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martes, 20 de noviembre de 2012

Los de abajo ¿al Parlament con la CUP?



Barcelona 14 de noviembre. Miles de personas –50.000 según los redactores del semanario Directa- se manifiestan por el centro de Barcelona en la marcha convocada por los sindicatos alternativos –mayormente CGT e IAC, pero también CNT, Cobas, COS y otros- en motivo de la huelga general. Esta fue una de las mayores marchas nunca vistas en la capital catalana que no solos no cuenta con el apoyo del sindicalismo de CCOO y UGT y la izquierda parlamentaria, sino ni siquiera con su presencia, ya que estos se manifestaban a solo unas calles paralelas en otra marcha también enorme. Culminaban así una jornada en la que decenas de miles de personas se habían movilizado a lo largo de la geografía catalana en masivos piquetes y manifestaciones por pueblos y barrios, en muchos casos no organizados por sindicatos, sino por ateneos, asambleas de barrio, colectivos de base y movimientos sociales.
Este es un espacio político que ha ido creciendo y confluyendo en los últimos años y aunque con la crisis ha tomado fuerza fue, quizás, en la época del Tripartit donde empezó a confluir y solidificarse una alianza –no firmada por ningún acuerdo, sino rubricada en decenas de iniciativas y luchas locales y sectoriales donde han coincidido una y otra vez los mismos actores- de todos los sectores que entendieron que la llegada de las izquierdas a la Generalitat por primera vez desde la República no suponía ningún cambio de fondo en las lógicas de gestión neoliberal. De aquellos años destaca la lucha contra el Plan Bolonia, las deslocalizaciones de fábricas y el modelo económico especulativo. Con la llegada de los recortes el apoyo social a este sector –que sigue siendo difuso y a veces difícil de ubicar sus márgenes- se ha multiplicado y en no pocas luchas –desahucios, 15M, educación y sanidad públicas, laborales...- han superado la intermediación histórica de sindicatos mayoritarios e izquierda parlamentaria.
A pesar de este crecimiento, este espacio cada vez mayor no tiene una representación política que facilite su visualización para una mayoría social y permita la extensión de sus reivindicaciones y alternativas más allá de las resistencias concretas. Esto es culpa de la histórica fragmentación de la izquierda radical, el peso del anarquismo –contrario a la participación política- y cierta cultura de la marginalidad de la que aún adolecen muchos activistas.
Pero esto podría cambiar el próximo 25 de noviembre si la Candidatura d'Unitat Popular (CUP) consigue –como señalan las encuestas más recientes- representación en el Parlament.
Pero, ¿qué es la CUP?
La CUP es un proyecto político municipalista nacido desde la izquierda independentista a finales de los 80 en poblaciones medianas, donde este movimiento tenía especial implantación, como Valls y Manresa, a la que se sumaron otras candidaturas formadas durante la Transición, como la UM9 en Sant Pere de Ribes i la CUPA en Arbúcies.
Pero no es hasta las elecciones municipales del 2003 cuando las CUP –que entonces son más conocidas en plural- empiezan un proceso de extensión territorial y social, presentándose a más municipios y logrando más concejales en una línea exponencial ascendente que se mantiene hasta los últimos comicios de 2011, cuando logran 101 concejales y cuatro alcaldías. Pero la parte más interesante del crecimiento no es su acumulación de representación institucional, sino el proceso de construcción de unidad popular, que supera con creces los límites tradicionales de la izquierda independentista agrupando los sectores críticos, combativos o sencillamente hartos de la política tradicional en los municipios donde se articula. El éxito del modelo se visualiza sobre todo en las ciudades, como Girona, Berga o Vilanova i la Geltrú, en las que la CUP consigue, en muy poco tiempo, la hegemonía de la izquierda, desplazando ERC e ICV, que en algunos casos –incluidos dolorosos para ERC en Girona- pasan a perder la representación.
El salto autonómico
Este proceso de aglutinación de la mayoría las fuerzas sociales alrededor del proyecto político de la CUP –en diferentes intensidades, más en ciudades medianas y del interior de Catalunya, donde el independentismo está más socializado, que en Barcelona y su área metropolitana- se ha acelerado enormemente con la decisión tomada a última hora de presentarse a las elecciones autonómicas anticipadas que se celebrarán el próximo domingo 25.
Aunque naturalmente no toda la escena anticapitalista apoya ni piensa votar la CUP –sobre todo parte del sector anarquista más resistente a participar en unos comicios- ha sido sorprendente la reacción de numerosísimos colectivos y activistas sociales, muchas veces muy alejados e incluso críticos con el independentismo. Prácticamente todas las organizaciones marxistas –Revolta Global, En Lluita, LI, Corrent Roig- dan su apoyo a la candidatura, la mayoría de candidaturas municipales alternativas –como las que existen en el Vallès, Santa Coloma de Gramenet o Cornellà,- así como militantes del grueso de movimientos sociales y sindicatos alternativos, incluidos conocidos abstencionistas históricos.
Un apoyo que empezó ya cuando la CUP anunció que su decisión de competir en las elecciones se tomaría mediante un centenar de asambleas locales abiertas y, después, cuando presentó una lista plagada de conocidos luchadores sociales –empezando por el presidenciable , el periodista y cooperativista David Fernández- y personas públicas comprometidas socialmente, como los músicos Cesc Freixas o Francesc Ribera, el futbolista Oleguer Presas o el escritor Julià de Jòdar. Y esta ha ido in crescendo a medida que avanzaba la campaña electoral, en la que la CUP se ha mantenido férreamente fiel a su tradición de participación, discurso sin concesiones y trabajo militante. Esta red de nuevas –hasta cierto punto, ya que muchas ya se habían tejido en las luchas de los años anteriores- complicidades ha permitido a la CUP llegar a territorios y sectores sociales donde nunca hasta el momento había tenido presencia y la ha puesto a un pie de la representación parlamentaria el próximo domingo.
En esta línea, es imprescindible señalar que no se trata de un apoyo orgánico al estilo de los partidos clásicos. La concepción de la CUP como partido-movimiento –o partido anti-partido, como se prefiera- ha facilitado la colaboración en horizontal, donde no se trata de llevar la voz de los sin voz al Parlament, o no solo esto, sino de experimentar la complementariedad de las luchas sociales a un terreno nuevo e inexplorado como es la actividad parlamentaria en la que la CUP se convertiría en un brazo más del difuso complejo de movimientos y colectivos sociales.
Pero esta campaña electoral tiene visos de crear algo mucho más profundo y duradero que unos simples resultados en votos. El debate abierto –con centenares de actos y asambleas por todo el territorio- entre sensibilidades de izquierda que se conocían y se ignoraban al mismo tiempo, la concreción en un solo documento de las numerosas alternativas dispersas elaboradas desde los movimientos sociales y la solidaridad y apoyo mutuo generados en favor de un objetivo en positivo –no solo defensivo- pueden tener la capacidad de mostrar al conjunto de la sociedad la potencialidad y las propuestas de un movimiento que hasta ahora aparecía disperso y desarticulado. Si además la CUP obtiene representación su trabajo parlamentario se puede convertir en un faro permanente que no sirva solo para incrementar la voz de los que protestan, sino también para generar una mayor cohesión interna y atraer a sectores de izquierda revolucionaria que hasta el momento se encuentran, más o menos a regañadientes, en las fuerzas de izquierda de gestión. En este sentido ha llamado fuertemente la atención los movimientos de aproximación de sectores de EUiA o el apoyo que ha recibido la CUP de parte de antiguos cargos y candidatos de ICV, ERC e incluso el PSC.
No puede negarse en el análisis que los peligros y amenazas de este proceso son numerosas y que este, en ningún caso, será ideal. El sectarismo tradicional de buena parte de las corrientes de izquierda, la cultura política de la marginalidad, los personalismos y la dificultad de perfilar que es un proyecto revolucionario en la Europa del siglo XXI serán algunos de los obstáculos, a los que habrá que añadir la represión de los aparatos del estado y la creciente desacreditación –ya iniciada- de los grandes medios de comunicación y de las fuerzas de la derecha catalana. Pero es evidente que el escenario del 26 de noviembre será mucho más propicio para avanzar que el que existe hoy.

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