La alarma se encendió en julio cuando el precio mundial de los
alimentos registró un abrupto incremento del 10% luego de tres meses de
relativa calma. Las cosas no han mejorado. Según la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en
septiembre volvieron a subir, esta vez, un 1,4%.
Se estima que los alimentos constituyen entre un 10% y un 15% del gasto promedio de un hogar en un país desarrollado. En los sectores pobres de una nación en desarrollo, la proporción se dispara: se llevan entre el 50% y 90% de sus ingresos.
Se estima que los alimentos constituyen entre un 10% y un 15% del gasto promedio de un hogar en un país desarrollado. En los sectores pobres de una nación en desarrollo, la proporción se dispara: se llevan entre el 50% y 90% de sus ingresos.
La contracara es el hambre. Este jueves, el
Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias
publicó su nuevo Índice Global del Hambre. En todo el mundo lo encabeza
Burundi y en América Latina y el Caribe, Haití.
¿A qué se debe el
aumento de la comida en medio de los nubarrones de la economía global?
Las causas son complejas y variadas, pero el diagnóstico de la FAO en
julio contenía un dato clave: no había problemas a nivel de oferta y
demanda.
En otras palabras, ni los factores climáticos que pueden
afectar la oferta (sequías, por ejemplo), ni un súbito aumento de la
demanda (como en los últimos años con China e India) explican esta
disparada de los precios.
El dedo acusador apunta a los
especuladores. Según algunas estimaciones, la inversión
financiera-especulativa controla hoy más del 60% de los mercados de
alimentos, comparado con un 12% del mercado en 1996.
En un
intento de contrarrestar este fenómeno, la comisión del Parlamento
Europeo sobre asuntos económicos y monetarios votó a fines de septiembre
a favor de una regulación del mercado financiero de derivados de
energía y alimentos.
El proyecto, que debe ser analizado en una
reunión de la Comisión Europea en noviembre, ya existe en Estados
Unidos, pero es calificado como insuficiente por organizaciones
humanitarias como el World Development Movement (WDM).
“Es
necesario limitar la cantidad del mercado a la que puedan tener acceso
los especuladores. El proyecto avanza en esta dirección, pero puede ser
aguado por la oposición de países con fuerte presencia del sector
financiero como el Reino Unido que prefieren seguir con la
autoregulación del mercado”, le dijo a BBC Mundo Christine Haigh, del
WDM.
El camino de los mercaderes
La especulación es tan vieja como la economía: los casos documentados se remontan a Tales de Mileto y la antigua Grecia.
Pero los mercados modernos han colocado a esta actividad marginal en el centro mismo del escenario.
Un
ejemplo clásico fue el cacao en 2010. El 17 de julio de ese año un
fondo financiero de alto riesgo, Armajaro, compró más de 240.000
toneladas de cacao (un 7% de la producción global anual), lo que disparó
el precio a su nivel más alto desde 1997.
Un solo día de adquisición masiva a cargo de un poderoso actor financiero bastó para hacer saltar el precio de un producto.
El
eje de estos movimientos especulativos es el mercado de futuros. Este
mercado se originó en Estados Unidos en el siglo XIX para ayudar a los
granjeros a neutralizar las fluctuaciones en el precio de las cosechas.
Un
contrato a futuro le permite al granjero vender en una fecha futura a
un precio determinado una cantidad X de su cosecha. El granjero obtiene
seguridad y el comprador posibles ganancias en caso de que el precio
suba por encima de lo pagado.
Con la desregulación del mercado
financiero de los años 80 y 90 se crearon unos contratos de alta
complejidad, denominados “derivados”, que abrieron el juego a una
especulación ilimitada.
Como los “futuros” son contratos que se
pueden adquirir o vender sin necesidad de poseer el producto, su venta
adquirió una dinámica propia, acelerada por las operaciones supersónicas
de las computadoras.
La invitación a especular es irresistible.
Si el precio de una tonelada de maíz es de 100 dólares hoy, pero el
doble en un contrato a futuro de tres meses, la tentación de postergar
la venta y esperar al mejor rendimiento, termina afectando la oferta
presente (los granjeros se abstienen de vender ahora) y el precio del
producto.
Según el WMD, en el corazón de la especulación se
encuentran grandes nombres de la banca como Goldman Sachs, Morgan
Stanley, Barclays, Citibank, Deutsche Bank, HSBC y JP Morgan.
Este poder de fuego de los grandes fondos financieros se ha exacerbado con la crisis económica mundial.
“Los
gobiernos han emitido dinero para estimular la economía. El sector
financiero ha aprovechado este aumento de la oferta monetaria no para
prestar más al sector productivo sino para aumentar sus operaciones
especulativas”, afirma Haig.
Hambrunas y disturbios
Una
vara para medir el impacto que puede tener un aumento sostenido del
precio como el que se viene registrando desde julio son los disturbios
de 2007-2008.
El salto incontrolable de los precios en esos meses
previos al estallido financiero produjo violentas protestas en 31
países –de Perú a Bangladesh– con un saldo de decenas de muertos y
centenares de heridos.
En el terreno mismo, el WDM vio de primera
mano el impacto que los precios tenían en familias que se veían
obligadas a tener una sola comida al día y a reducir drásticamente la
variedad de su dieta.
“Cuando una sociedad no satisface
necesidades básicas del ser humano, cuando vemos malnutrición y el
fantasma de la hambruna, es casi inevitable que se produzcan
manifestaciones y disturbios”, le dijo Haig a BBC Mundo.
En los
últimos seis meses de 2010, en el marco de un segundo salto de los
precios de los alimentos, unas 44 millones de personas cayeron en la
pobreza extrema.
El problema se agrava en el contexto de una economía mundial que todavía no ha salido de la hecatombe financiera de 2008.
La
desaceleración global –el Fondo Monetario Internacional acaba de bajar
nuevamente su estimación del crecimiento global de 2012– pone en peligro
el nivel de empleo en un mundo que tiene más de 1.300 millones de
personas que viven con ingreso de 1,25 dólares por día.
Sumarle a
este crecimiento anémico, una inflación de productos no sustituíbles
como los alimentos, parece una fórmula para el desastre.
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