Cuenta una de las leyendas más antiguas acerca de los
orígenes de Girona que fue el gigante Gerión, un personaje mitológico
contemporáneo de Osiris, quien puso la primera piedra de la ciudad. Lo
hizo para construir un castillo justo después de fundar la villa de
Colliure, al otro lado de los Pirineos. Se trata de una edificación de
cimientos mágicos, no así como los vestigios palpables del paso de los
romanos en el siglo I aC. Los restos de la muralla romana son el eje del
actual casco antiguo de la que hace veinte siglos bautizaron como
Gerunda.
Junto con la piedra, el agua es el otro elemento que
conforma la personalidad de la ciudad. Hasta cuatro ríos la bañan, pero
es sin duda el Onyar el que te deja una mayor impronta. Sus aguas, en
las que conviven patos y carpas, separan la parte antigua de Mercadal,
en la orilla izquierda, la zona cosmopolita de la ciudad. Dos mitades
muy diferenciadas que laten a ritmos muy distintos: la paz de antaño y
el trasiego de hoy en día, a solo un puente de distancia.
Cada uno de ellos tienen su historia. El de Piedra data de
1856, durante el reinado de Isabel II, y ocupó el lugar del de San
Francisco. En él, puede reconocerse los bloques de la característica
piedra gerundense, con restos de algunos fósiles. Nada que ver con la
estructura metálica del Puente de Hierro, construido en honor a Gustav
Eiffel, o con el de Gómez, de aspecto esbelto, austero y moderno. El más
actual, el de Sant Feliu, apenas tiene una década.
Antes de pasar a la otra orilla, es casi una obligación
detenerse para disfrutar de una imagen de postal: las casas del Onyar,
que parecen suspendidas sobre el río y cuyo reflejo sirve para colorear
las aguas. Pintorescos edificios con detalles de madera y con muros de
colores tierra que le aportan calidez a la fría piedra del conjunto.
Todos ellos diferentes y construidos a lo largo de los años que han
servido de fuente de inspiración a muchos artistas.
Las casas sobre el río Onyar.
Al cruzar el río, el reloj se para. En medio del bullicio,
se halla un oasis de calma en el que el tiempo parece no discurrir. Es
como entrar en un tiempo pretérito por sus calles empedradas, sus
pórticos y los restos de muralla romana, por cuyo paseo exterior y sus
torres de vigilancia ejercen de inmejorables miradores para contemplar
la belleza de la ciudad a vista de pájaro.
La muralla, nuestro guía

Muy cerca, San Narcís, el patrón de la ciudad, a quien está
consageada la la Iglesia de Sant Feliu, da la bienvenida a todos los
visitantes e invita a detenerse ante la columna de 'La Leona', una
réplica de la original del siglo XII, origen de una frase popular: “No
puede ser vecino de Gerona/ quien no le de un beso en el culo a la
leona”. La mejor garantía para los visitantes de que volverán a la
ciudad. Vale la pena también visitar los Baños Árabes, que en realidad
son una construcción románica en la que destaca una impresionante cúpula
interior de planta similar a las antiguas termas romanas.
Mención aparte merece el Call, en antiguo barrio judío, uno
de los mejores conservados de Europa. Desde el siglo IX y hasta finales
del XV, en este laberinto de piedra vivió una reducida comunidad que se
vio obligada a dejar la ciudad tras seis siglos aportando su riqueza.
En su día, allí existieron unos baños rituales, una carnicería y una
sinagoga. De hecho, es muy posible que estuviera ubicada en la calle
Força donde hoy en día se encuentra el Centro Bonestruc ça Porta, el
Museo de Historia de los Judíos.
Semana Santa
Girona cuenta con varias procesiones de Semana Santa a las
que vale pena prestar atención si durante esos días visitas la ciudad.
El Miércoles Santo, los Manaies de Girona recorren sus calles para
entregar el tradicional Pendón -la insignia para guiar las procesiones-
al portador en su domicilio, donde la custodia hasta la salida del paso
del Santo Entierro del Viernes Santo. Ese día, el Manípulo de Manaies
recoge al pendonista y lo acompaña a la sede de la Cofradía. El acto
comienza cuando las campanas de la Catedral señalan las 22.00 horas y
empiezan a descender por las escaleras a marcha lenta y golpeando con
las lanzas, acompañados de bombos y timbales y seguidos de los cofrades,
con túnica gris y capa granate.
El momento más espectacular de la celebración llega cuando
los Manaies ejecutan la Estrella y la Rueda, entecruzándose entre ellos.
Pasada la medianoche, todos los participantes regresan a la Catedral
para cerrar el paso hasta la próxima Semana Santa.
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