El consumo de pitillos
electrónicos se ha triplicado en dos años, a juzgar por las cifras que
arrojan sus ventas: 300 millones de dólares (233 millones de euros) en
Estados Unidos en 2011. 600 el año pasado y el banco de inversión
Goldman Sachs estima que este la cifra podría superar los 1.000
millones. Otras consultoras, como Euromonitor, elevan esos cálculos
hasta los 500 millones de euros en Europa y los 2.000 millones en todo
el mundo cuando acabe 2013.
Estos cigarrillos electrónicos están ganando terreno a los
tradicionales, sin que se sepa aún si son o no perjudiciales para la
salud. Los estudios son, por ahora, contradictorios e insuficientes.
“Hay que ser cautos y escépticos a la vez”, dice Esteve Saltó, experto
en Salud Pública y profesor de la Universidad de Barcelona. “Puede
convertirse en un fenómeno masivo que hoy por hoy contiene demasiadas
incertidumbres”. Este miembro de la Agencia de Salud Pública catalana
asegura que contienen sustancias que pueden ser cancerígenas. “Parece
que es menos dañino que un cigarro normal, pero esta no es la cuestión”,
explica. “No podemos saber qué efectos tendrá sobre una persona que los
fume durante 15 años; es algo demasiado reciente”. La sociedad
americana de neumólogos concluyó en un reciente estudio que el producto
tiene efectos adversos para los pulmones y la capacidad respiratoria.
Estos cigarrillos se anuncian en televisión y se venden a los menores a
pesar de que algunos tienen nicotina.
Tampoco está certificado, como alertó la Organización Mundial de la
Salud en 2008, que sirvan para lo que los usa mucha gente: abandonar el
hábito de fumar. Un artículo publicado la semana pasada en la revista British Medical Journal advirtió de que los e-cigarrettes
pueden suponer para las tabacaleras una magnífica vía para retener el
hábito de fumar entre los que quieren desengancharse, volver a
resocializar el consumo de tabaco en espacios cerrados e incluso hacer
más atractivo el fumar para los jóvenes. El Real Colegio de Médicos
británico, no obstante, ha defendido su difusión y consumo porque los
considera más seguros que el tabaco.
Las incertidumbres no se quedan solo en el ámbito sanitario. Las
grandes multinacionales de la industria han invertido ya cientos de
millones de euros para entrar en un negocio cuyas ventas son generosas y
que, según algunos cálculos, podrían superar a las del tabaco en una
década. El consumo del cigarrillo tradicional ha bajado cinco puntos en
España en los últimos años, por ejemplo, mientras proliferan las tiendas
de los electrónicos.
No hay directiva común, aunque Europa ya prepara una que tardará
tiempo en hacerse efectiva ya que por ahora solo hay una propuesta de la
Comisión que debe pasar por el Consejo y el Parlamento Europeo. Se
trata de regular su consumo público y la nicotina que contienen. En
España sorprende la falta de atención que presta el Gobierno a esta
materia. Ni en el Comisionado para el Mercado de Tabacos, ni en el
Ministerio de Hacienda ni en el de Sanidad tienen datos sobre el consumo
de estos pitillos. Tampoco sobre la proliferación de tiendas
especializadas. Desde Sanidad se remiten a la ley antitabaco y a la
futura directiva europea. En algunos países este vacío legal parece
tocar a su fin: Reino Unido ha anunciado que a partir de 2016 este
producto será tratado como un medicamento, con todas las pruebas previas
y requisitos que esto supone. Francia decretó a finales de mayo la
prohibición de su uso en lugares en los que no se puede fumar tabaco —en
España se puede ver a los jóvenes fumándolos en las bibliotecas, por
ejemplo—. Italia anunció a principio de mes que los quiere prohibir en
las escuelas. También están prohibidos Noruega, Bélgica y Dinamarca.
Los e-cigarrettes se han estado anunciando en televisión en
Estados Unidos y Reino Unido —algo prohibido para el tabaco—, y se ha
vendido sin control alguno. En España se pueden comprar en un centro
comercial, en tiendas especializadas o a bordo de un avión de una
compañía low cost. La ley ni siquiera prohíbe su venta a menores.
Francisco Camarelles, vicepresidente de la Comisión Nacional de
Prevención del Tabaquismo, confirma la falta de regulación: “Se están
comercializando productos que contienen nicotina sin autorización ni
control previo”.
Así funciona un e-cigarrete
Los cigarrillos electrónicos contienen una pequeña resistencia eléctrica en su interior que, al apretar un botón, calienta un líquido hasta generar el vapor que se aspira.Dicho líquido contiene agua, propilenglicol, gricerol, aromas (en función del sabor elegido) y nicotina. En muchos aparatos se puede escoger la cantidad de nicotina que se incluye en cada cigarrillo así como el sabor del vapor que se aspira.
Los expertos consideran que tanto el gricerol como el propilenglicol, que son los componentes que generan el vapor, pueden llegar a ser cancerígenos.
E Algunos pitillos tienen baterías recargables y otros son de usar y tirar. Tienen una autonomía de uno a tres días en función del uso y de la batería de cada cigarro.
Su precio oscila entre ocho euros para los de usar y tirar hasta los 70 que cuestan los más sofisticados y con mayor autonomía.
“Cuando la evidencia científica es insuficiente o incierta, los
reguladores deben aplicar el principio de precaución”, explica desde
Bruselas Florence Berteletti, directora de la Free Smoking Partnership,
grupo de presión que vela por el cumplimiento de la normativa antitabaco
en la UE. El sector está expectante ante la publicación de dos informes
que, según los expertos, serán determinantes para valorar cómo deben
ser tratados estos cigarros: el que publicará este verano la Agencia del
Medicamento de Estados Unidos (FDA) y el de su autoridad homóloga en
Reino Unido.
Mientras todo eso llega, las tabacaleras no dejan pasar el tiempo. En
Estados Unidos fuma menos del 20% de la población adulta y en España se
ha pasado del 30% al 25%, en los últimos años. Ante tal descenso de
clientes —o adictos— Altria (que comercializa Marlboro) presentó el
pasado 11 de junio su nuevo e-cigarrete. Reynolds (que comercializa
Camel o Winston) también tiene su marca. Las otras grandes
multinacionales, British American Tobacco e Imperial Tobacco, han
anunciado este año su inmersión en el vaping, término anglosajón con el
que se conoce el acto de consumir estos cigarrillos.
Vainilla, albaricoque, café, frambuesa o capuccino. Cuando uno entra
en un establecimiento de cigarrillos electrónicos y observa los sabores
disponibles no sabe si está en una tienda de Nespresso, en un herbolario
o en una frutería. Con una licencia para comercializar productos
electrónicos, Alfonso del Grecco vende en el madrileño barrio del Retiro
estos pitillos desde hace cuatro meses. Un producto inventado en China
en 2003 que calienta un líquido hasta el punto de generar un vapor que
se absorbe como si fuese humo.
Sentado en un taburete de su futurista tienda de cigarros que no
quieren ser cigarros, De Grecco coincide con los detractores de este
producto en que el mercado debe regularse. “Ahora mismo el compro oro y
estos pitillos son las únicas actividades que crecen”, explica. “Quiero
tener mi licencia y vender sin preocuparme de que un día me lo van a
prohibir”. “Yo a los menores no les vendo para curarme en salud”, añade,
“pero ciertamente ninguna norma me lo impide”.
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