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domingo, 18 de enero de 2015

Al borde de la decepción, Google reflota sus gafas inteligentes

Pusieron un término en boca de todos, los wearables, la tecnología para vestir. Tres años después del anuncio inicial, las Google Glass, las primeras gafas inteligentes, saldrán al mercado con un panorama muy distinto al planteado. Google ha decidido dar de baja el programa actual de Exploradores, como llamaban a los desarrolladores de aplicaciones con derecho a prueba previo pago de 1.500 dólares. El 19 de junio el modelo actual será historia. Este jueves se dio el último movimiento, un golpe de timón, para reflotar o hundir definitivamente el proyecto. Glass dejaba de formar parte de Google X, su laboratorio de experimentación, para tener entidad propia. Al frente estará su diseñador estrella, Tony Fadell, para crear una nueva división que saque definitivamente su gadget al mercado de consumo. Google, previo pago de 2.000 millones de dólares, quiere comenzar su conquista del hogar y, al mismo tiempo, hacerse con un poco de la magia de Apple, para lo que tendrá el apoyo de Ivy Ross, una reputada creadora de joyas que fichó por Google en mayo.
La renovación del proyecto no es solo humana. Contará también con un nuevo procesador, el Intel de Edison, y la colaboración con Luxottica, fabricante de las gafas Rayban, Oakley y Arnette, para buscar nueva molduras y materiales que hagan de este prototipo un objeto de deseo. Víctor Sánchez, fundador de MashmeTvuna empresa dedicada a diversos tipos de videoconferencias, forma parte del grupo de exploradores desde que nació la idea y reconoce que el diseño actual no es el más adecuado: “Son cosas de ingenieros. A veces somos demasiado simplistas, basta con que funcione para que nos parezca bien, pero no es algo para todos los públicos”.
Julián Beltrán, responsable de Droiders, una empresa que colabora con Google, ve Glass como la gran esperanza para hacer crecer su negocio. Además de una aplicación para el Banco Sabadell, pensada para cobrar cheques con solo mirarlos y hacer un gesto, ha publicado otra, junto a la universidad de Stanford, que lleva la realidad aumentada al quirófano. “Sirve para emitir en tiempo real lo que ves, mientras se opera, pero también para tener instrucciones sobreimpresas y comprobar datos”, expone. Sánchez ve grandes posibilidades en el ámbito educativo y en el del turismo: “Contar algo en primera persona es un paso adelante. Poder ir paso a paso mientras te guían, también".
Lo que no queda tan claro es que sea un dispositivo para todos los públicos. Scott Amyx, director de la consultora Amyx McKinsey, especializada en tecnología de vestir e Internet de las cosas, apunta tres factores para su adopción: “Que resuelva el problema de la mensajería en tiempo real, sin fricción; que tenga un diseño atractivo, y que el cambio de comportamiento que implica su uso, compense con la satisfacción que genera. En resumen, que no pesen más que unas gafas normales y que se adapten al cuerpo, que se puedan sentir en la piel como algo natural, parte de nuestra vestimenta”.
Precisamente, el nacimiento inicial de Glass quiso jugar con esa cercanía, con integrarlo en el día a día. Sergey Brin, cofundador de Google y autor intelectual de esta aventura recurrió a lo que se entiende por educación y buenas costumbres, para indicar la necesidad de usar las gafas. “No se puede estar sacando todo el tiempo el móvil en la mesa o en una reunión para ver si ha llegado un correo”, insistía. Era 2012, el reloj inteligente todavía no era una realidad. Ahora que una decena de modelos que funcionan con Android Wear y que cuestan entre 170 y 300 euros -200 y 350 dólares-, son capaces de manejar las notificaciones de noticias, correos, tuits y redes sociales con discreción, parece que esa función de las gafas ha perdido algo de su sentido.
En su promoción inicial, se apelaba también al corazón y a los valores familiares: “¿Quién no quiere inmortalizar para siempre los primeros pasos de su hijo?”. Paradójicamente, las gafas le han costado su matrimonio y han tambaleado el equilibrio de Android. Amanda Rosenberg, una de las jóvenes responsables de márketing de Glass pasó a ocupar su corazón. 
El reto final llegará entrado el año, cuando sea necesario ajustar un precio acorde al mercado actual. Amyx estima que rondará los 400 o 500 dólares. 
Los expertos creen que no será fácil el camino hasta que lleguen al consumidor. “La exigencia será mucho mayor. Hay que incluir materiales agradables, fiables, un manual, la garantía… Todo lo que se espera cuando se compra un aparato de primera línea”, insiste Beltrán. Sánchez, que ha investigado con varios prototipos, asegura que la vida de la batería será cuatro veces superior a la actual, uno de los grandes fallos del prototipo.
Entre las incógnitas que tendrán que resolver, ya sea el modelo de pruebas o el definitivo, está la privacidad. El rechazo es tal que en San Francisco a los exploradores se les llama glassholes, un juego de palabras entre las gafas y assholes, un insulto, en inglés.
“La sociedad tiene que aceptar los nuevos usos, igual que aceptaron las llamadas desde el móvil en locales o los mensajes durante las comidas. Ahora bien, si no encuentran encaje social no tendrá sentido relanzar las gafas, quedarán como un instrumento para tareas profesionales, muy especializadas”, concluye Amyx.

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