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domingo, 10 de julio de 2011

Día de pesadilla con Iberia


Entre dos misiones humanitarias en la India, qué felicidad volver a España para zambullirme en la manifestación más extraordinaria del mundo, la peregrinación a caballo y en carruaje de medio millón de fieles hacia el mítico pueblo andaluz de El Rocío. Soy sin duda el único francés, y quizás el único extranjero, que haya participado cinco veces en ese increíble acontecimiento. Pero este año la compañía Iberia iba a hacerme pagar con una cascada de sufrimiento mi voluntad apasionada de unirme a las multitudes de El Rocío. Una jornada que empieza por la cancelación pura y simple del vuelo Bilbao-Sevilla, cuando mi mujer y yo acabábamos de obtener en internet nuestros asientos en ese vuelo.

En el aeropuerto, ninguna explicación. Desesperados, nos precipitamos junto a una veintena de pasajeros en el mostrador de un vuelo para Madrid. Allí, dispondremos de una hora para enlazar con la correspondencia Madrid-Sevilla. ¡Uf! Pero nuestro calvario no ha hecho más que empezar. Unos minutos antes de aterrizar en Barajas, la voz de la azafata anuncia las puertas de las distintas correspondencias. El vuelo a Sevilla sale del J 23. Si salimos rápidamente del avión, tenemos una posibilidad de cogerlo.

Llevamos nuestras tarjetas de embarque y nuestros números de asientos. Pero la escalerilla no está cuando llega nuestro avión. Treinta minutos pasan antes de que la puerta del Airbus se abra. Un retraso que puede ser fatal. Con los veinte náufragos del Bilbao-Sevilla nos lanzamos a una carrera enloquecida hacia la J 43. Milagro: el avión sigue allí. La encargada del embarque está en el mostrador. Pero nuestra llegada no suscita emoción alguna en la empleada. Alzando los hombros, suelta: "El vuelo está cerrado". Hay pasajeros que le suplican, señalando con el dedo el final del pasillo. Bastaría con que descolgase el teléfono para avisar al piloto de nuestra llegada. Pero no. Se queda enrocada en su rechazo.

Intentamos averiguar el horario del siguiente vuelo a Sevilla. Nos manda secamente hacia el mostrador de información de Iberia que está a diez buenos minutos de camino y cuyo mostrador está asediado por una cincuentena de pasajeros varados. El enorme eslogan en la pared nos da cierta esperanza de escapar a nuestra maldición: "Estamos para ayudarle". Pero de los cinco puestos que tiene el mostrador, solo dos están ocupados. Los demás están vacíos.

Nuestra espera promete ser interminable. Un viejo matrimonio de australianos parece al borde de la desesperación. Querían ir a visitar a un pariente instalado en Sevilla antes de partir esa misma noche hacia Londres para conectar con su vuelo a Sydney. La anulación del Bilbao-Sevilla trastocó todos sus planes. No saben qué hacer porque el próximo Madrid-Sevilla es a las 17 horas, es decir, dentro de cuatro horas. Y como todos los demás náufragos en nuestro caso, no tienen ninguna certeza de que obtendrán una plaza en algún otro vuelo.

Al fin, al cabo de hora y media, mi mujer y yo conseguimos hablar con una de las dos empleadas detrás del mostrador. Milagro: nos beneficiamos de las últimas plazas en el avión, los asientos 30A y 30B, al fondo del aparato. Otro milagro: nos entregan un vale para ir a comer a cuenta de Iberia a un restaurante que se encuentra a una docena de minutos de marcha. ¡Uf! Al entrar, una azafata se queda con nuestros documentos y nos dice que tenemos derecho a unos entremeses, un plato principal y un postre. Después de ese largo calvario, esto es como una fiesta.

Sin duda alguna, Iberia quiere hacernos olvidar nuestras desgracias. ¿No muestra el número de junio de su revista Ronda a cuatro cocineros que proclaman que "Iberia es el mejor restaurante del mundo"? Cada cual toma su bandeja. Veo detrás de una vitrina unos filetes de rosbif, que acompaño con pasta. "Lo siento, señor, la pasta es un plato aparte. Con su carne, le puedo dar cuatro patatas". En cuanto al café, tampoco forma parte de la hospitalidad del "mejor restaurante del mundo". Va por nuestra cuenta. ¡Qué más da! Al fin, embarcamos para Sevilla. Con seis horas de retraso sobre nuestro horario previsto. Sin haber recibido la más mínima disculpa, ni la más mínima oferta de compensación.

Pero la pesadilla no ha terminado. Nuestra maleta recuperada en Sevilla está en un estado lamentable. Una de las cuatro ruedas ha sido arrancada y el fondo está deteriorado. Cansados y hartos, vamos al mostrador del equipaje a rellenar los formularios. Sin una palabra, el empleado de servicio deja su puesto para ir a examinar los desperfectos. Luego, siempre sin una palabra, vuelve a su sitio para presentarnos un pequeño letrero en español y en inglés donde se lee que Iberia no indemniza las maletas cuyas ruedas han sido arrancadas.

Menos mal que esas sublimes cabalgadas de las hermandades que convergen en el Rocío nos esperan a algunos kilómetros. Con la deliciosa perspectiva de volver a Madrid, después de esa fantástica peregrinación, a bordo de un AVE.


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