Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
Pocas criaturas en
el discurso político estadounidense actual son tan simplonas y grotescas
como el liberal pro Obama cuando trata de disferenciar a su candidato
del resto de las prostitutas que aspiran al cargo. Contemplad, por
ejemplo, al otro autor en la balsa junto a mí, hace poco en algún sitio
en los cañones del río Colorado: Es vivo, educado, elocuente, divertido,
refinado, autor de muchos libros agradables al intelecto y que
cuestionan las beatitudes recibidas. Sabe cómo usar el kayak en aguas grandes. Uno de sus libros fue preseleccionado para un Premio Pulitzer.
Pero
si se traen a colación las diferencias significativas entre los
candidatos, el hombre pierde calibre. No quiere oír hablar del tema. Se
enoja. El señor Pulitzer me asegura, en tonos cada vez más molestos, que
declarar que Romney-Obama es un monstruo bicéfalo equivale a sofismas,
deshonestidad intelectual, un truco maligno que llevará a los votantes
al abismo. Obama es mejor que Romney por la usual razón funesta de que
tenemos que tirar de la palanca por el menor de dos males.
Ese
es el argumento, tal cual. Intercambiamos ese derroche de palabras en
una y otra dirección durante varias horas, atrapados en el cañón y en
los botes, flotando en el indiferente río, y descendemos finalmente a
ofensas, insultos, rechazo directo, y solo el comiezo de los grandes
rápidos trae la paz.
El señor Pulitzer admite, por
supuesto, que Obama podría haber logrado más durante su gobierno si no
hubiera recibido un desastre económico de su predecesor republicano, un
desastre, tengo que recordarle, cuya base fue creada en considerable
medida por el último gran salvador demócrata. Porque bajo Bill Clinton,
como sabemos, le sacaron las entrañas a la ley Glass-Steagall; bajo Bill
Clinton se aprobó la Ley de modernización de futuros de productos
básicos para abrir la puerta a los fraude de los mercados de derivados;
bajo Bill Clinton se logró más desregulación de las corporaciones, más
fusiones y adquisiciones, más centralización del poder en menos manos
corporativas, que bajo cualquier anterior presidente moderno. Y con esa
centralización del poder, las corporaciones aseguraron durante los años
noventa su propio control mortal sobre el Partido Demócrata y Clinton
presidió sobre el cadáver con su saxófono y su sonrisa. Y entonces no
quedó ningún partido que se opusiera al gran capital.
Hace unos años, hice una reseña para estas páginas de un libro, The Mendacity of Hope, del exredactor jefe de Harper,
Roger Hodge, quien colocó a Obama en la perspectiva histórica adecuada.
Escribí entonces: “Si la presidencia de Obama hasta la fecha representa
una traición a las expectativas liberales, o con más precisión una
medida de hasta qué punto habían sido engañadas respecto a sus
perspectivas sin haber leído su historial, entonces el nuevo libro de
Roger Hodge, The Mendacity of Hope, también es una traición de la
expectativa liberal, en el sentido de que gente pensante de la
izquierda política no debe criticar al Querido Líder mientras la horda
bárbara de la derecha clama a las puertas y aúlla ansiosa de sangre.
Hodge hace el admirable salto hacia el sitio donde, por supuesto, deben
llegar los seres pensantes. ‘Derecha’ e ‘izquierda’ en EE.UU. actual, os
dirá Hodge, son términos inútiles para describir nuestra economía
política, y de hecho sirven efectivamente como desinformación. Lo que es
obvio es que los dos partidos, disfrazados en la pretensión de
oposición polar, son efectivamente un solo partido operado como máquina
de poder corporativo, con protagonistas que se diferencian solo en los
grados de hipocresía cuando pretenden representar algo diferente de las
instituciones exclusivas de riqueza que invierten para que sean
elegidos”.
Siguiendo la capitulación que representó la
Tercera Vía de Clinton, como escribe Hodge, “ambos partidos estuvieron
generalmente de acuerdo en la necesidad de desmantelar o por lo menos
hambrear al Estado de bienestar, a pesar de su abrumadora popularidad
entre el público en general, y apaciguar a las corporaciones
depredadoras y financieramente irresponsables mientras descuidaban,
exportaban y desarticulaban de otras maneras la mayor infraestructura
industrial de la historia del mundo”. Ambos partidos estarían “marcados
por un consenso casi inquebrantable sobre la seguridad nacional”, que
correspondía a una incesante expansión del Estado de guerra, un consenso
notablemente ejemplificado en los debates entre Obama y Romney hasta la
fecha, entre quienes no hay ninguna tensión en cuanto al tema del
imperio, la guerra, los gastos militares.
No importa. El
cañón hace eco al mantra adormecedor de la mente: Demócratas buenos,
republicanos malos. Repite, retén el aliento, hunde la cabeza en la
arena. Es triste observarlo, porque sucede que me gusta el tipo.
A
los lectores de estas páginas, la verdad sobre Romobama (u Obomney, el
lector decide) no es una revelación. Ved, por ejemplo, la apremiante
acusación en el compendio del editor de CounterPunch, Jeffrey St. Clair Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion, donde docenas de colaboradores llegan a la misma conclusión que Hodge. Haríamos bien en revisar los hechos en Hopeless
–no solo en beneficio de mi amigo en la balsa– que en su conjunto
declaran culpable al querido Obama de ser el bastardo mentiroso que es. A
pesar de todo, ¿por qué darse la molestia? La información está ahí,
basta un clic en el buscador de Google, tan claro como una patada en la
cara. El liberal pro Obama solo tiene que abrir los ojos.
Podríamos
señalar, por ejemplo, que como candidato en 2008, Obama entonó que
“Cuando sea presidente no trabajaré en secreto para evitar cumplir
nuestras leyes y la Constitución”; que ha hecho, por supuesto, todo lo
contrario; que la inmunidad soberana de la oficina del presidente sigue
existiendo; que la detención indefinida y la tortura continúan en
violación de todas las convenciones, y también la subcontratación de la
tortura a regímenes más faltos de ley que el nuestro (una política más
conocida bajo la engañosa nomenclatura de “entregas extraordinarias”).
Podríamos recordar que Guantánamo sigue abierto, sus 160 prisioneros
retenidos extralegalmente sin proceso o esperanza de proceso. Podríamos
enumerar los asesinatos de Obama mediante drones en Yemen, Somalia,
Pakistán; la muerte que llueve sobre niños, familias y aldeas como daño
colateral aceptado; se ordenaron más ejecuciones sumarias desde el cielo
en 2009, bajo Obama, que durante todo el gobierno de Bush. Podríamos
recordar la advertencia al gobierno de Obama del relator especial de las
Naciones Unidas sobre ejecuciones extrajudiciales, sumarias y
arbitrarias “que su programa de asesinatos es probablemente ilegal según
el derecho internacional” y que la “negativa [de Obama] de justificar
el programa es inaceptable”.
La desesperanza está repleta
de esos recuerdos –hoy obvios, de rigor– de que nada ha cambiado bajo
Obama. Jeremy Scahill, autor de Blackwater, observa que el equipo
de Obama para el manejo de la política exterior y la administración del
imperio –Hillary Clinton, Joe Biden, Robert Gates y otros– tienen “un
historial comprobado de apoyo a la guerra de Irak, intervenciones
militaristas… y una visión del mundo consistente con el arco de política
exterior que va desde el período en el poder de George H. W. Bush hasta
la actualidad”. Scahill señala que 130 miembros demócratas de la Cámara
de Representantes y 23 del Senado votaron contra la guerra de Irak,
pero que Obama prefirió contratar solo a aquellos del partido que
siguieron a George W. Bush hacia el lodazal.
La letanía se
hace aburrida. El equipo económico de Obama es una puerta giratoria de
empleados de Wall Street, y Goldman Sachs es la corporación a la que
recurre para su reclutamiento, creando políticas que siempre, cada vez,
legitiman las depredaciones de las clases financistas e inversionistas a
costa del pueblo estadounidense, con el resultado de que es seguro que
el desastre económico que recibió Obama volverá a ocurrir. Sus equipos
en USDA [Departamento de Agricultura] y FDA [Dirección de Alimentos y
Drogas] están repletos de antiguos ejecutivos de Monsanto. Sus
operadores en el Departamento del Interior, sin romper para nada con la
política de Bush, han puesto a disposición tierras públicas para la
continua ganancia privada de la minería, la industria maderera, del
petróleo y el gas, de vehículos todoterreno y grandes intereses de
hacendados. (“Esta es la peor administración demócrata para las tierras
inexploradas y públicas que yo haya visto”, me dijo un abogado de
Southern Utah Wilderness Alliance).
Ah, pero el señor
Pulitzer saca de su sombrero, como último recurso la maravillosa
legislación de la sanidad de Obama, probablemente el único logro
destacado, aparentemente progresista, del gobierno. “¡Vas a tener
atención sanitaria!” me dice en el río. “¿No es algo que valga la pena?”
Por cierto lo es. Como sabemos, la deniminada “reforma” de la sanidad,
se aprobó con el imprimátur de las industrias de medicamentos y de
seguros, las asociaciones de hospitales, la Asociación Médica de EE.UU.,
los fabricantes de equipamientos médicos, básicamente todas las
instituciones que tienen intereses en la sanidad con fines de lucro. Lo
que equivale, según la evaluación de Roger Hodge a “un rescate de la
industria de la sanidad que trata de garantizar unos 30 millones de
clientes adicionales a las compañías de seguros” obligando a los
estadounidenses a comprar un producto “de un negocio depredador con
fines de lucro que no agrega valor alguno a la transacción económica que
acompaña las actividades de doctores y enfermeros”.
Como escribe el economista Ismael Hossein-Zadeh en Hopeless,
“Obama realiza fielmente, y por cierto vigorosamente, las políticas
neoliberales y militaristas que heredó. La diferencia es que mientras
Reagan y Bush fueron, más o menos, sinceros con sus electores, el
presidente Obama no lo es: mientras satisface a los poderosos… pretende
ser un agente de ‘cambio’ y una ‘esperanza’ para las masas.” No es de
extrañar que Romney –nihilista, neoliberal, militarista, depredador a
favor del gran capital– lleve ahora la delantera en los sondeos. Tal vez
los estadounidenses que actualmente no han decidido ven poca diferencia
entre las dos rameras adineradas en el podio del imperio y prefieren
optar por el que se presenta como honradamente comprado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario