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jueves, 26 de diciembre de 2013

Así cayó la flota más veloz de la ría

El macroproceso abierto contra la organización que lideró el mayor capo del transporte de cocaína en España, el difunto Manuel Abal Feijóo, Patoco, ha puesto al descubierto los entresijos de la gran infraestructura demandada por las redes del narcotráfico en Galicia para competir en el negocio. La muerte, en noviembre de 2008, de este avezado piloto de planeadoras que, con 38 años, llegó a ser el número uno en el desembarco de cargamentos, abrió una guerra por la sucesión. Además de sus contactos y la confianza de los carteles sudamericanos, Patoco dejó una herencia envenenada: la mayor narcolanzadera intervenida en España, que acabó con el procesamiento de toda la banda, incluidos subgrupos de lancheros que asumieron la descarga de los alijos que Abal había concertado antes de morir.
 La operación policial que se desató para neutralizar a Os Patocos tuvo otros daños colaterales, cuando jueces y fiscales decidieron, por primera vez, procesar a los vendedores de lanchas, de teléfonos por satélite y de todo tipo de pertrechos y provisiones que requería el grupo. Todos ellos se encuentran entre las 26 personas que serán juzgadas en la Audiencia Nacional por narcotráfico.
Ahora se ha sabido cómo aquel aspirante a capo que logró enternecer al tribunal de la Operación Nécora con sus rocambolescas historias comenzó su conquista en el narcotráfico con la adquisición de la lancha más costosa y mejor equipada de la historia del crimen organizado en España. Una impecable investigación policial del Greco de Galicia que servirá de principal prueba de acusación del fiscal antidroga de la Audiencia Nacional, Javier Redondo, contra esta potente organización de transportistas. En su afán por seguir revalidando su primer puesto en el gremio de lancheros, Abal se propuso alcanzar el Atlántico en tiempo récord. En otoño de 2007, había diseñado la embarcación que necesitaba y que le fabricaron a la carta en los astilleros Sacs de Milán: 18 metros de eslora por siete de ancho y otros tantos motores con arranque independiente de 300 CV de potencia cada uno. Su intermediario fue el representante de la empresa italiana en España y también procesado, José Campos, que continuamente le enviaba fotos del proceso de construcción.
Abal se desplazó a Palma de Mallorca el 19 de noviembre y se reunió con el empresario para viajar a Italia y cerrar el contrato de compra con la entrega de un adelanto: 70.000 euros en efectivo que llevaba escondidos entre su ropa, tal y como le había indicado el intermediario en una previa conversación telefónica. Otros 60.000 euros ya estaban adelantados para la compra de los motores. Paralelamente, Abal dispuso que se construyera una rampa de acceso al río Ulla en una finca de Dodro (A Coruña), para facilitar la entrada y salida de la enorme lancha y de las cinco planeadoras almacenadas allí. La situación de la nave fue uno de los secretos mejor guardados de la organización, que accedía a ella con grandes medidas de seguridad, como realizar giros en las rotondas varias veces, detenerse en los arcenes sin motivo aparente o conducir a escasa velocidad.
En la madrugada del 23 de febrero de 2008, la lancha salió del astillero con una comitiva controlada por la policía hasta Porriño. De allí se trasladó hasta una nave del polígono de A Picusa, en Padrón, como almacén de seguridad donde acabaron de incorporarle todos los componentes electrónicos necesarios para la navegación. Patoco viajó a Madrid el 6 de marzo con su lugarteniente, José Ángel Vázquez Agra, para ultimar los detalles de un cargamento de cocaína en el aeropuerto de Barajas con un intermediario colombiano. Pero los problemas comenzaron para la banda cuando el dueño de la nave se presentó allí y al ver la lanzadera amenazó a los empleados de Patoco con llamar a la Guardia Civil si no desalojaban inmediatamente. Ante ello, Patoco alertó a todos sus subordinados sobre el inminente traslado de la lancha y avisó a José Campos para que le mandara urgentemente vía fax la factura del barco, por si tenía que mostrársela a la Guardia Civil. Después ordenó trasladar la lancha desde Padrón a otro lugar río arriba, remolcada por otra embarcación y una grúa.
Mientras la lancha navegaba por el río, se personó en la nave una dotación de la Guardia Civil, que identificó e interrogó a todos los operarios que todavía permanecían allí recogiendo los enseres. Patoco fue informado de que el instituto armado había avisado a sus medios marítimos y a los de Vigilancia Aduanera para que fueran en su búsqueda. Desde los teléfonos intervenidos, el jefe llegó a plantearse la posibilidad de prender fuego a la lancha y abandonarla como último recurso, mientras ordenaba a sus hombres que permanecieran en sus puestos y siguieran vigilando. A duras penas lograron alcanzar otra de las naves —tenía dos más en Cambados y Ribadumia—, situada también en la desembocadura del río.
El día 6 de junio de 2008, Abal se reunió en el bar Senra de Ribadumia con el procesado Baltasar Vilar Durán, la persona que iba a pilotar la lancha cuando saliera a recoger la droga en el Atlántico, un mes después. Todo estaba preparado. El lanchero Ramón Fabeiro le contaba a su novia por teléfono que tendría que “desaparecer una semana o algo más”, al igual que su hermano Gabriel, quien dijo a través de su móvil, también intervenido: “Está todo listo y cuando avisen hay que trabajar”.
La policía, que estaba a punto de desplegar la operación, interceptó otras conversaciones como los comentarios de los mecánicos encargados de instalar los motores -comprados en Galicia, una vez que la lancha ya llegó construida- y los aparatos de navegación: “Vinieron los mafiosos de ayer y compraron los motores, me quedé ahí hasta las tres de la tarde. Ellos tantean, y hoy vienen y compran. Traen una bolsa con 10 millones de pesetas y a contar billetes, y ahora quedó allá el dinero”.

La última gran operación

Cuando la gran lanzadera estaba a punto de salir a por un cargamento de droga, José Vázquez Pereira, Nando, se dispuso a controlar los medios navales de Aduanas en su lugar de atraque y comunicárselo a Patoco por teléfono. Sobre las 6 de la madrugada del 19 de agosto de 2008, José Pereira, y su hermano Ramón, junto con los hermanos Gabriel y Ramón Fabeiro, botaron la lancha y partieron rumbo hacia las coordenadas pactadas en busca del buque nodriza que les proporcionaría en el lugar convenido el alijo de cocaína para desembarcar en la costa.
La droga no se llegó a cargar en la lancha porque esta y el barco nodriza enviado por el cartel no consiguieron encontrarse en las coordenadas pactadas. Lo intentarían cuatro días después. “Mi novia está a cuatro horas”, decía un mensaje interceptado desde un móvil. La nave volvió a su refugio, pero una patrulla de la Guardia Civil la logró interceptar por lo que fue precintada en el almacén.
Patoco rompió los precintos y se llevó el barco a otro de sus escondites, aunque desistió de ir a por el cargamento. Cuando venía de ultimar el segundo intento de alijar la droga, el 8 de noviembre, murió en un accidente de moto. Ante la incertidumbre de quién le sucedería al frente de la organización, Gregorio García, Yoyo, tomó las riendas. Entre enero y febrero de 2009 cargaron ocho toneladas de cocaína en dos operaciones que terminaron en manos de la policía. La lanzadera, que había costado más de medio millón de euros, aparecía varado en una playa de Nigrán, con los motores estropeados y todos los códigos de navegación a bordo. Del uno al 22, cada número tenía un significado: no están, ya cargamos, cómo estáis, todo OK, tenemos mal tiempo, estamos averiados, motor roto, estamos a punto, nos pasó el avión, salió el helicóptero o todo dentro.

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