El oro blanco que tanto desea el sector turístico del Pirineo ha
caído este año en abundancia, con grosores de hasta seis metros en
algunas zonas y una precipitación total que sido de más del doble de lo
habitual en casi toda la cordillera. Pero la satisfacción de hoteleros y
esquiadores se ha convertido en tragedia para los cérvidos —ciervos,
corzos y gamos— que habitan en las zonas altas —por encima de los 1.000
metros— del Pirineo de Lleida: Pallars Sobirà, Vall d´Aran, Alt Urgell,
Alta Ribagorça y la Cerdaña. Los animales han fallecido por la falta de
hierba, por el intenso frío y, en ocasiones, atrapados en las profundas
capas de nieve polvo de las que no han logrado salir.
“En zonas que no llegaba a los 1.000 metros en un día podían caer más
de 60 centímetros de nieve nueva”, explica el director de los Agentes
Rurales de Lleida Llorenç Ricou. “El manto que se crea cuando nieva con
intensidad en un periodo corto de tiempo es blando porque no está
helado, y los animales se quedaban atrapados”, añade. A falta del
recuento oficial que se hará en mayo, los Agentes Rurales calculan que
durante este invierno han muerto entre el 25% y el 30% de cérvidos, la
mayor mortalidad de animales por la nieve de las últimas 3 décadas.

A pesar de no ser una especie autóctona y que tampoco tienen la
fuerza de los ciervos, ya que el peso de un adulto no suele llegar a los
60 kilos, los gamos pudieron aguantar mejor el periodo de frío y nieve.
“Son mucho más descarados que los ciervos y los corzos”, define el
agente. “Por eso descendían a las zonas habitadas, por donde se podían
desplazar con menos problemas y encontrar algo de alimento”. Esta
búsqueda tenía, sin embargo, otros riesgos: muchos animales consumieron
cantidades abundantes de hiedra, la única planta disponible y que
contiene unas sustancias tóxicas que también han causado la muerte de
algunos ejemplares, según los Agentes Rurales.
Otro de los animales que sufrió el efecto de las nevadas fue el
rebeco, un bóvido que habita las zonas más altas del Pirineo, y que
difícilmente se deja ver por las zonas pobladas. “Es ágil y pequeño,
pero aun así murieron muchos”, asegura Ricou.
Ante la gravedad de la situación, el pasado 8 de marzo, el
Departamento de Agricultura, Ganaderia, Pesca, Alimentación y Medio
Natural prohibió de forma “excepcional” la caza de estos animales en la
Reserva Nacional del Alt Pallars, donde antes del invierno había
alrededor de 1.300 ciervos. La resolución del Gobierno catalán
especificaba que la restricción era para los meses de marzo y abril “por
la posible muerte de ungulados, excepto el jabalí, como consecuencia
del episodio extraordinario de frío y nieve”. A pesar de esto, el
Gobierno catalán levantó parcialmente la prohibición dos semanas después
centrándose en las especies que mejor habían aguantado el duro
temporal. Así, las concesiones que los cazadores tenían para matar
hembras de corzo se sustituyeron por las de gamo.
El Consejo del Vall d´ Aran, órgano de gobierno de la comarca que
tiene transferida la gestión de la caza, se adelantó a la decisión del
Ejecutivo catalán y canceló la caza a mediados de enero, poco después de
que cayera la primera gran nevada que afectó a todo el valle.
El departamento de Agricultura ya ha anunciado que por el momento no
va a tomar ninguna decisión sobre la concesión de permisos de caza mayor
para la temporada 2013-2014. “Hasta que no haya un censo oficial y
conozcamos el grado de afectación, no decidiremos si tomamos alguna
medida para recuperar la población”, explica una portavoz del
departamento. La previsión es que en mayo el recuento de cabezas esté
finalizado.
La delegación de Lleida de la Federación Catalana de Caza muestra su
“pesar” por la muerte de estos animales y apoya que la Generalitat
regule la caza de estas especies “si realmente ha habido un número
importante de bajas”. A pesar de su lamento por la muerte del 30% de
cérvidos, un portavoz de la Federación le quita hierro al fallecimiento
de estos ejemplares: “Han muerto los más débiles. Es la selección
natural. La próxima generación será mejor”.
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