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domingo, 9 de noviembre de 2014

¿Cuántos votos necesita el independentismo para considerar un éxito el 9N?

No hay duda: "cuántos" es la única pregunta importante en el proceso participativo que se celebra hoy tras un accidentado itinerario institucional. Y es la única pregunta importante porque la respuesta que se registre a partir de las 20 horas puede acelerar o, por el contrario, ralentizar el atribulado calendario político.

Desde luego, la interpretación de los posibles resultados no ofrece grandes dificultades. Una participación por debajo del 25% del censo electoral -menos de 1.400.000 ciudadanos- constituiría un fracaso para un movimiento soberanista que se venía jactando de haber sacado a las calles a más de un millón y medio de personas con motivo de la Diada. Y supondría, además, un pésimo augurio para las opciones electorales de las candidaturas independentistas en unas elecciones catalanas centradas en la relación entre Catalunya y España.

En cambio, una movilización de entre el 30% y el 35% del censo electoral -o entre un millón y medio y dos millones de ciudadanos en edad de votar- se limitaría a ratificar el actual carácter de minoría determinante del bloque soberanista, capaz de ganar las elecciones autonómicas, pero sin la mayoría absoluta de los votos. No hay que olvidar que en los comicios de noviembre del 2012, los partidos soberanistas (CiU, ERC o la CUP) lograron 1.781.000 papeletas y la mayoría absoluta de la Cámara catalana, pero no sumaron el 50% del sufragio emitido. No parece, por tanto, una base lo bastante sólida como para emprender la siempre compleja aventura hacia la independencia. Otra cosa es si el inmovilismo constituye una política viable en semejante escenario.

En definitiva, una movilización durante la jornada de hoy por debajo de los dos millones de personas tendería a congelar la correlación política actual -mayoría absoluta en el Parlament, pero no en las urnas- y a introducir un visible grado de incertidumbre sobre las posibilidades de lograr una rotunda victoria soberanista en unas elecciones autonómicas de alta participación, como podrían ser unos comicios con aroma de plebiscito sobre el encaje de Catalunya en España. 

Las expectativas, sin embargo, cambiarían radicalmente si el movimiento soberanista lograra movilizar hoy a más de dos millones de ciudadanos (o a alrededor del 40% del censo electoral). Semejante cifra de potenciales votantes (si, además, hubiesen apostado por la independencia en la consulta informal) supondría más de la mitad de los electores en unos futuros comicios de alta participación (por encima del 70%). Es decir, en esa futura cita con las urnas las tesis independentistas cosecharían un respaldo de partida superior al 50% de los votos emitidos, en paralelo a la mayoría absoluta que sus partidarios lograrían en el Parlament. Y eso suponiendo que todos los que votasen en esos comicios futuros y no lo hubiesen hecho el 9-N, lo hiciesen entonces contra la independencia.


Finalmente, cualquier cifra de participantes que proyectase un voto afirmativo a la secesión por encima del 40% del censo electoral -en torno a dos millones y medio de votantes- convertiría en irreversible el proceso independentista. Y eso ocurriría incluso en el supuesto de una participación récord del 80% en unos comicios autonómicos o en un eventual referéndum. De hecho, una tasa de participación semejante no se registra desde 1982, en las llamadas "elecciones del cambio", tras la intentona golpista del 23-F. Los dramáticos comicios del 2004, aunque marcados por los brutales atentados de Madrid y la contestada política de Aznar, movilizaron en Catalunya al 77% del censo. 

Es verdad que en los referéndums soberanistas de Escocia o Quebec la participación superó de largo el 80%. Pero se trató de una participación calculada sobre los previamente inscritos en el censo electoral, que allí no es un registro automático ni reúne, como en el caso español y catalán, a la totalidad de los ciudadanos en edad de votar.

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