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viernes, 12 de septiembre de 2014

Murió Botín, de facto, como vivió…



Murió Emilio Botin, presidente del Banco de Santander, uno de los grandes del mundo, con especial implantación en América Latina.
Nunca es buena noticia la muerte de nadie, pero en ciertos casos ella nos recuerda que es lo más igualitario, lo más democrático, lo más justo en el sentido de que nos sucede y nos sucederá a todos por igual.
El apellido, profesión y trayectoria de este señor se prestaban a chistes fáciles… y arriesgados. No en balde, Botin, Don Emilio, era el paradigma del poder fáctico absoluto, es decir, del poder que no emana del pueblo, ni de la Constitución, ni de las Instituciones, ni de la legalidad siquiera en muchos casos y situaciones… Un poder que emana del dinero acumulado en magnitudes astronómicas, de la capacidad disuasoria, seductora, corruptora, aterradora… que el dinero incontrolado puede ejercer sobre una sociedad, una economía, unas instituciones, unos mandatarios “con visión de Estado”…
Alguna vez a Don Emilio la Hacienda le hizo notar muy educadamente que se le había olvidado alguna menudencia en su declaración. Uy, qué cabeza la mía, debió decir, y le largó al Tesoro ciento y pico millones de euros complementarios… Es muy probable que en otras ocasiones a la Hacienda se le olvidara recordarle otros olvidos a Don Emilio.
En su condición de cabeza visible del Banco de Santander y de una fortuna personal y familiar superior a la renta disponible de muchos países de la Tierra, Don Emilio tuvo que vérselas con la justicia, pobrecita ella. Nunca prosperó ningún caso, salvo en una ocasión que fue condenado por sentencia judicial firme. El gobierno, de Zapatero, pero da igual porque ante Botin todas las ideologías eran una sola, tardó en indultarlo menos tiempo del que tardó el tribunal en redactar la sentencia.
En el argot jurídico español quedó acuñado un concepto, “la doctrina Botin”, como una suerte de jurisprudencia en materia de comportamiento de los “poderes” judicial y político frente a los poderes de verdad, los dichosos fácticos.
En otra ocasión, Don Emilio encabezaba de hecho, “de facto”, una amplia delegación de empresarios, mandatarios, y el propio Rey Juan Carlos, que fue a Brasil a captar inversores, vender la “marca España” y eso y, muy probablemente, otras actividades de relax extraprogramadas. Estaban todos en el hall de un hotel de superlujo, creo que en Río, incluido el Rey de entonces, ataviados impecablemente, y se presenta Don Emilio con pantalón corto, camiseta a juego y la gorrilla del Banco de Santander, todo en rojo, el color corporativo. Es decir, se presentó disfrazado de Fernando Alonso… con dos cojones, mientras lo esperaban a pié firme el resto de la delegación, Rey incluido, con pantalones largos, camisas, corbatas y chaquetas… Un poder fáctico, vamos, de los de verdad y hasta los detalles más nimios eran aprovechables para hacer ostentación de esa facticidad.
Yo tenía un amigo, y lo conservo, comunista de derechas según su particular definición, que solía decir que entre un poder fáctico y un joder fáctico, en el sentido de molestar, la línea divisoria casi que no existe.
En América Latina, por cierto, la marca “banco santander”, asociada a bancos locales que éste compró cuando llegó a cada país, provoca muchos chistes en los ambientes socio-políticos; el más habitual es “el banco gallego este debería cambiar el color corporativo; adoptar el blanco en vez del rojo …”
Descanse en paz Don Emilio, y tanta paz lleve como deje.

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