Rory, un gato de pelo rojizo que había ingerido veneno para ratas, fue llevado por su dueña, Kim Edwards, a los servicios de urgencias veterinarias de la pequeña localidad de Tauranga, una isla del norte de Nueva Zelanda. El estado del gato empeoraba rápidamente y requería una transfusión urgente.
La veterinaria Kate Heller no tenía tiempo de mandar una muestra al laboratorio para comprobar el grupo sanguíneo del enfermo. Y decidió usar sangre de perro, que extrajo del labrador de una vecina. "La gente va a pensar que me estaba pasando y era verdad. Pero funcionó y le salvamos la vida", declaró Heller a The New Zealand Herald.
Transcurridos unos días, "Rory se ha recuperado completamente y el gato no ladra ni trae el diario", aclaró la dueña del felino.
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