
La última aparición pública de Biggs, un hombre cuyo rostro demacrado reflejaba los estragos de la enfermedad, se produjo el pasado marzo en el entierro de su antiguo colega Bruce Reynolds, quien fuera el verdadero cerebro de la operación. Bajo sus instrucciones, Biggs y el resto de sus compinches, parapetados en pasamontañas y cascos, detuvieron aquel convoy del ferrocarril y desengancharon la locomotora, apropiándose de 120 sacas repletas de 2,6 millones de libras de la época (el equivalente a 40 millones de libras, 48 millones de euros, actuales).
Las partidas de Monopoly con las que el grupo entretuvo el aburrimiento en su cobijo en una granja del sur de Inglaterra, y en las que se utilizó parte del dinero obtenido en el robo, marcaron sus huellas dactilares sobre el tablero y la identificación de los ladrones por parte de la policía.
Biggs fue condenado a 30 años de cárcel, pero en 1965 consiguió escapar de la prisión de Wandsworth y emprender una huida que primero le llevó a Francia, luego a Australia y finalmente a Brasil, donde se instaló en 1970. Cuatro años más tarde, cuando un reportero inglés reveló su paradero, las autoridades británicas reclamaron la extradición del fugado, pero el Gobierno brasileño alegó que no existía un tratado entre ambos países a tal efecto. Biggs, además, se había buscado un blindaje legal: tuvo un hijo en el país sudamericano, una circunstancia que no permitía su entrega al Reino Unido. Su vida en Río de Janeiro, donde frecuentaba los lugares públicos y asistía a muchas fiestas, distaba mucho de la de un hombre perseguido por la justicia.
Pero 38 años después del golpe de Glasgow, su precario estado de salud le condujo de regreso a Inglaterra de forma voluntaria, en un vuelo que fue sufragado por el diario sensacionalista The Sun. En cuanto pisó suelo británico fue arrestado, aunque después de ocho años en la cárcel fue puesto en libertad (2009) atendiendo a su deteriorado estado físico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario