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De la respuesta a
esta pregunta dependen dos perspectivas relacionadas, pero distintas en
sus alcances. La primera es su continuidad en el poder político, de lo
que deriva, a su vez, buena parte de la nueva arquitectónica
latinoamericana. La segunda es el destino del proceso conocido como
“revolución bolivariana”.
Ambas perspectivas serán afectadas
en cualidades diferentes según el resultado. La clave estará el monto
de la diferencia. Para algunas cosas, el tamaño importa. El 7 de octubre
será el síntoma del fenómeno bolivariano.
Una engorrosa y
escurridiza masa de guarismos estadísticos de 124 muestras de opinión
hechas por nueve encuestadoras entre febrero y el 21 de septiembre,
convirtieron en difuso e irreal lo que pretendían dar como “escenarios
probables”. No existe en la población venezolana del año 2012, luego de
casi 13 años de gobierno, una base social que sostenga 22 o 25 puntos de
ventaja, que serían, unos cinco millones de votos del candidato
bolivariano sobre el otro. Y es una mentira evidente que están “cabeza a
cabeza” con uno o dos puntos a favor del primero.
El único valor
de esas proyecciones ha sido evidenciar por anticipado que Chávez ganará
por cuarta vez, y que, en cualquiera de esos dos escenarios polares, en
Venezuela se abrirá un período de alta tensión política con
imponderables resultados sociales y continentales.
La compleja
dinámica electoral, social y política venezolana, en un contexto
internacional riesgoso para el chavismo y opciones similares en América
latina, obligan a cuantificar y cualificar las fuerzas sociales en
marcha, para no ser asaltados por sorpresas irremediables, como las de
Nicaragua en 1989, o las de Honduras y Paraguay .
El mapa más
probable del voto el 7 de octubre será de cinco a ocho puntos a favor
del líder bolivariano contra su opositor neoliberal. Esto resulta de una
combinación de procesos dinámicos desiguales en por lo menos siete
parámetros.
Usamos como base el padrón electoral, o sea, la gente
real que siente, piensa y vota, La masa de quienes lo hicieron por el
chavismo cayó en 14,51 puntos promedio entre 2006 y 2010. Esta tendencia
decreciente fue llamada en Venezuela “congelaciòn del voto chavista”,
es decir, que no quiere, pero no migra en masa a la derecha.
Sus
causas suman los cuatro reveses electorales en ese período, el malestar
con el burocratismo estatal y partidario, la corrupción de algunos
funcionarios de alto rango, la inseguridad y la especulación
incontroladas y una relativa saturación con la excesiva centralidad del
discurso y la imagen presidencial.
En ese mismo lapso, la
oposición se recuperó y consolidó un peso electoral propio en cuatro de
los seis Estados que deciden el voto nacional. Capriles Radonski surgió
Diputado en el Zulia, y en Miranda le ganó al jefe chavista Diosdado
Cabello por varias de esas causas.
La tendencia decreciente
continuó porque aumentò el malestar con la mala gestión en otro bastiòn
chavista, la zona poblacional de los Estados Aragua y Carabobo.
Esto
ha sido contrarrestado por el factor potenciador de las Misiones
Sociales, sobre todo las de Vivienda, Amor Mayor (para pensionados y
jubilados) y las educativas, porque afectan el voto juvenil nuevo, que
es el más inestable. Pero en estos años se consolidó otro fenómeno
social: el ánimo militante, sobre todo en los cuadros del movimiento
bolivariano, bajó. Esto último se convierte en riesgo porque los
indecisos son como el 30 por ciento del padrón y en esos casos, la
diferencia la deciden las maquinarias y esta depende de los cuadros.
El
último parámetro dilemático del 7 de octubre es el voto femenino, que
ha sido desde 2002 el sostén social de la “revolución bolivariana” en
las principales Misiones. No hay señales claras de su opción mayoritaria
por Hugo Chávez. Si las hay de que Capriles enfocó su campaña en ellas,
y en el voto nuevo juvenil.
Salvo imponderables, esta es la
perspectiva que emerge de la dinámica social. Nadie en su sano juicio
abriga dudas sobre el triunfo del comandante Chávez, la mejor opción
para votar el 7 de octubre.
El mismo buen juicio arroja la
previsión de que el triunfo presidencial podría dejar una gobernabilidad
debilitada, si la masa de votos no es suficiente para mostrar un fuerte
poder social detrás después del 7 de octubre. Ganar las elecciones no
es sinónimo de más revolución bolivariana.
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