La escena se desarrolla en el patio del Congreso de los Diputados.
Es miércoles. La Bolsa se ha hundido el día anterior, la prima de
riesgo sube, las fotos de las cargas policiales están en casi toda la
prensa internacional, y Artur Mas acababa de anunciar un referéndum de autodeterminación.
Un ambiente de enorme preocupación se instala en la política española.
Un ministro se desahoga con un diputado de CiU. “Mas ha perdido el
Norte. Estáis poniendo en riesgo la estabilidad financiera de España. El
mismo día que anuncia la autodeterminación pide 5.000 millones al
Estado. Y dice ‘es mi dinero’. ¿Pero no entendéis que la Generalitat
tiene categoría de bono basura? ¿No veis que se os va a dar el dinero
porque España aún tiene una pequeña capacidad de financiación, que
tenemos que recurrir a Loterías para endeudarnos?”, le espeta. El
catalán aguanta el largo chorreo con paciencia —en el Congreso las
relaciones personales no se pierden pese a las discrepancias— y le
contesta: “Nadie se ha vuelto loco. Vosotros lo que tenéis que hacer es
entender lo que está pasando en Cataluña y empezar a negociar”.
Poco antes de esa escena, mientras el presidente estaba de viaje oficial en Nueva York, Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta, se había reunido en el Congreso con Josep Sánchez Llibre,
histórico dirigente de Unió, siempre encargado de todas las
negociaciones con gobiernos del PSOE o del PP, cercano al mundo
empresarial catalán. La vicepresidenta busca una salida, una vía para
reconducir a Mas. Los puentes con Convergència están rotos, señalan en
el Ejecutivo, y solo hay contacto real con Unió. Sánchez Llibre, que
está lejos del independentismo, como lo está su jefe, Josep Antoni Duran
Lleida, le explica cómo está el ambiente en Cataluña y le plantea que
el Gobierno tiene que ofrecer algo —“moverse”, le dice—, como está
haciendo el PSOE con su planteamiento federalista. Algo, un gesto, para
frenar el choque de trenes.Estos dos momentos son solo una muestra de lo
que se ha vivido en esta semana durísima para la política española. A
la crisis económica, que ya tiene en alerta máxima al Gobierno y a la
oposición ante la posibilidad de un nuevo rescate, se suma ahora una
crisis política en Cataluña de proporciones desconocidas. Y el Ejecutivo
está descolocado. En público, ha optado por la imagen de dureza y
tranquilidad que ofreció la vicepresidenta el jueves —“no solo hay
mecanismos para impedir el referéndum independentista, además hay un
Gobierno dispuesto a usarlos”— o el propio Rajoy ayer, pero en privado
la preocupación es enorme. El Ejecutivo contaba con un otoño caliente en
la calle, pero una crisis política tan profunda no estaba prevista.
Los ministros contemplan estupefactos la escalada de Mas, que cada
día da un paso más. Al principio, muchos pensaban que iba de farol.
Ahora, no tanto. La indignación del PP y del entorno de Rajoy
con el que era hasta hace poco su socio preferente es enorme. No hay
puentes. Rajoy tampoco tiene previsto de momento ningún viaje a
Cataluña. Él intenta presionar a Mas a través de los empresarios. El
viernes se vio un primer resultado, cuando José Manuel Lara dijo que,
“si Cataluña fuera independiente, el Grupo Planeta se tendría que ir a
Zaragoza, a Madrid o a Cuenca”. Pero la información que maneja el
Gobierno le dice que Mas ya no escucha ni siquiera esa presión, pese a
la tradicional vinculación de CiU al mundo empresarial. Ha habido
intentos, cenas de los principales empresarios con Mas, pero todo parece
inútil, señalan en el Ejecutivo.
El Gobierno solo confía en que el PP obtenga una buena representación
y CiU no logre la mayoría absoluta. Y si no es así, la última esperanza
es que, tras las elecciones, Mas rebaje sus posiciones.
La alerta está instalada en el Gobierno y en el PP, que siguen
temiendo que un empeoramiento de los mercados —la prima parece de nuevo
instalada en 450— lleve al rescate. El equipo económico confía en que la
publicación de las evaluaciones de la banca, aplaudidas por el FMI
y la UE, y las medidas liberalizadoras anunciadas por Luis De Guindos
den mensajes positivos. El Ejecutivo ha seguido fielmente las
instrucciones de Bruselas. Mañana acude a Madrid el influyente
vicepresidente económico de la Comisión Europea, Olli Rehn, al que verá
Rajoy. Moncloa confía en que Rehn lance en Madrid un claro mensaje de
apoyo a España.
Esta situación de enorme preocupación también se traslada al PP. Los
barones regionales, según coinciden varios dirigentes, están inquietos y
pendientes de lo que suceda en Galicia para ver qué consecuencias
políticas tienen la crisis y los recortes. De hecho, fueron los barones,
especialmente algunos, quienes forzaron un discurso más duro contra Mas
e hicieron que se olvidara la idea de proponer en la Conferencia de
Presidentes una reforma del sistema de financiación de las autonomías.
Todo el PP está así pendiente de las gallegas.
Rajoy, en uno de sus peores momentos, confía en que esos comicios le
den un poco de aire, al menos internamente. Es lo que pasó en 2009.
Cuando estaba más cuestionado, Alberto Núñez Feijóo ganó en Galicia y
Rajoy respiró. Los últimos datos que maneja el PP y el escándalo de
corrupción del alcalde socialista de Ourense, que ha dimitido, hacen que
en la calle Génova estén mucho más optimistas que hace unas semanas.
Sin embargo, al margen de lo que suceda en las gallegas, cada vez más
gente en el PP, cuando vienen los días más difíciles, pregunta en
privado: “¿Dónde está el Gobierno?” Los populares no comparten esa idea
de Alfredo Pérez Rubalcaba
de que al Ejecutivo “se le está yendo el país de las manos”. Pero
algunos sí critican en privado la escasa presencia política del
Gobierno, que en la práctica apenas aparece en los días difíciles, como
pasó el martes. Algunos veteranos ven mucho descontrol. “¿No podía nadie
evitar con cualquier excusa, por ejemplo, que el Rey se hiciera fotos
con Mas en Barcelona mientras está declarando la autodeterminación?”, se
pregunta uno de ellos. Es una queja reiterada sobre Rajoy y su equipo:
¿Por qué no hacen más política? El presidente, insisten los suyos, tiene
su estilo y sobre todo está a otra cosa, a la de siempre: salir de
esta.
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