pocos ubican el país del ritmo 'leve-leve' en los mapas. Dos motas diminutas en el Atlántico que sin embargo encierran paisajes espectaculares apenas rozados por la mano del hombre.
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