Miguel Blesa, Gerardo Díaz Ferrán, Ángel de Cabo… y el último en llegar, el extesorero del PP Luis Bárcenas.
Algunos de los presos económicos más ilustres han ido a parar a la
macroprisión de Soto del Real (Madrid), la primera cárcel tipo que se
construyó en España, en 1995, para sustituir a la de Carabanchel, y en
la que Bárcenas, hasta ahora, ha recibido el trato habitual: foto,
huella dactilar, entrega de los objetos de valor, primera evaluación del
trabajador social, el médico y el psicólogo, y entrada en el módulo de
ingresos, donde el extesorero ha compartido celda con otro preso.
La labor del psicólogo es averiguar hasta qué punto el preso asume el
delito. En el caso de reclusos de perfil económico, muy bien asesorados
por sus abogados y aún sin condena, es difícil que cometan el desliz de
reconocer nada ante un funcionario. El terapeuta valora también la
fortaleza mental del interno y si está derrumbado por haber entrado en
prisión. Algunos no solo no demuestran una confianza insólita en sí
mismos, sino que se permiten, como hizo José Bretón, recomendar un libro
de autoayuda al psicólogo.
Por otro lado, el trabajador social valora la situación familiar. Con
esta información se configura el perfil y se les envía a un módulo
concreto. Blesa, Díaz Ferrán, Bárcenas... son presos sin condenas
previas, por lo que conviven con internos que han delinquido por primera
vez y con un perfil más o menos normalizado. Podrían ser candidatos a
un módulo de respeto (donde los internos tienen más libertad a cambio de
más responsabilidad). Deben repartirse las tareas, la limpieza... Pero
no vale para todos. Uno de los presos de los ERE acabó en uno ordinario
por su carácter beligerante y poco colaborador.
Bárcenas tendrá derecho a 10 llamadas de cinco minutos por semana, a
meter un máximo de 100 euros cada siete días en la tarjeta para sus
gastos y a recibir una visita de 40 minutos a la semana a través de
locutorio. Una vez al mes, al menos, tendrá acceso a un vis a vis íntimo
y a otro familiar.
Soto tiene 14 módulos con 72 celdas y dos plantas cada uno junto a
tres edificios más: aislamiento, enfermería e ingresos. Se trata de una
cárcel con mucho tránsito a la que llegan en primera instancia todos los
presos preventivos de los juzgados de Plaza de Castilla y gran parte de
los de la Audiencia Nacional, aunque luego pueden ser trasladados a
otra cárcel.
Cada uno de los módulos de esta miniciudad carcelaria tiene un
gimnasio pequeño, un patio, un comedor, una sala de estar con una tele y
un futbolín, un economato y aulas para los talleres. Hay un
polideportivo para toda la prisión al que pueden acudir el día asignado.
Las celdas, de 10 metros cuadrados y equipadas para dos personas —se
comparte o no dependiendo de la ocupación carcelaria y de la
recomendación de los técnicos para cada preso —, tienen una litera,
mesa, estanterías, dos sillas, un espacio para dejar los enseres, una
ducha, un váter, un lavabo y una pequeña ventana. Sin puerta para el
baño que deje cierta intimidad. Dentro de la celda pasan unas 12 horas
al día con su compañero. A las 8 de la mañana las abren, y, después del
aseo y limpieza, se sirve el desayuno sobre las ocho y media. Por la
mañana se pueden hacer actividades o estar en las zonas comunes hasta la
hora de la comida, entre una y una y media. Después, los presos
regresan a la celda para descansar, vuelven a salir otro rato por la
tarde y la cena se sirve en torno a las 20 horas. A las 21.30 las
puertas de las celdas se cierran hasta el día siguiente.
Presos por delitos económicos de este tipo, con abultadas cuentas
corrientes y acostumbrados a mandar, suelen tardar en asumir que pueden
estar en prisión mucho tiempo y suelen pasar por una primera fase en la
que rechazan las actividades confiando en que su paso en prisión será
muy breve. En el caso de Blesa, así ha sido. Pero otros tienen una
situación bastante más complicada.
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