Primera hora de la tarde de un primero de mes en la en la calle de Alfarería, en el barrio de Tepito (México, Distrito Federal). Centenares de personas peregrinan con imágenes religiosas de todos los tamaños en brazos. Todas representan la misma figura: manto de Virgen, rostro de calavera. Las variaciones de estilismo de la estatua (pelucas, colores, vestidos, joyas) son infinitas. Algunos peregrinos, que a menudo viajan horas para la celebración, las transportan dentro de una mochila sobre el pecho, como un altar móvil que contiene flores, cigarrillos, piruletas, manzanas. En medio del bullicio se paran y se intercambian esos pequeños obsequios, riegan sus respectivas santas con tequila, alzan la imagen y se unen a los cánticos, que más que a misa suenan a fútbol (“¡Se ve, se siente, la Santa está presente!”). Tepito se prepara efervescente para el rosario de la Santa Muerte, parte de un culto que supuestamente mezcla tradición cristina y cultos mexicanos ancestrales y que se ha extendido en los últimos años en México. Su altar más representativo –se dice que el primero que salió a la calle- es este, el del llamado barrio bravo de la capital mexicana.
Rosario de la Santa Muerte, el pasado 1 de mayo en el barrio de Tepito (Foto: SAÚL RUIZ)
La Santa Muerte, con esa imagen tan macabra –y la ubicación de su santuario más famoso en uno de los barrios con peor reputación de México- ha tomado fama de ser una figura venerada por rateros y ladrones, pero lo cierto es que, aunque abiertamente parecen adorarla solo personas de estrato social medio-bajo, a ella se acercan en público o privado policías, políticos, desempleados , comerciantes, amas de casa, personas sin oficio conocido… muchos de fuera del barrio. También se dice que a la Reina de las Tinieblas se le pueden pedir favores dudosos. “No le pidan cosas que no le pidan a la Guadalupe o a San Judas Tadeo”, zanja Alfonso Hernández, conocido como el cronista oficial del barrio y director del Centro de Estudios Tepiteños. “No es mala. A ella la manda Dios a por nosotros”, subraya Raquel Hernández, vendedora a domicilio de 56 años, del Estado de México, que porta camiseta amarilla con su cargo escrito al dorso: “Coordinadora de la Santa Muerte”. Se acercó por primera vez a esta fe porque su madre era devota. Tras la primera visita a Tepito le detectaron cantidades altísimas de azúcar, dice, algo que le salvó la vida, y ahí confirmó su devoción por quien ella llama con ternura Niña. Lo cierto es que el rosario tiene matices peculiares: de rutina se pide, además de por los enfermos o por quienes no creen, por quienes se encuentran presos “justa o injustamente” y también por quienes están “consumiéndose en el vicio”, para que vuelvan a un “estado de seriedad”. El ambiente del rosario es festivo pero muy respetuoso: en la hora escasa que dura, el silencio de la calle impresiona. Doña Queta es muy firme: no duda en echar a una chica que está “activando” (inhalando pegamento) en las disputadas primeras filas frente a la imagen.
La mayoría de los fieles de la Niña Blanca se definen como cristianos o católicos. Como la coordinadora Raquel, que insiste: “Le rezo primero al padre Dios y luego a ella”. Esa es la tónica general del culto: “Si Él creó a la muerte no hay razón para tenerle miedo”, asegura con una sonrisa beatífica Gabriela González, ama de casa de 24 años que va al rosario con su hijo. Ella no cree en la Virgen, pero hay de todo. Pocos metros más allá un veinteañero porta en una mano su imagen, en otra un vaso de refresco, en la oreja un porro y en el antebrazo un tatuaje inmenso de la Virgen de Guadalupe.
De la Santísima Muerte, pese a que su apariencia impresiona y a veces asusta, se habla con familiaridad y cariño. “Es una persona muy dulce, poderosa, noble, nos cuida como si fuéramos sus hijos. Es como venir a festejar a una mamá”, dice Gabriela acariciando la mochila donde trae su imagen (porque llevarla ahí es “como traerla resguardada”). Hay que acercarse a la Santa Muerte “con humildad y sin exigirle”, agrega Ricardo Barbosa, tornero de 39 años agradecido porque esa fe le sacó de problemas de salud. “Le puedes traer manzanas, cigarros, lo que quieras. Le gustan mucho los chocolates”, explica con soltura una chica que, un día de la semana anterior, ha depositado ante la Santa una vela “roja, de amor” junto a su novio. En apenas 15 minutos de un mediodía cualquiera, media docena de personas se para frente a la imagen. Le rezan, se detienen un minuto y apoyan la mano en el cristal, compran un escapulario o le dejan flores. A apenas 20 metros, en la esquina opuesta, un altar de la Virgen de Guadalupe permanece solitario.
FOTOGALERÍA: La Santa Muerte reina en Tepito (fotos de Saúl Ruiz)
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