Actuaba una vez más una ley no escrita en la política norteamericana: no hay escándalo en Washington en que no aparezcan los cubanos de Miami. Es algo que viene de lejos, como una inevitable maldición gitana.
El sábado 17 de junio de 1972, muy tarde en la noche, Howard Osborn, jefe de la Oficina de seguridad de la CIA, llamó por teléfono al director de la Agencia, Richard Helms, a su casa. Así recordaría Helms la conversación en el libro A Look over My Shoulder. A Live in the Central Intelligence Agency:
Sabido es lo que vino después. El origen del grupo de los “plomeros”, encabezado por Howard Hunt, que terminaría con el gobierno de Richard Nixon, estuvo en la respuesta a una filtración: la de los “Papeles del Pentágono” sobre Viet Nam, protagonizada por Daniel Elsberg y en cuya divulgación participaron figuras como Noam Chomsky y Howard Zinn. Nixon —furioso por las filtraciones- convocó a Hunt, que había participado en acciones de la CIA contra Cuba y Guatemala, para crear un grupo de acciones encubiertas, directamente subordinado a la Casa Blanca, y este último reclutó a Jim McCord, un “experto en escuchas electorales” junto a un equipo de cubanos de Miami vinculados de antaño con las actividades de la Agencia.
Más de veinte años después, ocurrió el segundo “gate”, y otra vez la gente de Miami, encabezados por Félix Rodríguez —involucrado en el asesinato del Ché y otros crímenes al servicio de la CIA- junto a Luis Posada Carriles — autor de numerosos actos terroristas entre los que destaca la voladura de un avión civil cubano con 73 pasajeros a bordo- estuvo en el centro de la trama tejida desde la Casa Blanca por el Coronel Oliver North para armar a la contra nicaragüense con el dinero de la venta ilegal de armas a Irán. Luego de que un pequeño semanario en el Líbano publicara la noticia, transcurrieron meses para que se conocieran los detalles de una historia que estremeció la política norteamericana bajo el nombre deIrangate.
Acaba de estallar un nuevo “gate” con las filtraciones de los documentos secretos intercambiados entre las embajadas norteamericanas y el Departamento de Estado. En este caso, cinco grandes medios (los periódicos The New York Times, Le Monde, The Guardian y El País, junto a la revista alemana Der Spiegel) deciden el ritmo y secuencia de las filtraciones y al parecer se han repartido los temas por áreas lingüísticas o de influencia. En lengua castellana y sobre América Latina y España, lógicamente lo está decidiendo el diario español El País, que incluso ha llegado a publicar un artículo de opinión afirmando que “los cables difundidos hasta ahora muestran que Estados Unidos tiene el Gobierno con mayor coherencia entre lo que dice en público y lo que hace en privado”. Este periódico se ha salido de la supuesta “norma” geográfico-lingüística cada vez que puede utilizar una filtración para atacar a adversarios de Washington como China, Rusia o Irán.
De la Oficina de Intereses norteamericanos en La Habana sólo se ha dado a conocer un cable que dejó bastante mal parado al diario madrileño que, mediante un tour de force, trató de arrimar la brasa a la sardina de su política editorial, bastante identificada con los ataques contra el gobierno cubano. Cuando han tenido que hacer eso con la respuesta a un cuestionario de rutina en que los diplomáticos norteamericanos elogian las condiciones de seguridad para su trabajo en Cuba, es de suponer que el resto de los 2080 documentos emitidos desde la representación de Estados Unidos en la isla contiene informaciones nada agradables para Washington y El País.
Tratan de evadir algo tan inevitable como la ley de la gravedad. Es no sólo lógico, sino coherente con la tradición: no hay escándalo en Washington sin cubanos de Miami. (Tomado de Cubahora)
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