Se llevó la Supercopa el Bayern en una tanda de penaltis -sólo falló
Lukaku- tan igualada como todo lo anterior (2-2, 5-4 desde los 11
metros). La batalla fue un toma y daca, un intercambio brutal de golpes,
un frenesí que coronó Javi Martínez con un tanto en el mismísimo último
suspiro del tiempo añadido, cuando el árbitro ya había mirado con
insistencia su reloj, cuando el Chelsea ya celebraba la gloria. [Narración]
Era el colofón, tal vez el premio a la insistencia de un Bayern que
en esa segunda parte de la prórroga había tenido hasta cinco ocasiones
clarísimas, la mayoría desbaratadas por un Cech que iba camino de ser héroe en casa. Acabó triunfando Guardiola cuando ya no lo parecía. Le volvió la suerte que le estaba esquivando un instante antes.
Ganó el Bayern como pudo hacerlo el Chelsea, caprichoso fútbol. La noche había arrancado con el zarpazo tempranero de Fernando Torres.
El premio inicial fue para el conservador, pero la factura de la pieza
encumbra el plan. Ni siquiera fue un contragolpe. El intrépido fue Hazard:
partió desde la derecha, una vertiginosa arrancada en la que dejó atrás
a varios rivales y desencadenó el resto. Como una ráfaga de tres
puñetazos al mentón. Zas, zas, zas. Eslalon del joven belga, centro de Schürrle desde la banda contraria y remate de primeras, de manual, de Torres. Un gol, un golazo, eléctrico.
No mutó el escenario, se acentuó. Pero también el problema del
Bayern, su preocupante falta de contundencia. Porque desde el mismo
amanecer gozó de la pelota y de la iniciativa. Incluso, pese a la plaga
de bajas entre sus medios centros (Thiago y Schwensteiger lesionados; Javi Martínez, tocado, salió después) que propició la aparición ahí del otrora lateral derecho Lahm,
merodeaban los de Guardiola las inmediaciones del área londinense,
combinando con soltura y plantándose en terrenos de vértigo. Pero,
cuando allí llegaban, les temblaba el hambre.
El Bayern era como una lluvia fina, pero no calaba. Pólvora mojada, especialmente Ribéry,
el más activo, que ya gozó de una clarísima ocasión justo antes del
tanto de los blues. Un rato después, el portero checo desbarató otro
lanzamiento del recién premiado francés. Llegadas varias, otra clarísima
de Müller que golpeó en el lateral de la red.
Del grupo de Mourinho no hubo más noticias, si acaso
que fue ganando la batalla moral. No era un 11 especialmente defensivo,
como si hubiera aprendido la lección de batallas pretéritas contra
Guardiola, apenas con Lampard y Ramires en la contención en el medio, y Óscar, Hazard y Schürrle como lanzaderas del Torres. Es curioso el romance del ex Atlético, al que Del Bosque
dejó fuera de la convocatoria para Finlandia y Chile, con las finales.
No venía siendo titular, aunque el sistema de Mou parece un guante a sus
cualidades de depredador solitario. No le hace falta participar,
deambula con una mentirosa desgana, aunque bajo la manga siempre lleva
el machete listo. Apenas tuvo dos apariciones en la primera mitad, el
gol y la otra gran ocasión de su equipo, cuando, a la media hora, tras
otra combinación con Schürrle, se revolvió dentro del área y disparó
alto por bien poco.
El descanso, punto de inflexión
Pero llegó el descanso y el paso por vestuarios
y allí todo cambió.
El Bayern regresó como un relámpago, espoleado, ahora sí hiriente. Qué
le habría dicho Guardiola a Ribéry para semejante celebración, una
enfurecida dedicatoria la del astro francés cuando, apenas dos minutos
después de la reanudación, atinó con un lejano derechazo.
Al Chelsea le costó casi un cuarto de hora sacudirse el golpe.
Acogotado en su área, empujando por un Ribéry espídico, no recibió por
muy poco el segundo en un remate alto de Robben. En pleno ímpetu bávaro fue cuando Guardiola dio entrada a Javi Martínez para hacer más lógico su esquema.
Curiosamente, ahí recuperó el aliento el rival, aunque más tuvo que ver un resbalón mortal de Dante que dejó en bandeja el gol a Óscar. Neuer impidió la catástrofe, pero apareció el temor. Como después el larguero expulsó un cabezazo de Ivanovic en un córner y otra mano milagrosa del guardameta a otro remate de David Luiz.
Porque ya el partido había dejado de tener dueño, cuando se
aproximaba a su final con los dos contendientes desbocados. Se había
convertido en una apasionante batalla y el físico empezaba a contar. El
Chelsea parecía ahora más poderoso, aunque se quedara con 10 tras la
segunda amarilla a Ramires por un entradón desmesurado a Götze.
Los equipos ingresaron en la prórroga como dos púgiles exhaustos, con
brazos que ya no aguantaban las guardias altas, aunque la mandíbula de
cristal era la del Bayern. Ante la pasividad de su defensa y el error
ahora sí de Neuer, encajó otro zigzag de Hazard que parecía definitivo.
Pero no, porque nada está escrito, porque el duelo de estos dos
entrenadores deja obras como la de anoche en Praga. Inspiradoras.
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