“¿Por qué hay manifestaciones?”, se preguntaba Mariano Rajoy en 2005
cuando era líder de la oposición para luego responderse a sí mismo:
“Pues hay manifestaciones de millones de españoles para que el Gobierno
cambie una disparatada política antiterrorista. Y hay manifestaciones en
Salamanca porque a la gente no le gustan los trágalas”... “Y hay
manifestaciones y las habrá en defensa del Plan Hidrológico Nacional”.
Siete años más tarde, una vez que Mariano Rajoy ha logrado ocupar La
Moncloa, las manifestaciones ya no son de su agrado. Él, que durante los
dos primeros años de Gobierno de Rodríguez Zapatero promovió e incluso
convocó una media de una protesta cada dos meses [por la política
antiterrorista, por el traslado a Barcelona de los archivos de la Guerra
Civil, por el matrimonio homosexual, por el aborto y por el Plan
Hidrológico Nacional], el mismo que se puso a la cabeza de tantas
manifestaciones, ha logrado soliviantar a una gran parte de la opinión
pública contraponiendo el número de manifestantes [unos pocos miles] de
la protesta Rodea el Congreso del martes 25 de septiembre a los 47 millones de españoles que conforman la “mayoría silenciosa”. Sus palabras, expresadas en la sede neoyorquina de Americas Society / Council of the Americas,
todavía resuenan. Estas fueron exactamente: “Permítanme que haga un
reconocimiento a la mayoría de españoles que no se manifiestan, que no
salen en las portadas de la prensa y que no abren los telediarios. No se
les ven, pero están ahí, son la mayoría de los 47 millones de personas
que viven en España. Esa inmensa mayoría está trabajando, el que puede,
dando lo mejor de sí para lograr ese objetivo nacional que nos compete a
todos, que es salir de esta crisis”.
Las palabras de Rajoy, pronunciadas el miércoles 26, fueron
contestadas por dos manifestaciones más a las que muchos acudieron
espoleados por las palabras del presidente del Gobierno, ha habido
airadas reacciones en contra y este periódico ha recibido decenas de
cartas al director quejándose del asunto; mostrando su indignación. “Me
sentí insultada y venir aquí es mi respuesta”, resume una abogada que
acudió el sábado a la concentración junto al Congreso de los Diputados.
¿Pero acaso no tiene razón Rajoy cuando habla de una mayoría
silenciosa de millones de personas que no se manifiesta? “En democracia,
la mayoría nunca es silenciosa”, explica la socióloga Belén Barreiro,
directora del Laboratorio de la Fundación Alternativas y expresidenta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS)
en la etapa de Zapatero. “Hay multitud de herramientas para saber lo
que opina la gente: desde las mismas elecciones hasta los sondeos de
opinión. Las encuestas de opinión son un utensilio habitual en todas las
democracias. Pero, además, las manifestaciones son importantes. No son
solo un derecho constitucional, sino que indican también el malestar de
una parte de la ciudadanía”.
Tal como están las cosas, esa contraposición de cifras que Rajoy
pretendió en Nueva York es algo que se le vuelve en contra. Esos pocos
miles de manifestantes expresaban un malestar social hacia la clase
política española que comparten millones de españoles. “No se puede
contraponer ciudadanía activa reivindicativa contra ciudadanía pasiva
sufridora porque en el momento presente son dos caras de la misma
moneda”, alerta el sociólogo Carlos Lles.
Los sondeos de opinión del CIS, un organismo público, así lo indican.
Para la mayor parte de los españoles los políticos, los partidos y el
Gobierno son el tercer problema más grave que tiene España, solo después
del paro y la coyuntura económica. Con Rajoy ya en el Gobierno, en
julio de este año, el mismo CIS señala que el 84,9% de los ciudadanos
considera que la gestión del Gobierno es regular, mala o muy mala. Y el
62%, según una encuesta de Metroscopia, desaprueba la reforma laboral.
Ante tales datos, las palabras de María Dolores de Cospedal,
secretaria general del PP y presidenta de Castilla-La Mancha, cobran un
significado diferente. Ella comparó la marcha del 25 de septiembre con
el golpe de Estado de 1981. “Ambos han pretendido taparnos la boca a
todos los españoles”, dijo. La declaración de su jefe en Nueva York
introduce una inquietante variante: ¿quién trata de tapar la boca a
quién?
Es famoso el discurso de un expresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, titulado La gran mayoría silenciosa. Todavía se puede escuchar completo en Internet.
Data de noviembre de 1969, cuando EE UU registraba violentos disturbios
contra la guerra de Vietnam. “Como presidente de los Estados Unidos,
traicionaría mi juramento del cargo si permitiera que la política de
esta nación la dictara la minoría de los que sostienen ese punto de
vista y quienes tratan de imponerlo en una nación mediante la
organización de manifestaciones en la calle”... “Si una minoría, fuese
lo enérgica que fuese, prevaleciera sobre la razón y la voluntad de la
mayoría, esta nación no tendría futuro como una sociedad libre”.
En ese mismo discurso, sin embargo, Nixon explicaba sus planes para
que EE UU abandonara aquella guerra en una retirada de tropas que duró
cuatro años. En 1972 revalidó su mandato con una amplia mayoría. En el
extremo contrario está la mayoría silenciosa que mantuvo en el poder al
franquismo. El miedo a manifestar sus opiniones —prohibido, por otra
parte— y un crecimiento económico sostenido hizo posible que el dictador
se perpetuara en su puesto.
Barreiro dice que no siempre el malestar social se traduce en un
castigo electoral a través de las urnas. Eso dependerá de un cúmulo de
factores, entre los que está la calidad de las alternativas que
vislumbre el votante a la hora de depositar su voto.
Sin ir tan lejos, historiadores y sociólogos critican el mero hecho
de lanzar un concepto, el de las mayorías silenciosas, tan intangible.
“Por definición, una mayoría silenciosa necesitaría un intérprete”, dice
Miguel Martorell, profesor de Historia Contemporánea de España en la Uned.
“Un Gobierno democrático tiene plena legitimidad. El uso de un concepto
tan intangible es una manera de intentar legitimar una determinada
posición. No tiene ningún sentido. Apelar a la mayoría silenciosa es
como intentar descifrar un mensaje en los posos del café”. Otro
historiador, Ángel Viñas, cree que en democracia la opinión pública se
manifiesta en las urnas. “Cuando hay un malestar social profundo, hay
una minoría que sale a la calle”, explica. “Las palabras de Rajoy son un
truco viejo, pero también es propio de un régimen autoritario: ‘Quien
no se manifiesta contra mí está conmigo”. Pero hay otro ángulo: el miedo
a que la calle, como alertaba Nixon, imponga su criterio. El secretario
de Estado de Cultura, José María Lassalle, daba ayer argumentos en un
artículo publicado en este periódico con el título Antipolítica y multitud,
en el que alega que sustituir la institucionalidad deliberativa por el
griterío de la población no es democracia, como tampoco es defender que
la voluntad de un pueblo está por encima de las leyes.
Tanto Viñas como Barreiro hacen hincapié en la profundidad del
malestar social que se vive en España; una situación de desánimo que no
tiene parangón con ninguna parecida en los últimos 70 años. Mariano
Rajoy, dispuesto a intentar mejorar la pobre imagen actual de España en
su viaje a Nueva York, tuvo que tragarse, en este contexto, un par de
sapos. El primero fue el sombrío reportaje de The New York Times
sobre la situación social en España con fotos de ciudadanos rebuscando
en las basuras. El segundo fue la manifestación frente al Congreso. Un
hombre que conoce bien la fuerza (y la debilidad) de las protestas
callejeras, Toni Ferrer, secretario de Acción Sindical de UGT,
lo tiene claro: “Ese discurso de Rajoy es una manera de no afrontar la
realidad. La mayoría está rechazando sus reformas y él mira para otro
lado. Los psicólogos sociales lo definen como el odio al espejo de la
madrastra de Blancanieves”.
En efecto, el reflejo que ofrece hoy el espejo no es el mejor que ha
tenido España. Tampoco lo es la violencia de algunos en las protestas,
pero esconder la realidad es una tentación todavía actual. “Es un
disparate que se televisen todos los problemas del orden público con
cámaras de televisión, porque incitan a manifestarse”, dijo ayer el
presidente del Grupo Popular en el Parlamento Europeo, Jaime Mayor
Oreja, que puntualizó en su entrevista a la Cope
que lo que menos le gusta es que se televisen las cargas policiales. El
sociólogo Lles puntualiza: “Cuando los políticos en sus expresiones
optan solo por aquella que mas les conviene en cada caso y obvian -o
desprecian- el resto están alimentando la crisis de legitimidad que las
encuestas del CIS revelan”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario