El más devastador desastre ecológico de la historia de España no tuvo
ningún precio político. La mayoría de los que gestionaron aquel
episodio, en medio de una oleada de indignación popular sin precedentes
en Galicia, prolongaron sin dificultades sus carreras políticas, y, de
hecho, uno de ellos, Mariano Rajoy, es hoy el presidente del Gobierno de
España. Otros han pasado al ostracismo, pero por otros vaivenes
políticos, no por el Prestige, que ni siquiera provocó
dimisiones de cierto rango en la Administración de entonces, pese al
consenso casi generalizado sobre la calamitosa gestión que del episodio
hizo el Gobierno de Aznar. Estos fueron los personajes clave en la
crisis.
JOSÉ LUIS LÓPEZ-SORS
Es el único que se sienta en el banquillo y también el único que pagó
por los errores. En realidad, era un técnico, no un político, un
asturiano al que su paisano Francisco Álvarez-Cascos, entonces ministro
de Fomento, había encomendado la Dirección General de la Marina
Mercante. López-Sors fue fiel a su jefe, asumió la orden de alejar el
barco y en ningún momento descargó responsabilidades hacia arriba. Desde
entonces, desapareció de la vida pública.
FRANCISCO ÁLVAREZ-CASCOS
No solo no asumió ninguna responsabilidad por los errores cometidos
–era su departamento el que debía decidir sobre el destino del petrolero
en apuros- sino que el Gobierno gallego, que en aquel momento presidía
Manuel Fraga, llegó a premiarle con la concesión de la Medalla de Oro de
Galicia. Si su carrera política fue en declive, se debió estrictamente a
su alejamiento de la dirección del PP, que abandonó el pasado año.
Pero, con un nuevo partido, llegó incluso a presidir durante unos meses
el Principado de Asturias, una de las comunidades salpicadas por el
chapapote. Ahora, languidece como diputado de la oposición autonómica y
jefe de su partido, Foro por Asturias.
MARIANO RAJOY
Entonces vicepresidente del Gobierno, no intervino en los primeros días ni tuvo ninguna responsabilidad en la orden de negar al Prestige
el refugio en algún puerto gallego. Pero cuando la situación en Galicia
estaba a punto de estallar, sin que el Ejecutivo hubiese reaccionado
ante una marea negra que se empecinaba en negar, el presidente Aznar le
puso al mando de un gabinete de crisis. Las meteduras de pata de Rajoy
fueron antológicas. Primero negó –pese a las evidencias que ofrecían las
autoridades portuguesas- que el pecio hundido del buque desprendiese
fuel. Y luego – en la frase más recordada- redujo las filtraciones a la
categoría de “hilillos de plastilina que ascienden verticalmente”.
Aunque tuvo que sufrir el acoso de sus airados paisanos gallegos, su
carrera política siguió adelante y acabó en La Moncloa.
FEDERICO TRILLO
Como ministro de Defensa, tardó tres semanas en movilizar al Ejército
para hacer frente a la marea negra mientras los marineros recogían el
chapapote del mar con sus propias manos o con herramientas improvisadas.
Tuvo intervenciones públicas imborrables. Mientras el buque daba tumbos
soltando fuel a chorros frente a la costa gallega, llegó a sugerir como
solución que lo bombardeasen. Luego, en una visita a Galicia, proclamó,
contra toda evidencia, que las playas estaban “esplendorosas”. Aunque
su carrera política también ha ido declinando, el Gobierno de Rajoy le
ha premiado nombrándole embajador en Londres.
ARSENIO FERNÁNDEZ DE MESA
Era el delegado del Gobierno en Galicia y, como tal, el portavoz
único de la Administración durante los primeros días. Su estampa, de
traje impecable y pelo cuidadosamente engominado, contrastaba con las
imágenes de los marineros batiéndose el cobre contra el chapapote. El
Gobierno de Aznar había decretado la inexistencia de la marea negra y
Fernández de Mesa puso todo su empeño en mantener la ficción. En
Galicia, su figura salió escaldada, pero nunca abandonó la política,
como diputado en el Congreso durante los últimos nueve años y un
estrecho colaborador de Rajoy. El actual presidente le hizo director
general de la Guardia Civil.
XOSÉ CUIÑA
La otra víctima política de la catástrofe paradójicamente no tuvo
nada que ver con su gestión. Xosé Cuiña era entonces consejero y mano
derecha de Manuel Fraga en la Xunta de Galicia. Asustado, como otros
dirigentes del partido, por la reacción popular, convenció a Fraga de
que tratase de marcar distancias con el Gobierno de Aznar. Y hubo
algunos gestos, como el de crear una comisión de investigación en el
Parlamento de Galicia, que finalmente se quedaría en nada. A las pocas
semanas, Fraga le echó del Gobierno instigado por la dirección nacional
del PP. Falleció de una enfermedad en diciembre de 2007. A Cuiña lo
había sustituido en la Xunta un hombre también promovido desde Madrid,
Alberto Núñez Feijóo, hoy presidente de Galicia.
FRANCISCO VÁZQUEZ
El entonces alcalde de A Coruña fue el único socialista que se
desmarcó de la protesta contra la gestión del Gobierno y se afanó en
arropar todo lo que pudo a Aznar. Obtuvo un premio: en un Consejo de
Ministros celebrado en el Ayuntamiento coruñés se aprobó su proyecto de
construir un nuevo puerto exterior en la ciudad. Pero el episodio
distanció definitivamente a Vázquez de los socialistas. Zapatero se lo
quitó de en medio nombrándole embajador ante la Santa Sede. Cuando cesó
en ese cargo, maniobró para ser Defensor del Pueblo, sin lograr que el
PSOE le diese su apoyo. Ha regresado a A Coruña, ya sin ningún
protagonismo político.
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