Naiz
Iñaki Urdangarin, elefantes africanos, osos borrachos, amistades «entrañables» y quirófanos han puesto en los últimos tiempos a la monarquía española en tela de juicio, rompiendo con la imagen inmaculada con la que durante años se ha presentado en público a la Casa Real y abriendo el debate, todavía limitado, sobre el futuro del rey y la Corona.
El ‘caso Nóos’
no es el único problema de la monarquía española pero sí, a tenor de su
gravedad, el que más debe preocupar a Juan Carlos de Borbón durante su
convalecencia, ya que en él se resumen la mayoría de los elementos que
cuestionan el papel del rey hoy en día, como si de un compendio de
críticas republicanas se tratara.
En primer lugar, la corrupción,
que implica ya, siempre presuntamente, a su cuñado, Iñaki Urdangarin, y
a pesos pesados de la Casa Real como el secretario personal de las
infantas, Carlos García Revenga, y el asesor jurídico del rey y conde de Fontao, José Manuel Romero.
La no imputación de la infanta Cristina hace pensar que las
imputaciones por malversación, fraude, prevaricación, falsedad y
blanqueo de capitales no irán más allá en el ámbito judicial, pero la
sombra de la sospecha se extiende al resto de la monarquía, a juzgar por
los correos electrónicos entregados por el socio de Urdangarin, Diego
Torres, y validados por el juez, en los que se habla del rey como «el
jefe».
Pero más allá del papel del monarca en la trama de Nóos,
todavía sin aclarar, los citados correos electrónicos y la irrupción de
un personaje llamado Corinna sirven para ilustrar el funcionamiento de
una monarquía en horas bajas. En algunos de los correos se da cuenta de
la oferta laboral que Corinna extiende a Urdangarin por recomendación
del rey y en algunas de las recientes entrevistas que ha concedido a
medios españoles, la princesa se ha vanagloriado de sus supuestas
gestiones de alto nivel a petición del Gobierno español y bajo la
protección de la monarquía.
Estos trabajos en el «marco de la
política exterior», como los calificó Corinna, conforman otro de los
nudos gordianos que acechan a la Corona: el de las gestiones y los
negocios de la Casa Real. Con poca información al respecto, se conoce el
papel del rey como facilitador de intercambios comerciales de empresas
españolas en el exterior, sin que quede del todo claro su papel y las
ganancias que de ello obtiene. Recientemente, ‘The New York Times’ se preguntaba sobre la forma poco transparente en la que el monarca ha amasado su fortuna.
Y
siguiendo con Corinna, aparece ante el público otra faceta polémica del
rey, la de su vida personal. Corinna calificó su relación con Juan
Carlos de Borbón como «amistad entrañable», utilizando un eufemismo que
corre como la pólvora por redacciones y redes sociales y que se suma a
la larga lista de escándalos que, normalmente con poco eco mediático,
han salpicado la vida privada del monarca español. Uno de los mayores
fue el de la cacería de Botsuana, a la que acudió acompañado
precisamente de Corinna, en la que se lesionó y de la que, finalmente,
nos queda el ya histórico «lo siento mucho, no volverá a ocurrir».
Unas disculpas insuficientes a ojos de los millones de trabajadores
precarios o en paro que sufren la crisis; igual que la leve reducción de
un 2% del presupuesto de la Casa Real.
Todos estos escándalos,
unidos a los constantes pasos del rey por el quirófano, han encendido
abiertamente el debate sobre el futuro del monarca y, en un segundo
plano mucho más solapado, sobre el futuro de la propia monarquía, una
institución estrechamente ligada a la denominada transición, en un
momento en el que, precisamente, tambalea todo el sistema construido en
aquellas fechas.
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