Ya lo avisó Mariano Rajoy el lunes: “Llevamos cuatro años con esto [el caso Gürtel]
y aún queda un poco”. Ayer volvieron las estrategias para escapar de la
prensa, las carreras, las preguntas sencillas sin contestar —¿Miente
Bárcenas? ¿Ha leído la prensa, presidente?—, los nervios y la ebullición
interna en el PP por la publicación en El Mundo de una larga conversación con Luis Bárcenas en la que, mientras confirmaba punto por punto los documentos publicados por EL PAÍS,
aseguraba que ha habido financiación ilegal, sobresueldos no declarados
entregados en mano a la cúpula —incluido Rajoy— y hasta comisiones por
adjudicaciones en Castilla-La Mancha que implicarían a María Dolores de Cospedal.
Oficialmente, de nuevo, la respuesta fue el silencio, pese a la
gravedad de las acusaciones. Cospedal ha convocado hoy a su dirección en
la calle de Génova, pero está por ver si comparece luego en rueda de
prensa. En privado, y después del primer golpe, los dirigentes se
dividían en dos grupos. Los que creen que Bárcenas puede tener papeles
que avalen sus acusaciones y los que creen que no.
Todo el PP estaba inquieto porque la tormenta, lejos de amainar,
empeora. Pero muchos pensaban que, detrás del gran impacto de un
extesorero contando las miserias de su partido, si no hay papeles no hay
nada y el coste político que tiene esta historia ya está más que
asumido.
Lo que tenían claro todos los dirigentes es que Bárcenas se ha
convertido ya sin tapujos en un chantajista. La única duda es si tiene
material o no. “Es claramente una amenaza, dice que tiene papeles que
pueden hacer caer un Gobierno. Que los saque o deje de jugar de farol”,
resumía un dirigente.
Una versión muy extendida en el entorno de Rajoy señala que Bárcenas
está en una deriva imprevisible, locoide, que lleva semanas —antes de
entrar en la cárcel— reuniéndose con periodistas de todos los medios y a
cada uno les cuenta una versión distinta, que está atrapado en sus
propias contradicciones y que su palabra no vale nada. Esta versión
incluye la convicción de que Bárcenas juega de farol, que no tiene
papeles porque si los tuviera ya los habría sacado.
La Moncloa no quiso tampoco responder ni confirmar o desmentir si es
cierto que el presidente se puso en contacto con Bárcenas cuando negó
los papeles publicados por EL PAÍS para recomendarle que estuviera
tranquilo. La consigna oficial era el silencio. El entorno de Rajoy
asegura que para entonces, cuando se publicaron los papeles, la ruptura
entre el presidente y el extesorero, que siempre tuvieron muy buena
relación —solo él podía autorizar que se le siguiera pagando un sueldo y
que tuviera despacho y secretaria del PP— era absoluta.
Todos reconocen que a Bárcenas se le trató con mimo en el PP —pese a
que por fuera se decía lo contrario— hasta enero de 2013, cuando
aparecieron sus cuentas en Suiza. Pero desde entonces no, insisten.
Miembros del Gobierno y de la cúpula del PP consultados llegaban a la
misma conclusión: las acusaciones son gravísimas y parecen el principio
de algo más, pero si no salen papeles, Rajoy no tiene más que esperar a
que pase el vendaval, como ha hecho siempre hasta ahora. Algunos
aseguran que ven al presidente muy tranquilo, aunque su insistencia en
evitar el asunto pudiera hacer pensar lo contrario.
Son pocos, pero existen, los que creen que se ha gestionado mal el
caso desde los ministerios de Justicia e Interior y que el Gobierno
debería haber controlado a través de fiscalía y policía el caso Gürtel
para impedir que, como sucede ahora, la situación judicial sea peor que
cuando el PP estaba en la oposición.
Además de los dirigentes que están preocupados y pendientes de lo que
pueda salir y sobre todo de lo que pueda contar una persona que conoce
el PP mejor que nadie y ha estado al tanto de todos los secretos del
partido durante 20 años, hay otros que están prácticamente deseando que
todo el escándalo reviente definitivamente de una vez por todas.
“Que vaya al juez y le cuente lo que sepa, que caiga quien tenga que
caer y que nos deje en paz de una vez”, resume uno en una opinión muy
extendida.
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