En un estacionamiento cerca del East River en Nueva
York, Adriana duda un momento con los pies en el piso y luego se lanza
con la bicicleta, que comienza a rodar lentamente en zigzag para alegría
de esta mujer que cuando era pequeña había fracasado en su intento de
aprender.
Es viernes a la noche y Adriana Alltari, una ingeniera de 32 años,
forma parte de un grupo de 20 adultos, en su mayoría mujeres, que
intentan el arte de las dos ruedas con el puente de Brooklyn como
decorado.
Adriana, como muchos otros neoyorquinos, quiere estar lista para la
llegada a fin de mayo de las “bicicletas urbanas” (citi bikes), esos miles de bicicletas para uso libre que van a transformar las costumbres y el paisaje urbano de la ciudad.
La mujer ha leído todo sobre el programa seis meses atrás, aunque tuvo que esperar porque fue postergado en dos ocasiones.
Luego, encontró los cursos de bicicleta gratuitos que ofrece la asociación “Bike New York”. Como para marzo y abril estaban completos, se anotó para mayo y tras dos horas, los debutantes ya manejan como profesionales.
“Da miedo, pero es muy entretenido”, dice, admitiendo que necesita entrenarse un poco más.
Cambiar la ciudad
Si bien el día de lanzamiento no ha sido oficialmente anunciado, la
mayoría de las estaciones para las bicicletas azules ya fueron
instaladas en Manhattan y Brooklyn.
Algunos vecinos protestaron al ver desaparecer su lugar de
estacionamiento, pero más de 8.000 personas ya han comprado su abono
anual por unos 100 dólares en las últimas semanas.
El programa promete cambiar la ciudad: 6.000 bicicletas
repartidas en 300 estaciones en un principio, con el objetivo final de
10.000 bicis y 600 estaciones.
Nueva York se convertirá de este modo en la tercera ciudad del mundo
por su número de bicicletas para uso libre, detrás de Hangzhou (China)
con 60.000 y París (unas 20.000).
El principio es el mismo que en la mayoría de las otras ciudades en
las que se ha adoptado este sistema: la persona compra un billete diario
o semanal, o un abono anual, para trayectos limitados a 30 minutos o 45
minutos. Si utiliza la bici más allá de ese tiempo, paga un monto
adicional.
Para que el lanzamiento sea un éxito, se han organizado cursos teóricos de bicicleta urbana, la mayoría de ellos completos.
Subyugados
Tras haber probado una bicicleta azul, David Dartley, un
artista de 38 años, quedó subyugado y está dispuesto a utilizarla para
todos sus desplazamientos profesionales cortos en Manhattan.
“Es mejor que el taxi o el metro. Y podría también ir a tomar
unos tragos por la noche a bares sin tener que preocuparme por volver
con la bici, ya que la dejaría ahí”, explica.
A Algunos todavía les cuesta imaginarse pedaleando en la marea diaria de taxi amarillas, pero David es optimista.
“La gente tiene demasiada imaginación. Puede dar miedo, pero
cuando haya todas esas bicicletas, los vehículos van a tener que
tranquilizarse un poco y todo el mundo estará más seguro, incluso los
peatones”, asegura.
Elizabeth Haddad, una escritora de 26 años, está más preocupada pero también quiere intentar: “Voy a usar un casco, vale la pena”, dice.
A Elizabeth le robaron hace poco su bicicleta, por lo que está feliz de la llegada del programa.
“Lo utilicé en Francia y estuvo realmente muy bien”, explica, agregando que sólo lamenta que las bicis neoyorquinas no tengan un canasto adelante como las francesas.
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