Cuando metieron a Jason Coghlan, británico de 43 años, en la cárcel
de Alhaurín de la Torre (Málaga) su currículo se componía de robos de
coches, peleas continuas en los pubs, una expulsión de los marines,
varias entradas y salidas de prisión en su país natal y un incontable
número de atracos a bancos. Él, que había nacido en una de las zonas más
deprimidas de Reino Unido, en los alrededores de Manchester, había
convivido con la delincuencia desde niño. Su estancia en Alhaurín hace
tres años podía haber sido una más de sus idas y venidas entre rejas.
Pero no lo fue. Allí conoció a otros presos británicos y en ese mundo
que es la cárcel en el que se forman guetos de razas y nacionalidades
recogió las quejas de sus compañeros ingleses. La falta de entendimiento
con sus abogados españoles, su poco interés por liberarles y sus ganas
de cobrar las minutas. Y en la Costa del Sol encontró su nicho de
mercado, su manera de vivir de la delincuencia sin ser un delincuente.
Ahora está del lado de los buenos porque se convirtió en intermediario entre los presos británicos y los letrados locales.
Un valioso asesor cuyo nombre se escucha entre los barrotes de las
prisiones de Málaga y al que los abogados de la zona toman en
consideración.
Él no oculta su pasado, sería una tontería teniendo en cuenta que
basta teclear su nombre en un buscador para descubrirlo. En las
prisiones británicas estaba considerado como “extremadamente peligroso”.
Asegura que esa fue su época de “villano” y ahora reconoce que era un
modo de vida “inaceptable”. Acabó en la cárcel malagueña por un delito
de extorsión por el que no fue condenado. Pero los seis meses que
permaneció en Alhaurín en prisión preventiva cambiaron su vida. Cuando
conoció las quejas de sus compañeros, envió un puñado de cartas a una firma de abogados marbellí especializada en clientes británicos.
Allí les exponía su caso, los problemas a los que se enfrentaba un
preso extranjero y la, en su opinión, falta de implicación de los
profesionales españoles. Al otro lado de la correspondencia estaba
Antonio Flores, del bufete Lawbird. “Al principio pensamos que era un
enajenado. Cuando salió de prisión nos reunimos con él y empezamos a
tomarle en serio”. Básicamente, Coghlan consigue clientes para los
bufetes, se asegura que los abogados no aparcan en un cajón los casos
que ellos les llevan y asigna a cada preso el letrado que considera
adecuado. También acompaña a los abogados a las visitas en prisión con
sus defendidos y acude a los juicios, aunque se sienta en el banquillo
del público. Ahora tiene una cartera de 33 clientes, trabaja con
despachos especializados en penal, civil y delitos económicos.
Creció en una de las zonas más deprimidas de Inglaterra y se convirtió en atracador para tener coches de lujo
Mientras degusta unos espaguetis a la boloñesa en un restaurante de
la avenida principal de Marbella, con una servilleta anudada al cuello,
explica cómo se convirtió en el azote de los bancos británicos durante
los noventa: “Yo veía a los tíos de Liverpool siempre en unos coches
preciosos. Así que les pregunté cómo conseguían tanto dinero y me
contaron que eran atracadores. En ese momento decidí que yo también lo
haría”.
A pesar de que en un principio le asignaron la tarea de conductor,
acabó siendo el que planeaba los asaltos. Este hombre trajeado, que
tiene siempre una sonrisa en la boca, que no deja de bromear hasta
cuando habla de las épocas más oscuras de su vida y que gesticula con
todo su cuerpo, era el que decidía cuándo la banda se enfundaba el
pasamontañas y empuñaba la escopeta. Después de atracar un número que
hoy no acierta a determinar de entidades, fue detenido por una pelea en
un bar, esas de las que presume que siempre resulta vencedor. Los
policías se presentaron, llamaron a su puerta para interrogarle por ese
incidente, él volvió a responder con sus puños y cuando le detuvieron
comprobaron que no solo era un agitador nocturno, sino también el
criminal al que seguían desde hace meses. “Allí fue cuando supe que me
esperaba una buena temporada en prisión y es una sensación muy
desagradable”. Su condena fue de 12 años. “Tienes que ser fuerte para
estar en prisión. El mejor momento era por la noche, cuando apagaban la
luz porque sabías que faltaba un día menos para la libertad”, señala en
uno de los pocos momentos en los que habla con seriedad. Él ha pasado
por lo mismo que los que requieren sus servicios, por eso ellos sienten
que hablan con un igual, de villano a villano. Para Flores, lo que hace
Jason no es una “frivolidad” sino que ha encontrado “un hueco que nadie
cubría”. La Costa del Sol ha sido siempre un lugar predilecto para los
delincuentes británicos por el clima y por la falta de entendimiento que
durante los 80 hubo entre la policía británica y la española, detalla
Flores.
Su pasado criminal es lo que da confianza a los presos. “Él sabe de dónde venimos”, asegura un cliente
En este limbo estaba Hugh Stanley hace un año y medio, preso y
desesperado tras haber pasado por tres abogados diferentes que solo
querían sacarle el dinero, recurrió a su última oportunidad. Un
excompañero de prisión le sugirió el nombre de Coghlan, le llamó, se
reunieron y en menos de seis meses estaba libre. “Él sabe de dónde
venimos, conoce la calle, no es como esos abogados que no han salido de
la oficina”, afirma. Actualmente trabaja junto a Coghlan, pero no
especifica cuál es su función dentro de la asesoría. De hecho prefiere
no hablar de casi ningún aspecto de su vida, tan solo explica que el
motivo por el que estuvo preso en Málaga fue por blanquear seis millones
de libras (7,1 millones de euros). Toda la simpatía que desprende
Coghlan se la ahorra su socio. “Jason es muy sociable, acaba conociendo a
todo el mundo, así que le llaman mucho. Esa es su baza, en las
prisiones funciona el boca a boca”, apunta Flores. Su carácter y su
amplia experiencia frente a un juez son sus puntos fuertes. Su negocio
se extiende y ahora planea abrir una oficina en el sureste asiático,
donde acaba de pasar seis meses: “El último sitio donde quieres estar
preso es Tailandia o Filipinas”, explica.
Él ha conocido lo peor de la cárcel. Su historia incluye una evasión
cuando le trasladaban desde prisión a la sala de juicios. Se las ingenió
para conseguir unas muletas, fingiendo una lesión, y en mitad de la
vista las usó como arma para abrirse paso hasta la salida. “Pero no la
principal, yo sabía dónde estaban el resto de puertas por la normativa
de seguridad británica, así que me fui por una secundaria”. Fuera le
esperaba un compañero con un coche. Pasó los dos días siguientes en un
club de striptease, hasta que volvieron a arrestarle.
“España me ha dado la oportunidad de cambiar, tener un negocio legal
de este tipo en mi país hubiese sido imposible”, apunta el antiguo
villano. En algunas cosas no ha conseguido cambiar, sigue moviéndose por
Marbella con un BMW o un Porsche. “¡Es difícil romper algunos
hábitos!”, bromea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario