El abogado sevillano José María Tabares Domínguez
era un desconocido experto en comercio internacional hasta que Eduardo
Zaplana se cruzó en su camino. El expresidente de la Generalitat del PP
le designó en julio de 1997 director del Instituto Valenciano de la Exportación (IVEX),
el brazo del comercio exterior de la Comunidad. Y del anonimato saltó a
los tribunales. En dos años en el cargo, acumuló dos imputaciones.
La primera evolucionó en 2007 a una condena firme de cinco años de
prisión por estafa. Y la segunda, relacionada con los multimillonarios
pagos al cantante Julio Iglesias
a través de la sociedad International Concerts, radicada en las Islas
Vírgenes, puede que nunca se esclarezca. El exdirectivo, de 60 años, no
tiene intención de declarar por este asunto, pese a ser el presunto
urdidor de los dos contratos de promoción de la Comunidad por los que el
IVEX desembolsó al intérprete de Soy un truhán, soy un señor casi seis millones de euros.
Tabares huyó de España al conocer la primera condena. Es un prófugo.
Distintas fuentes políticas apuntan que ahora podría residir en Tokio y
trabajar desde allí como consultor de empresas y para fabricantes de
azulejos de Castellón. Según esas mismas fuentes, Tabares no tiene
intención de salir del país hasta que no prescriba su delito.
La relación de Tabares con Japón se remontaría a una relación
sentimental y unos estudios de doctorado con vistas a impartir clase que
cursó en 1999 en la prestigiosa Universidad de Waseda (Tokio),
donde se han formado seis primeros ministros nipones. En este centro
insisten en que no hay ningún profesor español con ese nombre.
Japón no tiene acuerdo de extradición con España, por lo que el
posible traslado del antiguo jefe del IVEX se antoja complicado al no
tratarse de un delito de sangre o terrorismo. “Todo depende de la
voluntad de colaboración entre los países”, apunta Enrique Orts,
catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Valencia.
Mientras, Tabares espera a que prescriba su delito. El 22 de
septiembre de 2016 será un hombre libre, según su abogado, Juan Ignacio
Sáez, que dice que contactó con el fugitivo por última vez el pasado
mayo a través de correo electrónico y asegura que “nunca” le ha
preguntado dónde se encuentra. El letrado sostiene que su cliente “no ha
pisado en los últimos años” España y carece de responsabilidad en la
contratación del cantante. Afirma que los pagos a Julio Iglesias,
telonero de los mítines del expresidente José María Aznar, se cocinaron
en el Palacio de la Generalitat. Una tesis que también comparte el
entonces diputado socialista Antoni Such, que atribuye al PP la
ocultación a las Cortes Valencianas del segundo contrato —3,7 millones
libres de impuestos— que el Ejecutivo autonómico suscribió con el
artista en diciembre de 1997 y que el propio Iglesias confirmó la semana
pasada ante un juez de la República Dominicana. El cantante, amigo
personal de Zaplana, señaló al prófugo como el autor de su contratación.
Tabares aterrizó en la Generalitat en 1990. El Procova (Promociones
de la Comunidad Valenciana), precedente del IVEX durante el último
mandato del presidente socialista Joan Lerma, fue su primer destino.
Recaló allí como un técnico catapultado por su currículum, una
privilegiada agenda de contactos y el bagaje de haber pilotado las
exportaciones de una firma de calzado en La Vall d’Uixó (Castellón).
“Era un reconocido especialista del comercio exterior”, destaca su
abogado. El desembarco del PP en la Comunidad Valenciana en 1995 y los
planes del presidente Eduardo Zaplana de dinamitar los resquicios de la
gestión socialista, transformaron la institución, que pasó a llamarse
IVEX. Se desgajó de la Consejería de Economía y se revistió de ambición.
El remozado organismo multiplicó su presencia exterior y organizó
decenas de misiones empresariales a “mercados emergentes” como Rusia,
Japón, México o, en EEUU, Miami. En ese contexto de cambios,
Zaplana nombró en 1997 a Tabares director general del IVEX.
La jugada promocionaba a un técnico con fama de buen gestor, sin
adscripción política (carecía de carné del PP), y poco dado a los
excesos verbales. Un hombre que no cuestionaría a su mentor. “Era un
reputado profesional con un máster en dirección de empresas y
experiencia en el sector del comercio internacional. Su ambición era
solo laboral”, explica un exalto cargo de esa etapa que define al
prófugo de “metódico y austero”.
Con un sueldo cercano a los 50.000 euros anuales, Tabares tomó las
riendas del IVEX. Gozaba de la confianza absoluta del jefe del Gobierno
valenciano. Hacía y deshacía a su antojo. Y fue en ese universo de
viajes y pabellones feriales donde el discreto técnico ajeno al
protagonismo estrechó relaciones con dos personas que le empujarían al
precipicio judicial: Julio Iglesias y el empresario francés Jean Luc
Marie Lagier. Tabares había conocido a Lagier, un persuasivo hombre de
negocios, tres años antes, durante su etapa de Procova. El industrial
francés se había metido a la Generalitat en el bolsillo desde 1995 con
una rocambolesca operación comercial: el IVEX adquiría productos a sus
empresas de Túnez a cambio de los derechos de compensación exigidos por
las autoridades magrebíes para que la planta Ford de Almussafes
(Valencia) exportase vehículos a este país. La carambola triangular
resultó ser una estafa que dejó un agujero de diez millones en el
organismo en forma de deudas con entidades como el Arab Bank o el KBC
Bank. Tabares, que rubricó la operación a espaldas del Consejo del IVEX,
veía como su prestigio se desmoronaba.
“Les preguntamos que qué había pasado. No nos convencieron sus
explicaciones”, relata el asistente a una reunión de urgencia en
septiembre de 1999, en pleno escándalo. Esta fuente recuerda que Lagier
ofreció “devolver la pasta” a cambio de que la Generalitat le financiase
otra inversión. Tras la negativa a engordar la pelota financiera, el
IVEX denunció a Tabares y Lagier. El Supremo confirmó en 2006 sendas
condenas a cinco años de prisión por estafa, delito societario y
falsedad con sanción multimillonaria incluida. El francés murió en 2010
tras ser excarcelado por un cáncer. Y el discreto directivo está huido
desde entonces.
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